No hace falta ser un experto en educación para afirmar que cualquier niño o adolescente necesita clases estimulantes y adaptadas a su realidad sociocultural. Una serie de estrategias y caminos para estimularle un interés genuino en todas las aristas sociológicas y científicas del entorno; concientizándole, ojalá, su papel cívico en una sociedad influida por la contingencia nacional e internacional. Sin embargo, en esta línea de acción –lógica, indiscutida- aparece una variable que entorpece significativamente el desempeño de los profesores y, por ende, el aprendizaje efectivo de los alumnos de cualquier segmento social. Hablamos de los escasos minutos que cuentan los docentes fuera del aula; el limitado tiempo que pueden destinar los profesores chilenos a cubrir sus necesidades externas a la exposición de contenidos.
El artículo 6º de la ley Nº 19070 permite, actualmente, que un profesor chileno disponga sólo de un 25% de su horario para cumplir con sus obligaciones fuera del aula. ¿Pero cómo puede entenderse esto? Proyectando que si un profesor tiene un contrato de 30 horas, por ejemplo, de sus 6 horas diarias de trabajo, 4.5 serán en aula y sólo 1.5 fuera de ella. Se espera, entonces, que -en sólo 90 minutos- el docente planifique sus clases, corrija pruebas, diseñe material atractivo y desafiante, complete el libros de clases con firmas y leccionarios, atienda apoderados y alumnos, asista a reuniones de carácter pedagógico o administrativo. Pero aún esa ecuación se estrecha. Y es que esos 90 minutos no son completamente ocupados por labores no lectivas, sino que incluyen, a su vez, dos recreos de 15 minutos y un almuerzo de 45 minutos; y para colmo, como ocurre en diversos planteles públicos y privados, incluyen también turnos de patio y almuerzo como apoyo a los inspectores. En síntesis, los docentes no dispondrían –finamente- más de 15 minutos para sentarse y cumplir con sus requerimientos semanales.
Al respecto, el Censo Docente del año 2012 -tomado por la red de servicios docentes Eduglobal- señala que el 69% de los profesores realiza labores docentes en horarios no contemplados en su contrato, dedicándole, entre 7 y 27 horas semanales de su tiempo libre. En cuanto a su calidad de vida, en tanto, un estudio realizado por la UNESCO el año 2005, señala que un 42% de los docentes chilenos han sufrido enfermedades psicológicas a lo largo de sus años de profesión; entre las que, por supuesto, se repite el estrés laboral y diversos trastornos anímicos.
Revisando el panorama internacional, los profesores chilenos se encuentran lejos de la realidad de los países de la OCDE en cuanto a la cantidad de horas frente a curso. Los docentes en Chile pasan 1200 horas anuales frente a curso: cifra alejadísima del promedio internacional que sólo alcanza las 700 horas de aula (ver gráfico adjunto extraído de www.eligeeducar.cl). Según la medición realizada en el año 2009, por ejemplo, un profesor de Italia, Corea o Rusia tiene hasta 500 horas menos de trabajo que uno chileno dentro de una sala de clases.
De este modo, y en plena discusión reformista, se hace urgente garantizarle al profesor una carga laboral razonable y, así, darle el espacio para buscar atajos innovadores que logren optimizar el desempeño en todos los segmentos sociales. Reparar los escasos estímulos cognitivos recibidos en las escuelas más desfavorecidas; y combatir la abulia de estudiantes que se sienten apresados y reprimidos en un ambiente de normalización, como ocurre, frecuentemente, en las colegios particulares.
No se necesitan homenajes sentimentalistas y reivindicativos del papel del profesor en la sociedad chilena. No se necesitan folletines, afiches, discursos y spots televisivos para canonizar la figura de un profesor héroe y mesías, lleno de vocación espiritual, pero explotado y mal remunerado. Nada de eso influye cotidianamente; más allá de adornar esos engañosos y cebollentos discursos del día del profesor…
Ahora bien, entendiendo que el profesor chileno no contaría con el espacio para individualizar cursos y alumnos, se hace intolerable esa costumbre de erigir -mediante la complicidad de directores y sostenedores- el rol del profesor como un apostolado bendecido que debe sacrificar, inherentemente, su tiempo hogareño en cubrir sus requerimientos docentes.
Porque no se necesitan homenajes sentimentalistas y reivindicativos del papel del profesor en la sociedad chilena. No se necesitan folletines, afiches, discursos y spots televisivos para canonizar la figura de un profesor héroe y mesías, lleno de vocación espiritual, pero explotado y mal remunerado. Nada de eso influye cotidianamente; más allá de adornar esos engañosos y cebollentos discursos del día del profesor…Se necesitan gestos políticos específicos en la reforma educacional: fecha, proyectos e iniciativas concretas para cambiar los incisos que permiten sugerir al profesor como un misionero moral; y no como un profesional que necesita –por diligencia y dignidad- organizar y dosificar responsablemente sus labores.
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