Todo sistema de aseguramiento de la calidad parte de la premisa de la mejora continua y el fortalecimiento de las capacidades personales y grupales. Pero, ¿las evaluaciones aseguran calidad?
Según la literatura, existe una correlación en el trabajo académico del profesor y el rendimiento académico de sus estudiantes. La ejecución directa de éste dependerá básicamente de su concepto sobre educación. Para igualar criterios, es imprescindible observar los componentes de éste. Igualmente, responder las preguntas ¿Qué enseñar?, y ¿Cómo enseñar?, dependerá de las intenciones sobre aquello que se espera conseguir a través de los procesos de enseñanza y aprendizaje.
Existe un deber social al educar, el que ha estado, tradicionalmente, relacionado con las escuelas y liceos, por lo que docentes y directivos se han visto como los responsables de los logros educativos alcanzados por los estudiantes. Hoy esto ha cambiado, pues los aprendizajes no son aislados, son muchos más complejos y sistémicos. Según Román Pérez (2005), el concepto de aprendizaje en la educación se ha centrado en competencias, cuyo núcleo son las capacidades a potenciar en los jóvenes para el desarrollo de la inteligencia, puesto que la sociedad está constantemente transformándose, por lo que requiere siempre de nuevos conocimientos y desarrollar competencias acordes a los tiempos.
Ahora bien y siguiendo con la concepción tradicional de educación y evocando el término evaluación, lo primero que se nos viene a la mente y en el imaginario colectivo es la calificación. A través de los años, ésta se ha asociado como un indicador válido de rendimiento cognitivo. En el contexto escolar, la evaluación es vista como un medio en el cual se seleccionan y clasifican a los sujetos de acuerdo a criterios establecidos para tal efecto, sin embargo, cuando se cuestiona un instrumento de evaluación se aluden a aspectos que carecen de un criterio pedagógico y en muchas ocasiones se limitan solo a temas como la extensión, las preguntas y los resultados que se obtuvieron, sin considerar uno de sus propósitos, que es un instrumento de selección y clasificación social.
Por otro lado, la evaluación ha sido la expresión mediante la cual se certifica la adquisición de los conocimientos, valores, habilidades y competencias que avalan la incorporación de los estudiantes a la sociedad, tanto profesionales como en sujetos que avanzan en su trayectoria educativa. Si bien, existen diversos enfoques, todos terminan en la categorización y comparación de los sujetos entre sí y con criterios establecidos. Sin embargo, la evaluación en su filosofía y propósito principal es establecer juicios de valor, juicios que permitirían no solo decir en qué posición se encuentra entre sus pares, sino más bien en decir que ha aprendido y que le faltó por aprender.
En la práctica solo se entrega la calificación o nota al estudiante, sin haber un análisis o, mejor aún, una retroalimentación, dónde el estudiante a través de sus errores aprenda y genere la tan ansiada metacognición
Es cierto que dentro los enfoques evaluativos que se estudian en la formación docente, el que más se acerca a esta situación es el criterial o como algunos lo llaman “edumétrico”, sin embargo, en la práctica solo se entrega la calificación o nota al estudiante, sin haber un análisis o, mejor aún, una retroalimentación, dónde el estudiante a través de sus errores aprenda y genere la tan ansiada metacognición que en el discurso del aprendizaje constructivista se llama a consolidar.
Finalmente, la evaluación, a pesar de ser la hija conflictiva en el proceso de enseñanza – aprendizaje, es un pilar en la calidad en educación, siendo ésta una categoría fundamental de todo sistema educativo, que tiene como propósito el logro de los aprendizajes conllevando al desarrollo sostenible de personas, familias y pueblos y no solo se transforme en un mero número que se traduce en una escala de lo que pudo aprender.
Referencias
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