Durante la semana pasada hemos descubierto que no sólo existen los delitos “comunes” y los delitos de "cuello y corbata”, también existen los encapuchados “comunes” y los encapuchados de "cuello y corbata”.
Los delincuentes comunes son acusados de acciones que afectan a los integrantes de la sociedad, cometen delitos diversos que pueden ir desde el robo de una gallina a infracciones mucho más aparatosas y de gran impacto social. El encapuchado común es acusado de situaciones como desórdenes, lanzar piedras e intentar quemar todo lo que se le ponga enfrente. En general ambos cometen delitos evidentes, penados fuertemente por la ley.
Por su parte, el delincuente de cuello y corbata, normalmente comete delitos que no parecen tan simples de probar; siempre existe alguna ventana que lo exime de responsabilidad o cuestiona la existencia del crimen por el cual se le acusa. La gracia de muchos de los delincuentes de cuello y corbata es que utilizan argucias, que muchas veces ponen a su disposición las leyes, para cometer sus fechorías. Digamos que se trata de lo que a veces se conoce como tecnicismos legales. Demás esta decir que si se sumaran los montos, descubriríamos que un par de delitos de cuello y corbata perpetrados durante un año equivalen a parte importante de los llamados delitos comunes acaecidos durante ese mismo período –seria interesante saber si alguien tiene datos al respecto.
En lo que respecta al encapuchado de cuello y corbata es, como en el caso del encapuchado común, un tipo que genera violencia, sólo que el de cuello y corbata tiene la capacidad de ampliar al máximo esa capacidad violentista, pues sus armas para lograrlo son de grueso calibre. A diferencia del peñascazo del encapuchado común, este encapuchado más refinado utiliza la palabra, los gestos, los símbolos… que dejan más heridos que una piedra o una bomba molotov, llagas que no son vistas por el ojo humano. Terminan dañando el espíritu de un pueblo, en particular de los más desprotegidos.
Si alguien duda de lo anterior, el mejor ejemplo que se me ocurre es Víctor Lobos, el ya penosamente celebre intendente de la región del Bío Bío. Estas fueron algunas de sus palabras: “El estallido social se debe al aumento de hijos concebidos fuera del matrimonio. Hoy Chile es un país sin familia. Yo auguraba que esto iba a traer trastornos sociales. Lo más extremo es llegar al anarquismo. Un niño que no recibió nada, no recibió afectos, no recibió el cariño de un padre y una madre y la protección de ellos, se manifiesta en las calles con odio”. Esto lo planteó en el marco de un seminario en una universidad privada, donde no sólo se despacho este misilazo, sino que además lo justificó mediante una serie de “datos”, dándole un estatus casi científico a sus dichos. En suma, no fue un error de interpretación por parte de quienes lo escuchaban, él quería decir lo que todos escuchamos.
Un encapuchado de “cuello y corbata” como este es capaz de incendiar Roma simplemente con la mirada. Ese poder radica en su convencimiento de que lo que piensa y luego dice es la pura y santa verdad, por lo cual todos quienes queden fuera de su forma de entender lo “correcto” son seres que con suerte pueden ser escuchados, pero a quienes bajo ninguna circunstancia se les aceptara como un igual y menos se considerarán como dignas sus formas "anómalas" de ver y vivir el mundo.
Espero que el desenlace del movimiento estudiantil nos dé las bases para lograr que encapuchados de cuello y corbata como este entiendan que las palabras valen en la medida que son argumentos puestos sobre la mesa para encaminar a la sociedad hacia un espacio de respeto e inclusión efectiva, por tanto se debe evitar transformarlas en armas para herir y destruir impunemente.
Efectivamente los encapuchados comunes, en mi forma de ver las cosas, no deben seguir atentando contra el movimiento estudiantil; pero es justo pedir también que los encapuchados de cuello y corbata –de los que hay varios a parte del intendente Lobos- eviten seguir con sus discursos de satanización, estigmatización y agresión permanente.
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