El SIMCE no es la única ni la mejor forma de evaluar. Existen múltiples y diversas orientaciones en evaluación, varias de ellas pueden ser utilizadas para apoyar a los profesores y no castigarlos. Ya es momento de preocuparnos en construir un sistema de evaluación que nos permita mejorar la educación pública, garantizar el derecho a la educación y evitar su continúa mercantilización.
Hace como diez años atrás en un seminario escuché que la calidad escolar es lo que el SIMCE mide. A muchos nos trataron de convencer de esta errada y peligrosa idea. Errada, pues sabemos que la calidad escolar es mucho más compleja que una medición. Peligrosa, pues el uso político de la misma potencia que esta política nacional subsista, a pesar del daño que genera. El SIMCE no mide calidad escolar, pero sí sostiene nuestras desigualdades educativas, castiga los establecimientos escolares que necesitan más apoyo y premia a quienes ya lo tienen.
Este es mi segundo año estudiando y enseñando en Estados Unidos. Soy profesor asistente de un curso sobre Globalización y Políticas Educativas y presidente de la comunidad de estudiantes de posgrado sobre Estudios Globales en Educación. En estas instancias he tenido la oportunidad de compartir con estudiantes y colegas de diferentes países del mundo y cuando uno les cuenta cómo opera el SIMCE, premiando y castigando establecimientos educativos, la gente se espanta.
Existen razones para asustarse. Varios ven como esta errada y peligrosa política se expande en diferentes partes del mundo, al igual que un virus, que enferma a profesores y alumnos. Una profesora que vive en los Emiratos Árabes Unidos me contaba como tenía que lograr altos estándares de aprendizajes mientras sus alumnos vomitaban en la sala. Otra de Estados Unidos, del estado de Texas, muy deprimida y sobrepasada, me decía que ya no le gustaba la profesión que solía amar, pues estaba dedicada formar alumnos para una prueba que no tiene sentido.
Conocidos son los casos de Inglaterra y Estados Unidos, donde las pruebas basadas en estándares utilizados para rendir cuentas (llamadas Accountability tests) simplemente no generan resultados favorables. Los países invierten tenebrosas sumas de dinero para diseñar e implementar estas políticas. Luego que fracasan se culpa a los profesores o escuelas por los resultados.
El SIMCE es parte de esta enfermedad internacional, por eso quienes estudiamos políticas educativas y hemos trabajado junto a profesores, hablamos contra ella. Recuerdo a un maestro-experto en evaluación quien hace más de veinte años atrás decía “la exigencia por pruebas para rendir cuentas es signo de una patología social en nuestro sistema político” (el viejo Cronbach… el mismo del alfa de Cronbach). El tenía razón, y ahora todos nos estamos enfermando.
Se tiende a olvidar como se engendró este virus. Uno de los primeros lugares donde estas pruebas vieron la luz fue en Estados Unidos, cuando el presidente Lyndon B. Johnson (1963-1969) perdió su guerra contra la pobreza (y contra Vietnam). Entonces un movimiento tomó fuerza, buscaba los responsables de este fracaso. Rápidamente se culpó a los servicios públicos, ellos debían demostrar cómo utilizaban los impuestos y rendir cuentas por sus resultados. Con Bill Clinton (1993–2001) estas pruebas tomaron fuerza, pero fue George W. Bush (2001–2009), con un grupito de gente, que se les ocurrió crear una de las políticas más controversiales en la educación de los Estados Unidos, “No Child Left Behind”, la que ha generado un alto porcentaje de abandono escolar, bajos resultados de aprendizaje y un exorbitante costo económico.
En Chile el cuento es distinto, pero se parece en sus tristes resultados. Pero, ¿cuál o cuáles son los remedios para esta enfermedad? ¿Estamos ante un problema crónico? Yo creo que no. Creo que el malestar persiste ya que esto no es un síntoma sino un síndrome. Es decir, el SIMCE no puede ser entendido sin comprender la lógica de mercado que daña al sistema educacional en Chile. En la medida que abordemos este problema, considerando sus diferentes expresiones, creo que podemos favorecer el desarrollo de una educación más sana.
Por ello creo que los dolores de cabeza, depresiones, ansiedades y fracasos que genera el SIMCE, no se deben a que esta prueba esté estructurada en base a estándares. Los estándares los podemos construir de diversas formas e implementar utilizando metodologías que involucran la participación de sus actores. A su vez, creo importante reconocer que la información generada por el SIMCE ha sido útil para describir y analizar el sistema educativo en Chile. Sin embargo, mientras hacemos uso de esta prueba, el bicho que contiene se ha propagado. La lógica del garrote o la zanahoria, la reducción del complejo proceso de enseñanza a un indicador enfermizo y su posterior uso para propulsar la idea del mercado educacional, que claramente aumenta la segregación escolar.
El SIMCE no es la única ni la mejor forma de evaluar. Existen múltiples y diversas orientaciones en evaluación, varias de ellas pueden ser utilizadas para apoyar a los profesores y no castigarlos. Ya es momento de preocuparnos en construir un sistema de evaluación que nos permita mejorar la educación pública, garantizar el derecho a la educación y evitar su continúa mercantilización. La campaña Alto al SIMCE va en esa dirección y estoy seguro que vamos a lograrlo.
* Colaboración de Mauricio Pino Yancovic. Ph.D Student Education Policy, Organization and Leadership -University of Illinois at Urbana Champaig. T.A. Globalization and Educational Policy, UIUC. President Community of Global Studies in Education.
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Foto: Wikimedia Commons
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