Las familias, esperanzadas en la capacidad intelectual de sus hijos, depositan en ellos sus esperanzas de ascender socialmente, de cortar la maldición generacional de la pobreza que acecha a todos sus antepasados.
Aún recuerdo una experiencia vivida en mis primeros años de movilización, mientras era alumno del liceo Manuel Barros Borgoño. La hermana de una amiga era estudiante de medicina de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Carrera prestigiosa, caracterizada por su trato directo con la vida y la salud de las personas; universidad prestigiosa que la consultora británica QS ubica como la mejor de Latinoamérica. En conclusión, una estudiante de élite con gran “proyección social”. Sin embargo, al preguntarle por su motivación al elegir aquella carrera, me llevé una gran sorpresa. Con actitud pétrea me respondió: “Sólo estudio medicina para ganar dinero, no me interesa tener contacto con los pacientes. ¿Para qué voy a estudiar tanto si no obtendré ganancias proporcionales a mi esfuerzo?».
El ejemplo anterior es sólo uno de miles. Estudiantes que motivados por el dinero seleccionan carreras que no coinciden con la esencia y la actitud que poseen para ejercerla. Y no estoy en posición de criticarlo actualmente con la realidad que vivimos en Chile, pues como dice el dicho popular “cada uno sabe dónde le aprieta el zapato”. Las familias, esperanzadas en la capacidad intelectual de sus hijos, depositan en ellos sus esperanzas de ascender socialmente, de cortar la maldición generacional de la pobreza que acecha a todos sus antepasados.
La reforma, ¿se ha hecho cargo de esto? ¿Tendremos profesionales altamente calificados para alcanzar el desarrollo, si los estudiantes no aman su profesión, sólo los satisface económicamente?
En este afán de progreso social, podemos identificar uno de los motivos por los cuales existen tantas universidades que no cumplen con los estándares de calidad mínima. El lucro en estas instituciones ha sido la respuesta ante la avaricia de “emprendedores” que juegan con las esperanzas de miles de familias. ¿Cómo podemos solucionar esto?
Si ocupamos las herramientas que nos proporciona la política comparada y observamos afuera de nuestras fronteras, podríamos encontrar la solución. Suiza, un país modelo que ocupa el tercer lugar en desarrollo humano, resolvió este problema hace décadas. Allí los alumnos no son medidos por notas, sólo los últimos años obtienen calificaciones de acuerdo a su esfuerzo en el estudio, y quienes logran los puntajes más altos entran directamente a la universidad. Aquellos que decidieron “tarde” en acceder a una de estas instituciones educativas, igualmente pueden hacerlo mediante pruebas especiales. Aquellos que no poseen la motivación suficiente, no se preocupan en demasía por ascender socialmente, pues saben que la remuneración por su trabajo como gásfíter, obrero o funcionario de aseo será prácticamente la misma a lade un médico, un abogado o un ingeniero. El principio rector de este sistema puede ser traducido en las siguientes palabras: a la universidad ingresan todos aquellos que tienen ganas de estudiar una carrera de acuerdo a sus motivaciones vocacionales, no económicas. Esto es lo que ha llevado a este país ser lo que es. No existe una cantidad desproporcionada de universitarios, sin embargo, los hay son de excelencia.
Si seguimos el ejemplo suizo en el sistema de selección educacional, pero no introducimos un cambio profundo a la distribución de la riqueza en el país, las motivaciones y consideraciones al estudiar una determinada carrera seguirán siendo influenciadas por la movilidad social y la cantidad de universidades que no cumplen con los estándares de calidad seguirá en aumento. Claramente estos temas han sido el “triángulo de las bermudas” de la reforma educacional, donde todos se pierden y cualquiera que levante la voz respecto de esta problemática es acallado.
El cambio no debe efectuarse modificando estructuras para optimizar el actual sistema, sino para comenzar a construir desde cero. Inmiscuirse en los principios generales que regirán la educación es el camino al cambio de paradigma.
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