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El homo ludens lector: lúcida lúdica de transformación social

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La situación actual acentúa la necesidad de dinamizar capacidades que nos permitan arrostrar una incertidumbre cuyos efectos se acrecientan de manera exponencial con el paso de los días. Ante esta realidad, la lectura concebida como lectura del mundo, en el decir de Paulo Freire, conforma una dimensión ontológica y gnoseológica de lo humano absolutamente imprescindible. Sin embargo, no es suficiente con fomentar cualquier tipo de lectura, ni con convertirla en una mera promoción basada en su sacralización como código desde concepciones inocuas de lo lúdico. Ni la promoción ni la animación lectoras deberían potenciar la externalización del hecho lector como reducción al entretenimiento y, por ende, enfocado a una dimensión de ocio. Frente a las banalizaciones del acontecimiento lector, se hace imprescindible reivindicar el concepto de animación como interiorización e interacción lectoras. Así, en lugar de potenciar los aspectos superficiales de la lectura (en su interpretación como código, como herramienta material), se trata de redimensionar el acto lector, por lo que comporta de interactuación y contextualización de lo leído como potencial transformacional.

En este sentido, conviene recordar el fabuloso legado que deja el pedagogo brasileño Paulo Freire, quien maneja el concepto de analfabetismo social como fenómeno que se produce entre todos aquellos lectores capaces de decodificar lo que leen, pero no de establecer un encaje crítico ni de asimilación de lo leído para generar nuevo conocimiento o actuación. Para evitar este extremo, se hace ineludible replantear no solo el hecho de lectura, sino los métodos de enseñanza-aprendizaje. Hay que evitar la permanente obsesión por promover el acceso a la lectura como un simple código, y plantearse nuevas metodologías para enfrentar un reto que ha de pluridimensionar un acto per se proteico y holístico. Así, la literacidad crítica, cuyo concepto dinamizaron Cassany y Castellá, se incardina en la auténtica complejidad que reviste la lectura, así como participa del compromiso de problematizar la lectura. Esta apuesta no solo confronta con el modelo de lectura tradicional, sino que concibe al aprendiz como sujeto activo de su propio aprendizaje y de la construcción de su identidad, a diferencia de los modelos generalizados, articulados desde presupuestos neoliberales, que se remedan sin conciencia, para imponer la norma sobre el sujeto, el texto sobre el lector y, por ende, la abyección del sujeto. Desde esta perspectiva, la lectura no se limita a “decir el conocimiento”, sino a “transformar el conocimiento”, por lo que se comprende desde el ámbito de la actuación y no desde la recepción pasiva.

Evidentemente, es un enfoque entroncado en la naturaleza de la posmodernidad, decidida a relativizar la verdad monolítica para problematizarla mediante la multiplicidad de singularidades que interactúan con ella y que la interpretan para construirla. Pero este compromiso con la lectura no se resuelve desde las estrategias manidas ni desde la comprensión rígida o asimilatoria de la multiplicidad de singularidades, considerada -en el mejor de los casos- como un bloque diseñado desde estereotipos y convenciones ideadas por el poder. Tanto Ruskhin como Proust, en sendos trabajos acerca de la lectura: Sésamo y lirios, y Sobre la lectura, respectivamente, insisten -otorgándole a la lectura diferentes grados de transcendentalismo y ontología humana- en el estímulo dialógico inexorable que plantea la lectura, de suerte que, al convertirlo en un acto de comunicación humana, devenga acción social y política para canalizar las voces silenciadas. Si hablar, desde la teoría de los actos de habla de Austin y Searle, es comportarse y actuar, cooperar para Grice, incidir en el entorno para transformarlo, e interactuar de manera activa y constructiva al margen del papel que corresponda al interlocutor, para Sperber y Wilson, leer también lleva aparejadas la actuación y la transformación. Conviene, en este aspecto, recordar la lúcida diferencia que el poeta profesor Pedro Salinas, decano del grupo poético del 27 español, hace entre leedores y lectores; mientras que los primeros se acercan a la lectura por obligación, con el fin de extraer datos materiales desde enfoques reglamentistas, los segundos constituyen el auténtico objeto de la lectura, ya que acuden a enfoques indagatorios que problematizan la lectura. No debemos olvidar que ser críticos con las palabras conduce necesariamente a ser críticos con las ideas, por lo que hablamos de un juego muy serio, vital para dar voz a quien no la tiene.

Frente a las banalizaciones del acontecimiento lector, se hace imprescindible reivindicar el concepto de animación como interiorización e interacción lectoras

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Enrique Ortiz Aguirre

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