Es casi un lugar común que al oír hablar de innovaciones educativas se salte inmediatamente a los fetiches tecnológicos. De seguro habrá escuchado de las pizarras interactivas, o videojuegos educativos, o de TICs en la sala de clase. Se culpa a los profesores de no cambiar para acomodarse a estas tecnologías o a cuanta reforma ‘innovadora’ exista, sin embargo se hace poco por entender los procesos de innovación tecnológica en términos históricos y su relación con la educación de las personas. Ello lleva a que peligrosamente se asuma que existe un actor que quiere ‘avanzar’ en educación mientras otro no querría hacerlo. Usualmente se culpa a los profesores de ser los que no quieren avanzar, como si ellos estuviesen alejados de los procesos pedagógicos que implican la educación y su relación con la tecnología. Esa culpabilidad no se hace necesariamente exponiendo las trabas que supuestamente se interponen a las innovaciones, pero si con otros elementos discursivos más complejos. Uno de ellos es otorgar visibilidad a la adquisición de “productos” tecnológicos, muchas veces escondiendo los procesos y elementos que llevan a que esos mismos productos sean provechosos o educativos.
Imagine la discusión educativa hace más de un siglo respecto a si introducir o no el uso del lápiz y cuaderno en reemplazo del pizarrón y la tiza personal. O el reemplazo de la pluma y tinta con el bolígrafo, y de ahí al lápiz a mina de carbón. O imagine el más contemporáneo dilema pedagógico de si dejar o no usar calculadoras a los niños y niñas en las clases de matemática. Cualquier estudioso de la tecnología estará de acuerdo con que tanto la pizarra a tiza, el lápiz, la calculadora, el cuaderno, y las sillas son objetos tecnológicos. Son objetos tecnológicos porque son el resultado de la transformación intencionada de materias primas naturales para cumplir con algún propósito humano. Sin embargo, que los objetos tengan un propósito no significa que todos los humanos lo usen de la misma forma. Seguro algún lector de este escrito habrá usado un cuchillo como desatornillador, o una cuchara como destapador de bebidas. Incluso, los objetos adquieren un carácter diferente de acuerdo al contexto en el que son usados. Es distinto hablar de un cuchillo cuando quien lo usa es un ladrón, o un cocinero; y el mismo objeto adquirirá una connotación y función diferente de acuerdo a quién lo use: como arma o como instrumento de trabajo.
En esa misma racionalidad, lo importante de las innovaciones es que primero son sociales y luego se transforman en objetos. No existen objetos sin propósitos humanos en su diseño. Pero al ser el objeto una materia prima también, y como los humanos son distintos y actúan en distintos contextos, no puede asumirse que un objeto será el que encarne el propósito o una función innovadora en sí mismo. Se requiere un agente que utilice el objeto. Así, la tecnología que se introduce en la educación no va a resolver los problemas educativos si es que no se amplía la discusión a los propósitos de la tecnología con sus objetos, y por cierto, los propósitos de la educación.
No tengo idea qué se hablaba en los ochenta respecto a qué tecnología introducir en la sala de clases, pero a mí, como a muchos de seguro, me tocó aprender a sumar y restar usando un ábaco. Jamás he vuelto a usar un ábaco o algo parecido en mi vida (excepto para contar los ‘pillos’ en el pool, probablemente un juego/vicio bastante poco educativo para algunos). Supongo que en los 60s y 70s se usaron otras herramientas tecnológicas y objetos para enseñar que probablemente nunca más se hicieron importantes en las vidas de muchos, dado que la historia no avanza siempre como la predecimos. Quizás pase lo mismo con las calculadoras y los tan sobrevalorados laptops y tantos otros fetiches, mientras los procesos educativos siguen usando tiza, pizarrón y lápices aún en los colegios de élite. No se trata de negar el valor de las tecnologías, pero sí se trata de entender que en sí mismas no son nada si no innovamos en entendernos nosotros como sociedad y lo que queremos sacar de la educación.
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Comentarios
13 de agosto
De acuerdo, pero… No puede ser que existiendo tan excelente acceso a la información, los niños sigan copiando del pizarrón, en lugar de estar analizando esa información, discutiendo, PENSANDO…
Que geografía no se enseñe ocupando Google earth, que la clase de arte sea dibujar monos en vez de acceder a museos vía internet, que los profesores prefieran unas fotocopias de pésima calidad (guías) en vez de usar libros o e-libros. Que no usen las imágenes disponibles para complementar textos …
Yo soy de la época de los pizarrones negros…pero reconozco que el cambio en información / comunicación es equivalente a la invención de la imprenta.
Ojalá hubiera mas creatividad en el aula, mas reflexión y menos copy/ paste, con o sin TICS
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