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El diablo metió su cola: las universidades lucrativas

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En la década de los 80` las universidades fueron creadas con tal laxitud, que no se exigen requisitos de ninguna índole: basta con una mera presentación ante el Ministerio de Educación para que se echen a andar. Y sin perjuicio que por ley no podían lucrar, lo concreto es que hay universidades que han lucrado al margen de la ley, al amparo de la falta de fiscalización. Todo esto, por no disponerse de atribuciones para ello, por omisión o porque las argucias legales lo posibilitaron. Como resultado de este laissez faire, tenemos universidades que han abusado y estafado groseramente a miles de estudiantes. Por tanto, es el escándalo público generado por la vulneración de la fe pública lo que está tras la decisión del gobierno de intervenir las universidades por la vía de nombrar administradores provisionales y de cierre de ellas.

En consecuencia, el objetivo de la intervención no es otro que el de proteger a estudiantes perdidos en la noche, lo que no garantiza que dejen de estarlos. Personalmente prefiero las políticas preventivas antes que las correctivas, esto es, que no cualquiera pueda crear una universidad como es lo que ha estado ocurriendo en todas estas décadas al amparo de un neoliberalismo ramplón, inoculado en tiempos de dictadura, que persiste y es promovido en muchos casos, incluso desde púlpitos académicos, con total descaro y sin el más mínimo espíritu crítico.

Ahora, estos mismos neoliberales que nos metieron en este follón, levantan la voz contra los peligros que encierra la intervención, olvidando que la libertad de mercado tiene límites que han sido sobrepasados una y otra vez por ellos mismos. Sus responsables, que andan sueltos como Pedro por su casa, omiten la existencia de miles de universitarios endeudados y con sus esperanzas rotas. De eso no hablan, a lo más afirman que ellos, libre y voluntariamente decidieron meterse en el forro. Así es como el diablo metió su cola.

Cuando el innombrable abrió las puertas a la creación de nuevas universidades privadas, y por ley las declaró sin fines de lucro, no fue por azar, ni por un arranque de inspiración divina, ni por bondad o un estatismo oculto en las profundidades de su psiquis. Fue porque quería que el foco de las nuevas universidades fuera contrarrestar la influencia de la izquierda en la cultura, el pensamiento y la formación de los futuros dirigentes políticos y conductores del país.

Pero no faltaron los malandrines que, sobándose las manos, vieron una nueva oportunidad para hacer negocios aprovechando la alta demanda por educación superior que no estaba siendo satisfecha. Y nacieron universidades que abrieron sus puertas de par en par sin pudor alguno. Universidades cuyos edificios no les pertenecen, tampoco los lugares en que están emplazadas, y ni siquiera muchos de los servicios complementarios como los de aseo y ornato, de vigilancia, de alimentación. Incluso con una limitada base de profesores, pues el grueso son profesores por hora, llamados profesores taxi. Todo subcontratado, donde todo lo que no es de ellos, sí es de ellos, pero bajo el nombre de otras empresas.

Sin perjuicio que por ley no podían lucrar, lo concreto es que hay universidades que han lucrado al margen de la ley al amparo de la falta de fiscalización y de la no regulación imperante, Es así como tenemos universidades que han abusado y estafado groseramente a miles de estudiantes. Es el escándalo público generado por la vulneración de la fe pública lo que está tras la decisión del gobierno de intervenir las universidades por la vía de nombrar administradores provisionales y de cierre de ellas.

De esta forma, se pagan a sí mismos, pagándose arriendos, servicios prestados por empresas que son de los mismos dueños de las universidades.  Por ahí se va el lucro, no con palas, ¡sino que con camiones! Todo legalmente y por eso ha sido tan difícil pararlo. Porque el diablo metió su cola. ¿Cuál diablo? El que agrupa a los malandrines  sin escala de valores, o que la tienen por los suelos, que promueven la eficiencia sin enfatizar con igual fuerza la necesidad de que existan ciertos cánones ético-morales que tiren por la borda las mejores intenciones.

El resultado es lo que tenemos. Pobres endeudados a más no poder, en aras de un futuro que jamás verán, y cuyas deudas van a parar a las arcas de los pobres propietarios de universidades para que vivan y viajen como reyes.
Por eso el malestar reinante.  Por eso la bronca existente.

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