Hace tres meses publiqué un libro llamado Acto de fe. Testimonios de la vida de Gerardo Whelan en Chile. No quise utilizar este espacio para hacerle propaganda, pero, transcurrido un tiempo, me cuelgo de él para volver sobre el problema de la discriminación, uno de los asuntos que más me motiva discutir en este espacio.
Whelan fue el rector del Colegio Saint George en los años inmediatamente anteriores al Golpe de Estado, introduciendo una serie de cambios que aún hoy parecen revolucionarios. Entre ellos, la integración de alumnos de condiciones socioeconómicas desmejoradas en una misma sala con los hijos de parte de la elite chilena, fue el más emblemático. La película Machuca, sin ser ni proponerse ser fiel a ese proceso, lo refleja maravillosamente bien. Con el desembarco de Pinochet, el colegio fue intervenido por los militares, varios curas de esa congregación fueron deportados y Whelan terminó de párroco en Lo Hermida, una de los sectores de resistencia más activa en esa época. Defendió con hombría a los miembros de su comunidad, estuvo preso más de una vez y acogió en su parroquia una huelga de hambre y varios grupos de discusión. Recuperada la democracia, volvió al Saint George y se preocupó especialmente de la integración de alumnos discapacitados física o mentalmente en el mismo curso de sus pares que no tenían esas dificultades. En eso estuvo hasta que lo sorprendió la muerte, el 31 de octubre de 2003.
¡Qué distintas suenan estas medidas a las que se proponen hoy para mejorar la educación en Chile! ¡Qué distinto concepto es el que manejaba este cura de “calidad” en la educación comparado con el de nuestras actuales autoridades!
Una sala de clases se parece en varios aspectos a una ciudad, tal y como un curso puede ser interpretado como una comunidad. Pocas cosas me resultan más atractivas que crear allí una especie de arca de Noé de la diversidad, en donde se puedan educar al mismo tiempo pobres y ricos, mateos y porros, niños en silla de ruedas y promesas del atletismo.
En tiempos en los que se discute sobre la calidad de la educación, no viene mal pensar en ella también como el vehículo más idóneo para disminuir los prejuicios, la discriminación y el clasismo. Los niños y los jóvenes son mucho más dúctiles que los adultos para enfrentar esas realidades desprejuiciadamente. Ese es el lugar en donde iniciar una revolución en ese sentido.
Se podrá decir que la inmensa mayoría de los que creemos en estos postulados no movemos un dedo para que efectivamente se ejecuten en la práctica, y que ni en nuestros trabajos ni en nuestro barrio asistimos precisamente a un festival de la diversidad. Pero cosa muy distinta es que no levantemos la voz fuerte y claro contra las medidas que violenten esta convicción, involucionando todavía más respecto del actual estado de cosas. En ese sentido, las medidas que el actual gobierno ha esbozado para enfrentar nuestros magros resultados académicos merecen un repudio activo.
¿A qué apunta ese “semáforo” del Simce, en el que se pretende señalar con una luz roja a los peores colegios? ¿Existe forma de discriminación más palmaria? ¿Qué es lo que se pretende de los colegios estigmatizados? ¿Qué escondan a los alumnos que menos saben, los que peor se portan y a los discapacitados, para que sólo respondan los que pueden subirles el promedio? ¿A qué apuntan los “liceos de excelencia”? ¿A crear una elite que se diferencie forzosamente de sus congéneres? ¿Existe una medida más discriminatoria en materia de educación que la única que le conocemos al actual ministro de educación, un colegio que se llamaba “La Puerta” y en donde agrupó a todos los jóvenes expulsados de los otros colegios? ¿Existe un mejor modo de subir el nivel académico de un joven que haciéndolo interactuar diariamente con alumnos más aplicados?
No da lo mismo cómo mejorar la educación en Chile. Si se trata de eliminar a todos los que “atrasen” la clase por uno u otro motivo, probablemente el nivel de conocimientos de los alumnos a fin de año sea más satisfactorio, pero ninguna de las cuestiones que desgarran a nuestra sociedad será resuelta.
El modelo de educación profesionalizante y esclavo de metas que más tienen que ver con la memorización que con los valores es un problema tanto o más relevante que la mera “mala” educación. La mayor parte de los estudiantes en Chile no aprende las operaciones matemáticas básicas y no entiende lo que lee, pero menos todavía aprende que no se debe dividir el mundo entre mejores y peores.
Si me preguntaran a estas alturas en qué se diferencia la centroizquierda de la centroderecha, diría que, puestos en la disyuntiva, los primeros están dispuestos a generar menos riqueza con tal de que esta se reparta de mejor modo. En la misma cuerda, podríamos aventurar que los progresistas estamos dispuestos a peores resultados en el SIMCE, con tal de que en las salas de clases aprendan a convivir alumnos de cien mil raleas.
Comentarios
30 de mayo
También lo conocí y trabaje con el desde el año 82 en adelante en Peñalolen, yo era una pobladora de 24 años, separada, y con un corazon encendido por las injusticias, fue contenedor con mis rancias y las canalizo a través del movimiento socal, haciamis peñas para juntar alimentos para las ollas comunes, fue una época de mucha solidaridad, nunca pensé que la democracia por la que tanto luchamos nos iba a convertir es un país tan individualista y memoria a corto plazo, estudié Derecho, quise volver a la población hacer asesorías gratis los domingos en la cpapilla San Carlos, me encontre con una muralla fría y un cura que me prohibió hablar de divorcio, en fin es sólo un recuerdo a este jesuita eejemplar
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