Desde hace mucho, los educadores venimos tratando de encontrar el rol que nos toca desempeñar en tiempos tan distintos a los que nos formamos y a lo que se requiere para más adelante.
Nos pasamos mucho tiempo pensando cómo integrar en nuestro quehacer los avances de las ciencias, la tecnología, las comunicaciones, las nuevas configuraciones de las familias, las migraciones, la globalidad. Intentando que la institución escolar se ponga a las alturas de las necesidades de los niños, niñas y jóvenes, de las familias, de las propias necesidades de los y las maestras y pensando en una nueva escuela que no lográbamos dibujar y mientras lo pensábamos muchos y muchos más cambios aparecían.
Y estando en esto, tratando de dilucidar qué y cómo hacerlo, de un día para otro, sin mediar aviso previo nos encontramos de golpe y porrazo y, ¡qué porrazo! enfrentados a lo que veníamos pensando y discutiendo, así, ahora y ya.Lo que hacemos es buscar que nos demuestren que son capaces de hacer lo que nosotros hemos dicho. No nos hacemos cargo de lo que ellos se han dado cuenta, la falta que les hacen sus pares para aprender, para indagar, para conversar, para generar comunidad.
Un virus microscópico, invisible pero poderoso, muy lejos de cualquier otra cosa que hubiéramos podido imaginar que nos pondría de frente a una nueva realidad, un virus fue el que nos dio vuelta la vida de un momento a otro.
Y vuelta a la primera gran pregunta, ahora con la presión de una realidad más dura que cualquiera anterior: ¿cuál es el rol de los educadores en tiempos como éstos?
Algunas profesiones, en estos momentos tienen sus roles totalmente claros, los mismos que en tiempos normales, apremiados sí por otros ritmos y exigencias. Por ejemplo, los médicos, que siguen procurando prevenir enfermedades y salvar vidas en los centros de salud.
Y nosotros los educadores, ¿cuál es nuestro rol? ¿seguir tratando de enseñar lo mismo y de la misma manera? ¿hacer como que este espacio virtual es la escuela? ¿mandamos la sala de clase a la casa?
El debate ha sido largo, lleva el mismo tiempo que estamos fuera de las aulas, ¿es bueno seguir con los programas y contenidos como si nada pasara? ¿qué es lo importante? ¿pueden los niños y niñas aprender solos? ¿qué deben hacer los padres? ¿pueden hacerlo los padres? ¿es igual una clase online que una presencial? ¿existen las condiciones para que todos los estudiantes aprendan igual? ¿van a perder el año? ¿cómo van a poner las notas?
Todo esto se va a seguir debatiendo y es importante hacerlo. Claramente ha habido decisiones que no han sido las mejores, hay soluciones que creo podrían ser diferentes y claramente todo este tiempo ha sido un problema para muchas familias, tanto la de los estudiantes como las de los docentes.
Pero creo que hay algo de fondo que sigue sin abordarse, ¿cuál es el rol de los docentes?, no solo en tiempos de pandemia, sino que, en estos tiempos y de pasada ¿Cuál es el rol de la escuela?
Esas son las preguntas de fondo que no se hacen hoy, porque la emergencia no lo permite y eso es cierto, pero lo importante sería que de pasada esta situación no volvamos a retomar la rutina como si nada hubiera pasado y no nos hubiéramos dado cuenta de muchas cosas que son evidentes.
El aprendizaje es mucho más que los contenidos de los programas educativos, las experiencias que producen aprendizajes relacionados con los contenidos educativos están en muchos más lugares que la sala de clases, los niños, niñas y jóvenes pueden aprender de muchas y diversas maneras y hemos seguido ignorándolo, los recursos para aprender son mucho más de los que nosotros usamos, las motivaciones para aprender no necesariamente están dentro de la sala de clases y nosotros no las usamos. Los estudiantes deben ser mucho más autónomos y eso no significa que no nos necesiten para orientarlos, no se trata de estudiar lecciones de memoria para aprobar los cursos, pueden ser mucho más creativos de lo que imaginamos, pero no los incentivamos, cada uno, una es un mundo, pero los tratamos como si fueran todos iguales. A la hora de evaluar no tratamos de averiguar cuánto y cómo han aprendido, lo que hacemos es buscar que nos demuestren que son capaces de hacer lo que nosotros hemos dicho. No nos hacemos cargo de lo que ellos se han dado cuenta, la falta que les hacen sus pares para aprender, para indagar, para conversar, para generar comunidad.
Y nosotros, los educadores también nos hemos dado cuenta de la necesidad de un colectivo que piense, que proponga, que tenga una voz experta para opinar sobre lo que nos pasa, no solamente en lo que son nuestros derechos y temores, sino que tenga una voz fuerte acerca de lo que sabemos.
Estos tiempos extraordinarios, por culpa de un minúsculo e invisible virus, podrán ser la oportunidad de pensar de verdad en la educación que queremos, la que hacemos, la que soñamos y la que debemos construir. Si no lo hacemos, aparte de demostrar que no aprendemos, no habremos perdido la oportunidad de dar el salto del que tanto hablamos. Si no es esta vez, ya no habrá otra oportunidad, los niños, niñas y jóvenes se lo merecen, nosotros estamos obligados a hacerlo.
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