Mientras Chile persiste en prescribir contenidos mínimos para cada disciplina y sólo dar orientaciones metodológicas para la implementación de los diseños en las actividades de enseñanza-aprendizaje en las aulas, países como Finlandia, Inglaterra y Estados Unidos direccionan sus esfuerzos para implementar ya desde pre-básica el tratamiento sistemático y el desarrollo de las habilidades del pensamiento que sustentarán ser creativos y flexibles pro cambio, para luego ser competitivos y líderes.
Desde luego, ya nos hemos acostumbrado a oír las palabras educación y calidad como un continuo deseable o como una simbiosis siempre virtuosa y tan necesaria como el pan y el mismo aire para vivir. Más aún, el dúo se hace divino si se convierte en trío e incorpora a la anhelada gratuidad. Por él se estresarán candidatos y quienes lleguen a La Moneda en el Chile del 2014 en adelante.
No obstante, y al calor de la contingencia, las discusiones circulares y tanta tautología disfrazada de debate, viene a nosotros un singular patrón en lo que oímos y discutimos: la perspectiva estructural del problema. Todo lo que se postula apunta al empedrado, a las definiciones de política mayor y, en última instancia, al necesario presupuesto para materializar la legítima calidad requerida. En este sentido, y sin referirnos por ahora al constructo calidad, nada hay de lo que debemos hacer en materia de formación de nuestros estudiantes, nada se dice sobre qué deberá ocurrir dentro de las aulas. Nada hay sobre qué debemos entender por calidad desde la acción de la escuela y, más importante aún, desde la interacción y diálogo pedagógico entre sus protagonistas principales en el aula: docentes y aprendices. En particular, nada hay sobre el diseño curricular para tal diálogo, ad hoc con las exigencias de nuestros tiempos y que deberá rellenar y sostener tanta calidad macro-concebida, so pena de tragar, digerir y vivir sólo de un producto sin sustancia.
A las denominadas competencias del siglo XXI, en los países que triunfan en esta sociedad concebida con posterioridad a la de la creatividad y el conocimiento, han agregado programas y acciones directas desde el diseño curricular para ser materializadas en el alma y cotidianeidad de la escuela. Existe prescripción de atender sistemáticamente el desarrollo cognitivo a través de un modelo educativo que privilegia el tratamiento y formación en procesos intelectuales y habilidades de orden superior como la creatividad, el pensamiento crítico, la resolución de problemas o la toma de decisiones, sumadas a actividades de aprendizaje con medios digitales y en redes sociales. Todo ello, tan pronto como se inicia la edad escolar o tan pronto como sea posible. En resumen, se definió ya hace rato un currículum para el diseño del futuro y para que sus actuales aprendices sean protagonistas y luego beneficiarios.
Mientras Chile persiste en prescribir contenidos mínimos para cada disciplina y sólo dar orientaciones metodológicas para la implementación de los diseños en las actividades de enseñanza-aprendizaje en las aulas, países como Finlandia, Inglaterra y Estados Unidos direccionan sus esfuerzos para implementar ya desde pre-básica el tratamiento sistemático y el desarrollo de las habilidades del pensamiento que sustentarán ser creativos y flexibles pro cambio, para luego ser competitivos y líderes. Basta echar un vistazo a la iniciativa i-Skills Assessment desde EE.UU. o 21st-Century Skills en el caso finlandés, para advertir con cierto pánico el inicio de la historia del último rezago en el sistema educativo chileno, y todo por estar más preocupados de lo estructural, lo legítimamente contingente, lo macro. Todo lo que esas naciones hacen posee un patrón centrado en vivir junto al cambio, mientras se va construyendo la ola de cambio siguiente; abandonando el sólo prepararse para hacer frente a la ola vigente.
El llamado es, entonces, a quienes se interesan en serio por el futuro del país. Pero si y sólo si consensuamos antes que el futuro de hoy se tuvo que construir ayer. Y para que comencemos, tres ideas a implementar en el contexto de nuestras aulas:
(1) admitir el atraso actual y el rezago potencial en la formación de nuestra ciudadanía en escuelas que ya no están aportando a los desafíos que se vienen en oleadas, y todo porque insisten en subordinarse al legado socializante de competencias de una sociedad industrial, e incluso pre-industrial, en retirada;
(2) abandonar de inmediato la predominancia de un país reactivo a los cambios propuestos por las naciones que si se especializan en construir y vivir primeros la futurología del mundo, preparando a sus gentes en creatividad, colaboración y habilidades digitales y
(3) propiciar la inserción curricular sistemática en nuestras aulas del desarrollo de habilidades de orden superior, del ensayo-error y de otras inteligencias que redundarán en un capital humano con el adecuado perfil para sostener los procesos de innovación, de continua agregación de valor y de creación cierta de un futuro para Chile.
* Entrada escrita por Juan Labra Fernández, Coordinador de Educación de Democracia Activa. Publicada Previamente en la Nación.
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Foto: Wikimedia Commons
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