La pregunta por el problema de la educación no es reciente ni se define a partir de los actuales modelos sociales o de desarrollo económico chileno, nos acompaña desde los comienzos de nuestra vida republicana.
La necesidad de ocuparse de los sectores excluidos de la institucionalidad del aprendizaje (niños, adultos, obreros, minorías étnicas, migrantes y otros), fueron el principal motivo de dirección en la creación de múltiples propuestas, como la Fundación de la Sociedad de Instrucción Primaria de Valparaíso en el año 1868, las escuelas Blas Cañas en 1871, las escuelas para obreros en Santiago y la Sociedad de Escuelas Nocturnas, por nombrar algunas; todas ellas con un fin común: la educación de aquellos que, por diversas razones, no tenían un espacio en el diseño del sistema educativo, cuyas necesidades fueron comprendidas desde un aparato público que desarrolló alternativas. A la luz de un análisis más prolijo, concebidas desde una mirada asistencialista en más de alguna oportunidad, pero que “ se declaran desde el establecimiento de espacios que coadyudarán a la acción docente del Estado y facilitarán al pueblo la instrucción” (Benjamín Oviedo , 1935).
Replicada esta experiencia en Latinoamérica y coincidente con el diagnóstico de la presencia de marcadas diferencias sociales y de accesibilidad como consecuencia del devenir histórico, se da entonces espacio al nacimiento de la Educación Popular como un nuevo modelo de prácticas de planteamiento pedagógico social que facilitan el crecimiento y el protagonismo de los grupos y comunidades desde el desarrollo de proyectos alternativos.
Hoy en día, cuando hablamos de aprendizaje, planteamos que la educación se manifiesta no solo en las escuelas sino en los contextos de relación, es decir, se co-construye. Lev Vygotski señala que el desarrollo intelectual del individuo no puede entenderse como independiente del medio social en el que está inmersa la persona, entendiendo que el aprendizaje es una actividad social y no sólo un proceso de realización individual como hasta el momento se ha sostenido; una actividad de producción y reproducción del conocimiento mediante la cual el niño asimila los modos sociales de actividad y de interacción.
Curiosamente, es este el leit motiv de nuestras acciones pedagógicas en los campos educativos en el Chile del siglo XXI, donde los conceptos de rendimiento y excelencia reconocida son parte de nuestro vocabulario -y en oportunidades no sintoniza con la realidad de múltiples comunidades, diversas, por cierto, en su forma y en su fondo-.
Es aquí donde el modelo de Educación Popular comienza a recobrar sentido, cuando incluimos a todos y todas al derecho de recibir y decidir educación. Precisamente allí, donde la educación formal no alcanza.
La educación, si bien es el mejor instrumento de las sociedades para el desarrollo y el establecimiento del cambio social, requiere de una re significación de la manera en cómo se organizan los actuales sistemas educativos para hacer frente a los desafíos políticos, económicos y socioculturales
La educación, si bien es el mejor instrumento de las sociedades para el desarrollo y el establecimiento del cambio social, requiere de una resignificación de la manera en cómo se organizan los actuales sistemas educativos para hacer frente a los desafíos políticos, económicos y socioculturales que demandan una nueva concepción de hombre y, por ende, una nueva concepción del sentido de la educación.
“La educación popular tendría que representar una propuesta pedagógica que asumiera cuestiones tan centrales como el rol del educador, el papel del conocimiento, la relación del aprendizaje con la acción y lo que ocurre con los sujetos del hecho educativo” (Luis Bustos T, 1996).
Mirar la acción educativa desde espacios no institucionalizados para el desarrollo y fortalecimiento de la persona y la capacidad reflexiva respecto de los modelos de desarrollo, a partir de la cultura y la construcción de experiencias locales, son acciones no sólo de fortalecimiento de la comunidad, sino también de participación en la definición y toma de decisiones.
Es un ejercicio necesario y por qué no, obligado de construcción y apropiación del saber para disminuir la condición de exclusión, desde la definición de otra forma de educar, donde la relación entre aprendizaje y desarrollo humano es más clara, y donde el desafío por la equidad desde una mirada inclusiva implica resignificar la Pedagogía.
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clado
Parece muy interesante que una importante columna de opinión como esta aparezca bajo la firma de una “Facultad de Ciencias de la Educación”, en los momentos que todos estamos esperando que la academia pedagógica universitaria empiece a iluminar “el debate educacional” que debe superar cuanto antes el nivel de naturalidad que caracteriza “lo pedagógico-educacional” en nuestro medio.
Ya es imperioso que se introduzca desde la academia pedagógica instalada en la educación superior el estilo de lenguaje especializado, que legisladores, expertos y padres necesitan para comprender veraz y adecuadamente como y qué es la Formación Inicial de Profesores (Los que ya no podrían enviar “obligaciones escolares al hogar” como reza el “Acuerdo” aprobado en el Senado de la República)
El problema radica en que la FIP se hace para el sistema escolar que debería funcionar suficientemente para “todos nuestros hijos”; es decir, incluidos los marginados o es que éstos ¿seguirán siendo discriminados y es eso lo que ya debe cambiar?
Creo que se está confundiendo intencionadamente la historia, la fenomenología y la epistemología de lo relacionado con la escolaridad por razones claramente distintas de las pedagógico-escolares. ¿Tenemos que volver al S XVIII y matener «los marginados» para justificar nuevas acciones sociales o nos ponemos rigurosos para saber realmente qué es inconmensurable en lo pedagógico-escolarizado?
¿Qué dirá esa Universidad?