Luego de casi dos años de transcurrida la pandemia que azotó al mundo, los sistemas educativos han probado no pocas alternativas para evitar la deserción escolar y asegurar un modelo educativo que logre el objetivo de enseñar. Llega el momento de comenzar con los balances y ver cuánto hemos avanzado o retrocedido en educación luego de tantos meses de tropiezos y confinamiento.
En los primeros meses de la pandemia, las preocupaciones estuvieron en organizar el sistema escolar en cuarentena, como lograr que los alumnos aprendieran con escuelas cerradas y profesores enseñando desde sus casas, luego se instala la idea de la educación virtual o para algunos online, un formato que existe desde hace más de 10 años en Chile que fue impulsada por el CPEIP junto a sus cursos de formación de profesores, desde aproximadamente el año 2008 y que generalmente contaban con un gran número de inscritos, pero con muchos profesores que nunca lograron abrir sus sesiones o realizar sus cursos por la poca motivación que este formato generaba en ellos, los mismos que coincidentemente ahora iniciaban un trabajo en la misma modalidad, los que en esa época al preguntarles sobre el modelo, opinaban de este no era válido y que si no era dentro de un aula el proceso educativo carecía de sentido.¿Cuáles son las medidas que nos pueden asegurar una recuperación de estos aprendizajes que no resulten en una sobrecarga del sistema escolar y para los docentes?
Ahora que el modelo exigía una mayor creatividad, en poco tiempo las escuelas adaptaron sus sistemas escolares a las clases virtuales y comenzaron la dura tarea de educar a distancia.
Han pasado varios meses de esto, se organizó el currículo escolar en un proceso denominado priorización, se entregaron herramientas a las escuelas para gestionar plataformas, se capacitaron miles de profesores, e incluso comenzamos a convivir con conceptos propios de este formato como lo es el webinar; pero después de mucho ensayo – error ha llegado al momento de reconocer que el formato es un fracaso y que por lo menos necesitaremos 4 o 5 años para recomponer la enorme pérdida educativa principalmente de los niños y niñas de las escuelas más pobres de Chile, las mismas en donde según datos entregados por el Informe de Vida en Pandemia de la Universidad de Chile, un 68% de la población infantil experimentaría dificultades para hacer tareas, conectarse a clases, concentrarse y participar, lo cual se traduce en que solo han podido acceder a material impreso en algunos casos y que muchas veces es insuficiente. En esta línea, hace unas semanas el Mineduc reconoce el problema e invita a las escuelas a repensar como salir de esto, pero como es común en nuestro país, sin comunicarlo de forma clara a todos los actores y perpetuando el problema original de la mala comunicación con las comunidades escolares y que viene solo a complicar un problema persiste que trajo el formato virtual desde sus inicios.
La encuesta buscaba preguntar qué acciones se pueden hacer en un tiempo breve, las cuales quizás puedan mitigar el impacto negativo de la pandemia en el sistema educativo chileno. Así se ha reconocido que la interrupción prolongada de clases presenciales provocó un profundo daño en los aprendizajes y en el bienestar socioemocional de los niños y jóvenes del país y por tanto se hace necesario volver a clases presenciales y de esa forma recuperar los aprendizajes que se han perdido, en un plazo de cuatro años, lo que podría considerarse como válido, pero ¿Cuáles son las medidas que nos pueden asegurar una recuperación de estos aprendizajes que no resulten en una sobrecarga del sistema escolar y para los docentes? Tomando en consideración a la presión propia del mismo plan y no olvidando que el SIMCE sigue siendo un elemento de agobio para escuelas y profesores, el que pasar de la crisis sanitaria, jamás ha dejado de estar presente en los discurso de las autoridades educativas.
Se han planteado algunos caminos que podrían verse correctamente encaminados, pero el problema es si serán integrales y abordaran la problemática como un todo y no solo estando focalizados en saturar el currículo o aumentar las evaluaciones estandarizadas, como por ejemplo la inclusión de los programas D.I.A (Diagnóstico Integral de los Aprendizajes) y el programa Escuelas Arriba que están lejos de asegurar unja educación de calidad a millones de niños y niñas que a la fecha siguen excluidos y son invisibles al sistema escolar chileno. Por otro lado, entre las medidas que se han planteado ahora se mencionan: continuar con la priorización, formar directivos centrados en el aprendizaje, potenciar el uso de la T’ics, evitar y anticipar el abandono escolar, flexibilizar la jornada escolar, flexibilizar el uso de la subvención, modificar el sistema de excelencia de los establecimientos SNED, eliminar las consecuencias del sistema de medición de la calidad (SIMCE). En general medidas que apuntan a la escuela dejando de lado a las familias, que sin lugar a dudas han sido un factor determinante en el correcto funcionamiento de este sistema.
Al ver estas medidas no queda más que pensar que aún tenemos mucho que avanzar y poco tiempo, las medidas requieren urgencia, pero por sobre todo debemos garantizar que nuestros niños y niñas puedan por fin acceder a un sistema educativo basado en la equidad y solidaridad, cosa en la que sin duda estamos al debe y contra el tiempo ya que sigue corriendo aumentando mucho más las brechas.
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