Sostenedor, el que sostiene, el que apoya. Un sostenedor sustenta un sistema cuando cae, mantiene a una persona cuando está por caer. Un sostenedor es la imagen latente de nuestra alicaída educación chilena. Uno de los tantos tópicos a resolver. El negocio es maravilloso. Una empresa educacional siempre tiene que verse abastecida de lo primordial: un cerebro con signo peso. No se preocupe señor y señora, da lo mismo si tiene cuarto medio, da lo mismo si conoce el rubro, da lo mismo si alguna vez estudió para una prueba, da lo mismo si es profesional de la educación, da lo mismo, el único requisito es tener dinero y si es mucho, mejor; aun cuando lo necesite de vuelta y quiera las utilidades de esa inversión y esa es la cuestión de fondo: hasta donde lucra y cuánto sabe de educar.
Señora y señor le doy un ejemplo básico. Un colegio funciona como unidad, como conglomerado donde sus pupilos, hijos o hijas pasarán doce años de sus vidas para un porvenir mejor, en esa unidad conocerán alegrías, tristezas, amigos, amigas, maestros y construirán su carácter y espíritu. Funciona como un equipo de integración educativa, como un equipo de amigos, como un equipo de bomberos, como un equipo de pescadores, etc. Salvo por un detalle, para el sostenedor este equipo es capital humano y un bien de empresa que requiere explotarse para recuperar lo invertido.
Ahora bien, este sujeto, muchas veces, no está al tanto de lo que ocurre en el establecimiento o peor aún: sabe e interviene en un consejo de profesores, a un jefe técnico o a un paradocente, perpetuando de esa forma un malestar generalizado en el devenir de la escuela por la desinformación y el recurso barato de oficiosidad. No se preocupe, a pesar de esta intervención, el profesor o profesora todavía está en el consejo escuchando atentamente las palabras de este individuo. El problema de fondo: nunca se planteó un objetivo ético y moral al construir un colegio. Está convencido que con su intervención los objetivos se cumplirán ipso facto, como si en la educación los objetivos se cumplieran a corto plazo. El sostenedor cambia, intercambia, dice, modifica, coloca, etc. con tal de hacer próspero su negocio, pero hace tortuoso el andar de la tarea educativa y no le consulta al director o directora, líder natural en un colegio. Crea intermediarios, que pueden ser un director o un jefe de unidad técnica, que muchas veces son familiares de ellos (esto lo veremos en otro capítulo) o soplones que sirven de chivos para los despidos injustificados. Perdón, ya no hay despidos, los profesores se van sin siquiera avisar muchas veces, cansados y cansadas de la explotación, no tan sólo de la carga horaria sino más bien del clima laboral que encontramos en estos establecimientos donde la paz y la tranquilidad son ausencias permanentes de la tarea pedagógica, ¿por qué entre otras cosas? porque estamos en presencia de individuos que no tienen idea de la idea sobre tarea educativa y para hacer duradero su negocio se aprovechan y llevan al límite su poco oficio social para con las instituciones. Toda institución educativa se origina a partir de un compromiso voluntarioso con la sociedad. La institucionalidad no puede perder su ética ni compromiso moral con los educandos ni con los profesores.
Denunciados muchas veces, la ley no les restringe seguir haciendo negocios. No les restringe seguir lucrando a pesar de las denuncias. Conocidos son los casos de los colegios cerrados, universidades cerradas por deudas, cotizaciones no canceladas, profesores que ven postergadas sus demandas por estos individuos que lucran a costa de los demás y que más encima la ley les permite hacerlo. ¿Cómo pasa esto? Dirá usted. Sí, esto pasa, pasa todos los días y en Chile para que lo sepa.
Si, había que decirlo, esto necesita más que una reforma. El negocio está hecho y es muy bueno. La ley lo permite y los gobernantes callan, pero qué más da si mientras exista negocio a los sostenedores nadie los sostiene.
Una reforma educacional implica, terminar de una vez por todas con esta institucionalidad ambigua, entre otras cosas, como lo son los colegios particulares subvencionados, que no se sabe para dónde reman, si para allá o para acá, nunca se sabe lo que son, no rinden cuentas, reciben dinero del Estado pero no los pueden regular, donde el negocio familiar importa más que la educación: invenciones de un sistema educativo neoliberal que se cae a pedazos y que requiere de suma urgencia el antídoto y no ya la discusión ni el debate, ¡acá no hay nada que discutir señores!, esto pasó el límite y lo que hacen estos señores es aprovecharse abiertamente del estado y del dinero de todos los chilenos a costa de los más necesitados y de los más ilusos en materias educativas. No regularemos con un simple interventor el contenido de lo que se hace en un colegio. Qué necesitamos a priori: regulación apolítica, nunca falta el amigo del amigo que está en la corporación o en el crédito o en la fila. Prescripción del nepotismo en la jerarquía de un colegio, los sostenedores no pueden hacer uso facultativo de poner a un familiar o a quien no esté capacitado profesionalmente de director, jefe de unidad técnica o inspectora en un colegio, prohibición a perpetuidad para los sostenedores deudores, y así y así podría seguir interminablemente.
Si, había que decirlo, esto necesita más que una reforma. El negocio está hecho y es muy bueno. La ley lo permite y los gobernantes callan, pero qué más da si mientras exista negocio a los sostenedores nadie los sostiene.
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