Ríos de tinta han corrido este último tiempo, junto a ráfagas de palabras pronunciadas con frustración, molestia y a veces, franca ira. Marchas, protestas, desfiles, manifestaciones, tomas y performances se siguen y desvelan , irritan y molestan a la ciudadanía y al gobierno.
El cuerpo social está enfermo y los fenómenos nombrados constituyen una sintomatología alarmante. Fiebre, convulsiones, dolores , edemas y vómitos afectan al enfermo mientras los médicos no atinan a definir el mal y menos, a darle remedio.
Aysenitis, estudiantitis, magallanitis, calamitis, polaritis son algunos diagnósticos que circulan y parecen combinarse en un cuadro de preocupante etiología. Ni siquiera la futbolitis común alcanza a explicar nuestro malestar ni menos, encontrarle remedio.
Sin disponer de las artes y técnicas necesarias para diseñar una terapia eficaz, me atrevo a insinuar una especie de crisis de personalidad que nos afecta y no logramos superar. Una crisis de identidad, como aquellas que se presentan en la adolescencia. En breve, somos una nación en pleno proceso de pubertad. Hemos experimentado progreso, pero no nos damos cuenta de ello. Se mueven diversas hormonas que nos sorprenden y que no sabemos manejar, se manifiestan diversos síntomas de maduración que nos satisfacen y frustran a la vez, cruzamos profundas depresiones y súbitas euforias, nos ataca la ira y la risa en una sucesión que , a veces nos hace mostrarnos como bobos.
Con dolor y esfuerzo superamos a un déspota que nos regía por la fuerza y la humillación y eso fue un logro del que nos enorgullecemos. Vivimos luego una alegría breve, casi efímera, como una borrachera de vino tinto. Y ahora enfrentamos un lunes sombrío y gris, hace frío y nos han robado los colores del arco iris. Llegará luego el momento de terminar con las pataletas porque habrán cumplido con su fin, el de llamar nuestra atención al hecho de que algo nos está pasando, que algo no anda bien.
Una vez aplacadas las iras y retornados a la serenidad, podremos identificar con mayor claridad nuestro problema y podremos ponderar la naturaleza de nuestro malestar. Estamos atragantados con el mercado; nuestra enfermedad se debe denominar mercaditis, y la nuestra es aguda y crónica a la vez.
El mercado es insustituible como herramienta para producir, distribuir y vender tomates, lechugas y cebollas. No hay mejor sistema para que ellos lleguen a la ensalada en términos de calidad, precio y oportunidad. Alguna vez intentamos abolirlo y nos fue pésimo. Tanto es así que intentamos aplicarlo como panacea para todos nuestros males. Incluso, a la educación. Y ahora comprobamos con dolor que hemos llevado las cosas a un extremo intolerable. El mercado – como su nombre lo indica – a su lugar. Útil y eficiente para regir sobre la distribución de algunos bienes. Pero absolutamente insuficiente para regular por sí mismo aquellos bienes más esenciales a la condición de seres humanos: la salud y la educación. Su entrada ha sido un fracaso estrepitoso: tenemos una educación deficiente, carente de sentido y absolutamente injusta. Es más, tiende a engendrar, mantener e incrementar la estructura clasista que caracteriza nuestra sociedad y nos pone en un lugar vergonzoso en el concierto de las naciones. Ésa sería la primera conclusión que tenemos que aceptar como implacablemente cierta.
Hecho un primer diagnóstico, corresponde entonces encontrar una terapia. Intentemos hacerlo.
El gobierno está enfrentando los “disturbios” con la receta habitual. Un poco de represión a base de gases lacrimógenos y agua sucia, una cucharada de buena intención, medio litro de soluciones puntuales, una pizca de honestidad, 4 kilos de promesas vacilantes previamente diluidas en agua tibia, condimentos a gusto de chascarros, confusiones y citas extraviadas . Revuélvase hasta formar una masa viscosa y pegajosa, déjese leudar algunos meses y póngase al horno hasta las vacaciones de verano. El resultado es previsible: un producto insípido e indigesto.
A mediano plazo, la situación, si somos inteligentes, es más auspiciosa.
Úsese en plenitud la herramienta que tanto nos costó conquistar: la democracia. Inscribámonos en masa en los registros y tomemos la decisión de votar. Nuestro voto no debe regirse por el mercado, sino por la razón. Digámoslo con todas sus letras: votaremos por quien sea capaz de proponer un plan concreto para volver a la educación gratuita para todos. Que demuestre que volveremos a niveles de calidad que hemos perdido, que nuestras universidades vuelvan a ser prestigiosas como lo fueron en otra época.
Nuestro voto no será conquistado con promesas de toda índole. No volveremos a dejarnos engañar. Votaremos por planes concretos, medidas reales, proyectos factibles.
Señores políticos, estamos hablando en serio. Déjense de una vez por todas de discutir en el aire, de invocar principios que ni ustedes creen. Ha llegado el momento de trabajar en serio. Si ustedes presentan al veredicto de la ciudadanía un estudio serio, basado en principios sólidos e ideas creativas, si se comprometen a actuar de manera coherente y leal, si se deciden a enfrentar con valentía a quienes seguirán oponiéndose a todo lo que amenace sus privilegios, votaremos por ustedes. Tenemos muchos votos y encontraremos un(a) candidat@ ganador. Y echaremos a andar.
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Foto: Kena Lorenzini
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pstaiger
Interesante tu idea, pero ¿cómo se va un país de la casa de sus padres?
Tal vez es más lógico echar a lospadres de la casa.
gabmarin
La Constitución es la casa de los padres.
pstaiger
Gabriela querida, diste en el clave. Esta constitución, este engendro parchado y remendado no nos sirve. La pregunta es:¿cómo cambiamos la constitución?
Obviamente, (re) conquistando el poder con una mayoría tal que permita hacerlo. Eso se puede lograr – a mi juicio – con un programa que lo contemple dentro de sus primeras prioridades, junto con la demás nombradas en la columna,
gabmarin
Pedro, si el paciente no está enfermo, y en realidad está pasando por un proceso asociado a su pubertad, más pronto o más tarde, tendrá que asumir la única salida: irse de la casa de los padres. Aunque la posibilidad de recurrir a la justicia y declarar interdictos a los progenitores también es una posibilidad.