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De instituto y discriminadores nacionales

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Un colegio, estatal o privado con apoyo fiscal, tiene una responsabilidad social equivalente. Lo que Chile necesita no es menos lucro en la educación, sino que más responsabilidad social de las instituciones, estatales y privadas subvencionadas. Es que hay un sentido común que se nos quedó encarpetado hace mucho rato: es tan malo discriminar por plata como lo es hacerlo por género, o capacidad cognitiva.

La discriminación es una sopa que los chilenos servimos hirviendo. A veces, las más, ni siquiera somos conscientes de aquéllo.  ¡Ojo con eso!

Cuando hablamos de un modelo de educación pública igualitario e integrador, no faltan los que miran al cielo, con ojos compungidos, y mencionan, con aire académico, el nombre insignia del Instituto Nacional. Sin ir más lejos, el siempre denostado, aunque también siempre rampante Joaquín Lavín, como idea madre de la educación, propuso, alguna vez,  replicar el modelo “institutano” en otras regiones de nuestro país.

No es mi intención patear la puerta y pretender derribar más de un siglo de historia. No soy Benjamín González: ni tengo  su ambición y ya perdí, hace varios años, la clarividencia profética, monopolio de los quince años de edad. Mi propósito es más humilde: simplemente señalar como sociedad, e incluyo a Mario Waissbluth en esto, no hemos siquiera bosquejado la idea de una educación pública en un sentido profundo. Es que, si hablamos en rigor y comparamos los discursos y panfletos, de uno y otro lado, la idea de educación pública se reduce, así sin más, a la idea de “gratuito” y “estatal”. Repudio esa idea. A la hora de hablar de educación pública las cosas van más allá de la plata. Lo digo en sencillo: no veo diferencia alguna entre el Grange School y el Instituto Nacional, por una razón simple: ninguno de los dos proyectos realmente es un proyecto integrador. Dicho a la inversa: ambos son excluyentes.

Al primero le gusta la gente con  plata que, además, tenga cierto talento, llamémoslo natural, para el asunto. Al otro la gente con plata o sin plata le importa menos, pero lo que le molesta son los tontos. Entiéndase “tonto” en una categoría bastante amplia, en la que cabemos usted y yo juntos y con, todavía, mucho espacio para nuestros vecinos. Si usted no tiene plata para entrar al Grange y tampoco tiene un CI, digamos “aceptable”, entonces también olvídese de entrar al Nacional. ¡Francamente lamentable!

Me rehúso a aceptar tal realidad. Primero trataré de ser honesto y transparente. Primero, ni estudié en el Grange ni pude entrar al Nacional. Igual Dios no me ha faltado, y no me ha ido mal, aunque tanta plata no tenga. Creo en la libertad personal, creo en los colegios privados y soy escéptico de la capacidad estatal de controlar y liderar un proceso educativo complejo, en calidad de monopolio, abierto al mundo y de calidad. Igualmente debo decir que también creo en los vouchers de Friedman, a estas alturas absolutamente desprestigiados y olvidados, aunque entiendo en boga en el mundo escandinavo (¡para colmo de males, Marco!).

Mi problema no son los vouchers, ni el Estado ni los colegios privados. Mi punto acá es que, tanto el uno como el otro, han hecho de la discriminación la herramienta predilecta de trabajo. Me opongo a eso.

Un sistema público de educación, basado en instituciones estatales y privadas, sin fines de lucro o bien reguladas en ello, debería tener ante todo un plan de “responsabilidad e integración social” como buque insignia. ¿Qué es esto? Por ejemplo, si la escuela recibe financiamiento estatal, y sin importar su propiedad, debería educar un alumnado diverso en lo económico, social y en lo cognitivo. Por ejemplo, requiriendo a todos los colegios que mantengan una curva normal en lo que al CI se refiere. Con ello regularíamos la discriminación cognitiva.

En definitiva, un colegio, estatal o privado con apoyo fiscal, tiene una responsabilidad social equivalente. Lo que Chile necesita no es menos lucro en la educación, sino que  más responsabilidad social de las instituciones, estatales y privadas subvencionadas. Es que hay un sentido común que se nos quedó encarpetado hace mucho rato: es tan malo discriminar por plata como lo es hacerlo por género, o capacidad cognitiva. En el Chile actual, como diría Tomás Moulian, no hay lugar ni para rotos ni tontos. ¡Da para pensar!

 

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Comentarios

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María Gabriela Vásquez Moncayo

22 de febrero

Estoy muy de acuerdo respecto al concepto de discriminación, y es que como tú dices, este refiere a un ámbito muchísimo más amplio que el de quién tiene más o plata o no.
Definitivamente un educación integradora es necesaria, puesto que lo que más nos quejamos en cuanto a Chile es que es un país que presenta un índice Gini sorprendente, pero que no sólo basa su desigualdad en plata.
Bien pues Rodrigo, es un tema que da para rato… muy interesante.
Nos vemos por ahí.

Un saludo

23 de febrero

Muy buen punto. Agregaría que la sociedad chilena es extremadamente estratificada y que esa extratificación se sustenta en una serie de discriminaciones más o menos visibles. Desde la raza, sexo, edad, color de piel, modo de hablar, formas de vestir, ingreso económico, lugar de residencia, tipo de apellido y un largo etcétera. Una que ha quedado en evidencia en el último tiempo es la de ser chileno «mestizo», como la mayoría de los chilenos.. Realmente somos una sociedad enferma.

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