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Chile y su falsa Sociedad del Conocimiento

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Existe entre nuestra clase política y funcionaria estatal, desde hace varias décadas, una interpretación de la realidad y objetivos de la educación chilena que nace como elemento de comparación con los países desarrollados. Lo complejo de las comparaciones lleva a asumir ciertas metodologías indagatorias que le otorgan una extremada sobrevaloración al supuesto aislamiento y posterior medición "objetiva" de variables de los sistemas. No es casual, entonces, que todos los modelos de desarrollo signifiquen una comparación de esas variables con lo que dictan los países "desarrollados." Ejemplo de ello es la, por decirlo elegantemente, agradecida consideración por nuestro país en las últimas cifras planteadas por el informe de la OECD en su análisis del panorama educativo, y que ha sido resaltada por un influyente investigador chileno. Con datos como esos es que se nos llama a ver con optimismo las cifras macroeconómicas que mostrarían a Chile como un país en vías de desarrollo hacia la mentada "sociedad del conocimiento," muy por "encima de los países de la región."

Sin ahondar en las generalmente útiles descripciones y contribuciones que tiene la línea de investigación de sistemas educacionales comparados, creo que es necesario considerar más variables en el mapa de la educación chilena antes de mirar con tanto optimismo las cifras, que por muy objetivizables que sean, siguen siendo construcciones de la tecnocracia para construir una realidad simple a partir de elementos más complejos. En el caso chileno, los defensores de estas cifras se han esforzado con mucho éxito en demostrar a todo el mundo que Chile está en la senda de los países desarrollados: se ha incrementado el ingreso per capita, la educación formal se ha extendido, la educación universitaria se ha también expandido en cobertura, y la fuerza de trabajo se ve más educada. Suficientes datos para decir que Chile empieza a vivir la gran historia de los países desarrollados en el siglo XXI: la sociedad del conocimiento.

Las cifras, como cualquier otra construcción humana, esconden otros factores que no son considerados en su complejidad por los influyentes del club de los "desarrollados" ni por sus seguidores en estos terruños latinoamericanos. Por ejemplo, no se considera que la sociedad del conocimiento es un constructo que nace para explicar los nuevos patrones de trabajo en sociedades industriales que sufrieron importantes transformaciones con el proceso de globalización. Esas transformaciones incluyeron la movilidad de sus sistemas productivos concretos (industriales) hacia países que ofrecieran contextos más favorables para el trabajo material mal pagado, mientras la administración y las decisiones se mantenían en los grandes centros desarrollados como consecuencia de la disponibilidad de tecnologías de información y comunicación.

Asimismo, ocurrió que el capital corporativo financiero adquirió mayor capacidad de influencia en la economía, creando la necesidad de contar con formas de administrar la información que condujeran a sistemas más fiables de especulación financiera. Se suma a lo anterior la capacidad para trabajar en la innovación tecnológica, que requiere del trabajo creativo y el desarrollo de comunidades e individuos conectados y partícipes en torno a la creación de valor a partir del conocimiento, que modifica las fuentes que creaban conocimiento. Si antes eran las universidades y centros de estudios, en las sociedades del conocimiento son comunidades empresariales en que el riesgo de perder es mucho mayor que en nuestras sudacas comunidades empresariales, pues no se cuenta con un recurso tangible para explotar, sino uno inmaterial, que es el trabajo de quienes tienen capacidad de interactuar con la información y producir conocimiento. Eso ha influenciado de sobremanera los patrones de uso del tiempo en la población y requiere, para su mantención, de una infraestructura que permita la reproducción del conocimiento. Pero también la infraestructura debe permitir el intercambio de información y la diversidad de visiones en comunidades que interactúan para crear conocimiento.

En Chile, el proceso de industrialización no se completó. Es más, sufrió una sostenida disminución después de que la dictadura de Pinochet acabara con la ola desarrollista impulsada por el Estado chileno después de la segunda guerra mundial. Gran parte de la innovación tecnológica hoy se hace al alero de la inversión Estatal en sectores directamente ligados con la explotación de recursos naturales (minería y agroindustria), sin incurrir los empresarios en el gran riesgo de tener que innovar con el trabajo inmaterial de la población educada.

La legislación impulsada en dictadura otorgó condiciones de bajo riesgo para la inversión del capital financiero, que en las formas de AFP e Isapres ha usufructuado de un constante recurso material en Chile, como son los sueldos de sus trabajadores, sin arriesgar sus capitales en las especulaciones que el capital financiero del mundo desarrollado tuvo que sortear. Por tanto, no existe necesidad en los empresarios de crear grupos de iniciativa basados en el conocimiento con impacto en la economía nacional, puesto que la innovación se importa gracias a que existe en los países que invierten en Chile y gracias al financiamiento estatal. A pesar de la creciente instalación de una economía de servicios propia de una sociedad del conocimiento, los grandes grupos económicos mantienen los patrones de explotación rentista que han mantenido desde la colonia: primero rentando de los recursos naturales en la minería y agroindustria (incluyendo a los habitantes de los pueblos origninarios), ahora rentando del trabajo inmaterial de una mano de obra educada.

Sin embargo, existe en Chile un metarelato que le otorga una gran valoración a la educación como forma de salir de la pobreza. Ello ha permitido que los grupos financieros que especulan en el mercado de valores lo hagan con la educación de los chilenos y chilenas, invirtiendo en infraestructura y programas académicos para quienes no habían tenido acceso a la educación superior anteriormente. Pero como el riesgo no puede ser tan grande, estos mismos grupos han influenciado al Estado para que les financie el riesgo de invertir en la educación de quienes probablemente no podrán pagar. La receta es conocida en otros países, y significa que gracias al relato de la necesidad de la educación superior para todos, grandes sumas de dineros públicos van a parar a las arcas del capital multinacional financiero, en el caso de las universidades internacionalizadas, y las arcas privadas, en el caso de los sostenedores de colegios subvencionados. No quiero decir con esto que no deben abrirse oportunidades educacionales para los que no las han tenido, sin embargo es necesario considerar este factor del contexto.

Por otro lado, los grupos que han sido educados para la creación del conocimiento hoy se ven enfrentados al conflicto con el gobierno empresarial. Ello puede estar radicado en el visiblemente arraigado sentimiento del empresariado de que se puede prescindir de quiénes trabajan inmaterialmente en la producción de conocimientos, puesto que es un gasto que no se requiere con tanto proteccionismo Estatal y por las características pre-industriales de sus actividades económica.

Siendo así, poco pueden ofrecerle a los empresarios quienes tienen una cuota de creatividad para transformar conocimiento en valor. Así las cosas, Chile puede gozar de cifras macroeconómicas que lo ubican mejor en la "tabla de posiciones del desarrollo," pero que no tiene un impacto mayor en términos de generación de conocimiento con valor comercial.

La creación de trabajos en el área de educación, por otro lado, depende hoy de la inversión estatal y de la inversión privada individual que se transforma en deuda, o sea, es un anclaje del capital financiero al trabajo futuro de miles de personas educadas en la promesa de la sociedad del conocimiento. Cuando la innovación o creación de conocimientos existe, en general se da en condiciones de precariedad laboral, con dependencia de "proyectos" financiados en su mayoría por el Estado, o en las condiciones de riesgo que tomen los "emprendedores" (que son muchos, sin foco en el trabajo inmaterial, con poco o nada de poder y mucho que perder: las pymes).

En suma, los patrones históricos atribuíbles a la creación en Chile de una sociedad del conocimiento no tienen similitud con los patrones observables en el grupo de los "países desarrollados." Aun más: existen importantes trabas para el desarrollo de comunidades diversas cuya principal actividad sea darle valor al conocimiento. Entre las trabas se cuentan la segregación social urbana; la segregación escolar, secundaria y universitaria; el acceso diferenciado a centros de innovación (selección socioeconómica universitaria); la falta de núcleos privados de innovación; la extrema dependencia del capital extranjero; por nombrar algunas.

Esta discusión tiene implicancias importantes en la definición de un proyecto educativo nacional. ¿Será que de verdad queremos ser como el "club de los desarrollados"? ¿O queremos otra cosa? ¿Cuál es el proyecto educativo que está en las mentes de los chilenos? ¿Será uno que multiplique los espacios de igualdad más que los indicadores internacionales de desempeño? ¿Será uno que privilegie los espacios públicos antes que el dogmatismo ideológico privado? Y si queremos ser del club de los desarrollados, ¿qué hay que hacer desde el Estado? ¿Qué hay que hacer desde las Universidades y el empresariado?

Mientras le sigamos creyendo a los tecnócratas que imponen sus visiones ideológicas de los objetivos educacionales sobre un manto de "información objetivizada" y comparaciones internacionales que impiden la reflexión del ciudadano de a pie, seguiremos creyendo que vamos en la senda correcta, aunque nos revienten los recursos naturales y nuestra capacidad creativa sea solo una quimera de cuentos bañados en pruebas SIMCE y PSU, y deudas impagables de la educación para un mundo que de verdad no vivimos nosotros, sino que viven otros.

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Foto: Two ways of visualizing the future – HikingArtist / Licencia CC

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Sandra

27 de noviembre

La primera sensación que tuve al terminar esta lectura fue «Lástima no haberla leído sino hasta ahora»… Después pensé que el tiempo es algo relativo y que en realidad a pesar de los 5 años en realidad nada cambió, y que seguimos en en esta especie de purgatorio… Gracias por compartir tu conocimiento, y demostrar la gran diferencia que hay entre pensar algo y expresar algo…

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