La Economía Creativa es un enfoque que promueve la exploración de estrategias de desarrollo basadas en el capital cultural de los territorios y las comunidades. Es un enfoque que pone de manifiesto las nuevas relaciones entre los conceptos de desarrollo y cultura, binomio además fuertemente impactado por los cambios vehiculados por la interfaz de nuevas tecnologías de información y comunicación.
Si bien, nadie niega que vivimos en una época en que los flujos de información, y especialmente de contenidos y bienes simbólicos, circulan con relativa fluidez, no podemos olvidar que estos contenidos son producidos por personas y organizaciones en determinados lugares, y que esos flujos de contenidos culturales producen efectos y transforman los territorios de esas u otras personas. Esta mirada situada que otorga la dimensión del “territorio”, que no tiene nada que ver con la preeminencia de lo local por sobre lo global, permite realizar algunos análisis en cuanto a efectos y relaciones de algunas iniciativas.A partir de este año se comenzó a implementar el ‘Plan Nacional de Fomento a la Economía Creativa’ (PNFEC), con el propósito de articular instrumentos públicos de forma coherente y sistémica con el objetivo de fortalecer el desarrollo del sector creativo.
En Chile, el enfoque de la Economía Creativa se ha posicionado en la agenda del sector cultura y de las agencias de fomento productivo en razón de los compromisos asumidos por la actual administración de la presidenta Michelle Bachelet, en la forma de un plan especial de fomento y la creación de un comité interministerial para la generación de políticas públicas en su favor.[i]
A partir de este año se comenzó a implementar el ‘Plan Nacional de Fomento a la Economía Creativa’ (PNFEC), con el propósito de articular instrumentos públicos de forma coherente y sistémica con el objetivo de fortalecer el desarrollo del sector creativo.
Desde el punto de vista de la política cultural, a pesar que se reconoce el efecto positivo del enfoque de Economía Creativa como un vector de incremento en los presupuestos orientados al sector, existe una fuerte preocupación en torno al riesgo de que políticas culturales orientadas por este enfoque terminen apoyando de manera exclusiva prácticas culturales y artísticas con niveles de rentabilidad que impacten el PIB nacional, es decir, actividades culturales que generen empleo y mercados de bienes culturales, en desmedro – y el eventual abandono – de otras prácticas culturales que no cubran ese requisito.
Ciertamente, en Chile es posible constatar algunos ejemplos que dan cuenta de cómo la territorialización del enfoque de Economía Creativa define ciertas prácticas culturales como prioritarias por sobre otras en razón de su impacto económico, y ciertos territorios urbanos como escenarios privilegiados de acción, léase Santiago, Valparaíso, Concepción y Valdivia. La consecuencia de estos sesgos en la política pública vinculada con la Economía Creativa se traduce en iniciativas con bajo impacto territorial, excesivamente sectorializadas y en estricto rigor muy poco inclusivas. De ahí la importancia de incorporar una mirada de desarrollo territorial a la ecuación.
Cuando hablamos de ‘Desarrollo Territorial’ (DT), estamos hablando fundamentalmente de procesos de cambio, procesos de transformación productiva e institucional, pero fundamentalmente social y cultural. En este sentido, el DT no es lo mismo que Desarrollo Económico Local, por su carácter multidimensional. Tampoco, como se suele creer, es sinónimo de “desarrollo endógeno”, por la importancia que tienen las relaciones y articulaciones entre territorios, entre actores públicos y privados, el conocimiento local en diálogo con conocimiento externo o la articulación con mercados diversos.
Los datos indican que los mega-conglomerados urbanos, especialmente en Latinoamérica, están alcanzando un punto de estabilización poblacional significativo, y los territorios que comienzan a tener un auge en su crecimiento e importancia funcional son lo que se conocen como ciudades intermedias, territorios que encarnan y vehiculan los vínculos urbano-rurales, y que en países como los nuestros, son determinantes.
Por lo tanto, un enfoque de Desarrollo Territorial que atienda la diversidad biocultural de los territorios, es decir, no sólo las prácticas, bienes o servicios de carácter artístico o cultural, sino también todo aquello que se relaciona con el patrimonio natural, y especialmente su articulación, como expresión identitaria del devenir cultural de las comunidades, puede transformarse en un activo en el cual se sustenten proyectos de transformación productiva, institucional y social de los territorios.
La ventaja que tiene un enfoque de este tipo es que permite incorporar prácticas culturales y creativas que estaban quedando marginadas de una mirada de la ‘Economía Creativa’ centrada en las urbes, las industrias culturales y los servicios creativos. Permite, mejor aún, imaginar diálogo entre prácticas contemporáneas, intensivas en innovación cultural y nuevos medios, y prácticas culturales tradicionales, fuertes en identidad territorial y cultural.
Estamos hablando de la oportunidad de articular procesos creativos territoriales que pongan en valor lo propio (patrimonio cultural y natural articulados); involucren -por lo tanto- procesos de identificación, apropiación y promoción comunitaria de activos bioculturales del territorio (sostenibilidad); generen autoestima y cohesión social, economías locales a través de vínculos urbano-rurales e innovación hibridando prácticas culturales contemporáneas y tradicionales.
Seguramente se podrá discutir sobre la aproximación al Desarrollo Territorial que se está manejando, pero sin lugar a dudas una política que ponga atención en la noción de territorio y las relaciones que contiene y articula, es un nuevo punto de partida para un enfoque de Economía Creativa que debe dar pruebas de sostenibilidad e inclusión.
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