Esta semana, el Gobierno de Sebastian Piñera recibió una buena noticia en materia laboral. En 2011 la economía chilena fue capaz de crear 210.000 empleos y absorber a las 181.000 personas que entraron a la fuerza de trabajo. Así, terminaron los primeros 2 años con desempleo en 6,6%, casi tres puntos menos de lo que había cuando asumieron y la tasa más baja desde que existe la nueva encuesta del INE.
Pero ¿es esto sinónimo de un mercado laboral chileno robusto y sano? No. En absoluto. Más aún, con una transversalidad que cruza el espectro político, no debemos dejarnos enceguecernos con estos resultados y tenemos que tener en mente que los problemas laborales persistirán, y que si hay algo que se requiere es una reforma laboral.
El 2011 dio buenos datos en esta materia, pero los problemas de nuestro mercado laboral siguen latentes y en la autoridad se debería abrir un debate sobre la relevancia de un cambio de segunda generación. Chile ha reaccionado bien a la crisis mundial y eso abre una oportunidad real para llevar una reforma laboral al primer lugar de la agenda oficial. Si bien se puede ver difícil defender la idea de un cambio que cruce todos los tópicos del trabajo en un contexto de bajo desempleo y más con el germen de la crisis del euro al acecho, tenemos que estar convencidos de que un mercado apretado (al margen del pleno empleo) como el actual es el escenario ideal para debatir sobre una reforma global.
Uno de los indicadores para medir el pulso laboral es el desempleo y, según éste, Chile pasa por muy buen momento. Pero este indicador es incompleto, pues no considera tres factores: tasa de empleo, tipo de empleo y su distribución. Tenemos falencias importantes en los tres aspectos.
Hablar de ‘pleno empleo’ mirando una sola variable es equivocado y envía una señal errónea a los tres millones de chilenos que estando en edad de trabajar aún no lo hacen y a los otros 7 millones que están trabajando, respecto de la calidad de su empleo. En ese sentido, una reforma integral cobra pleno sentido.
Sobre la mesa hoy tenemos la propuesta de reforma transversal de la UAI y la mesa de negociaciones de CPC con la CUT, que acaba de entregar sus resultados. Además, tenemos el diagnóstico de la Ocde, que en su último informe volvió a insistir -como viene planteando hace años- en la necesidad de eliminar trabas que restan competitividad y eficiencia al mercado laboral chileno. Entre ellas, citó nuevamente las indemnizaciones por años de servicio (una fracción no mayor al 7% de los trabajadores las percibe), la rigidez del salario mínimo y las normas que impiden relaciones laborales modernas.
Dónde están los problemas
El 2011 fue bueno si lo miramos por encima, con los números. La creación de empleo subió 2,9%; la fuerza de trabajo aumentó 2,3% y el empleo formal se elevó 5%, volviendo al estado anterior a la crisis de 2008. Sin embargo, los llamados "colchones duros" de desempleo, es decir, los jóvenes, la mujeres y los trabajadores menos preparados, siguen rezagados con tasas altas. Los datos del INE alertan sobre el punto. Hoy la tasa de desempleo femenino es de 8,2%. En el grupo de jóvenes es peor: en el tramo de 20 a 24 años, el desempleo llega a 15,4%.
Cabe preguntarse si lo que pasó en 2011 es una mejora estructural de la economía chilena o sólo es meramente el resultado del rebote postcrisis. Los datos nos indican que tenemos una baja tasa de empleo en jóvenes y mujeres, que los más pobres tienen menores tasas de empleo que los más ricos, en una diferencia mayor a nuestros países vecinos incluso, y que una fracción importante de personas trabaja informalmente.
Y si bien la tasa de ocupación subió en un año hasta 55,8% (0,7 decimas más), la tasa de participación laboral, de 59,7% en el período, está entre las más bajas de los países Ocde y evidencia que hay por lo menos unos cuatro millones de chilenos que están fuera del mercado. Aún más, la tasa de participación femenina, de apenas 47,8%, persiste como la menor de Latinoamérica.
Pero el problema continúa una vez dentro del mercado laboral. Algunos economistas, como Andrés Velasco (ver critica a esa mirada en este post), han planteado la tesis de que el trabajo es una de las herramientas más eficaces para disminuir la desigualdad, algo que ya se estaría notando con la mejora que ha tenido el empleo en los últimos dos años, según da cuenta un estudio que acaba de realizar la Segpres. Pero no es todo. A través de datos de ONG’s y Fundaciones, tenemos la certeza de que la calidad del trabajo asalariado no es la mejor y la proporción de empleo por cuenta propia aún es alta para el tamaño del país, lo que da cuenta de que el mercado formal no da abasto. Las relaciones laborales están lejos de los estándares internacionales.
Ante esto, tenemos la genial visión de LyD, que nos dice que en este país "Tenemos leyes que dificultan y encarecen la creación de puestos de trabajo, como el artículo 203 de salas cuna, las indemnizaciones y la rigidez del salario mínimo. Son temas que se discuten hace años, difíciles, pero hay que abordarlos". Pero quien entiende a estos tipos…
¿Y en qué está el Ejecutivo?
Si bien no adoptó un compromiso de reforma laboral, el programa de gobierno de Sebastián Piñera sí se pronunció respecto de la importancia de modificar la legislación y de las anomalías del mercado chileno.
El panfleto de Gobierno dice: "Nos proponemos corregir las limitaciones que dificultan las oportunidades de trabajo, especialmente de los jóvenes y las mujeres (… ). Los gobiernos de la Concertación con sus políticas han dificultado la creación de puestos de trabajo", añade.
Pese a ello, y aun cuando el diagnóstico académico está, la CUT y la CPC logran acuerdos, y el espacio público existe, el gobierno se resiste a abrir el debate, argumentando lo polémico que resulta el tema. Distinto al tema tributario, donde sí tuvo la disposición de avanzar en el posicionamiento publico, aun cuando también hay posiciones encontradas y ni en sus propias filas existe acuerdo.
La ministra del Trabajo, Evelyn Matthei, ha argumentado que el punto radica en la imposibilidad de lograr consensos -incluso en las filas oficialistas- y en la inviabilidad política que eso significa. Pero en el mundo académico discrepan de esta visión y creen que es justamente un plan de cambios segmentados lo que dificulta el consenso para un cambio global. Hay bastante acuerdo sobre la necesidad urgente de reformas laborales, pero con una estrategia de reformas mínimas y estéticas es improbable llegar a un acuerdo. Si el gobierno tiene interés de buscar el espacio político y legislativo para regular en temas como el uso de multi RUT o como lo hizo con la creación del posnatal parental, debiera abrirse a un debate de más largo vuelo y atreverse con reformas significativas en materia de indemnizaciones, negociación colectiva y sindicalización.
Es necesario que este Gobierno se ponga los pantalones y abra el debate en un tema esencial para los próximos años, algo en que hemos estado estancados desde las reformas de Pinochet al Código del Trabajo, dándonos espacio para la modernización del mercado laboral.
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Foto: Claudio Olivares Medina / Licencia CC
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