Partiré confesando mi más estrepitosa ignorancia de las leyes tributarias. Hago mis boletas de honorarios, declaro mi IVA y además lo pago religiosamente. O sea, cumplo mis obligaciones tributarias. Lo que ignoro – y prefiero seguir haciéndolo – es el intrincado y misterioso mecanismo de los impuestos a la renta. Los que afectan (o no) a las empresas, los que afectan (o no) a los dueños de las empresas. Pero mi percepción de los hechos me hace pensar -como al príncipe de Dinamarca- que algo huele muy mal en nuestro país.
Soy a veces ingenuo y me pregunto con candidez para qué sirven los impuestos y quién debe pagarlos. La primera respuesta es obvia y la segunda merece una palabra única y breve: todos.
El país nos pertenece a todo (más a unos que a otros, claro). Por lo tanto, todos debemos participar del esfuerzo de su financiamiento. – ¿Y en qué proporción?- preguntarán y la respuesta nuevamente parece directa y simple: En la proporción directa de lo que tienen. Que el que más tenga, pague más y el que menos, menos.
Luego de estas “revolucionarias” declaraciones previas, los invito al siguiente ejercicio.
Supongamos que un determinado ciudadano posee una fortuna de tres mil millones de dólares. Hay varios chilenos en esta situación, pero no quiero personalizar. Si esta persona decidiera retirarse y gozar de su fortuna, podría vender todas sus pertenencias y poner ese dinero en el banco, donde vamos a suponer que le pagan 0,5% mensual de intereses. (Ahora me estoy parando para ir a buscar una calculadora más grande, donde entren todos los dígitos involucrados.)
Ya, sigamos. Dice mi calculadora que este afortunado ciudadano recibiría entonces la nada despreciable cantidad de 15 millones de dólares por concepto de intereses mensuales. Dicho de otra manera: 250 millones de pesos diarios, algo así como 10 millones de pesos a la hora, incluyendo las de sueño.
Entiendo que, mientras no haga retiros, no paga impuestos. Algo que ciertos economistas defenderán en términos de creación de riqueza, puestos de trabajo y otras razones filantrópicas de dudoso calibre. Yo quisiera agregar a mi reflexión la ingenua suposición de que, si no vende todo y lo pone en el banco, es porque con lo que hace, obtiene mejor rentabilidad y, de paso, no paga impuestos.
Esa es, justamente, la razón por la que creo que nuestro sistema debe ser revisado a fondo. Porque como estamos, se puede decir que los más ricos son los que menos pagan. Está bien: fomentemos la inversión, pero sin perder de vista que las megafortunas, por ser tales, deben contribuir directamente al erario.
Creo que un nuevo sistema tributario debe incluir un mecanismo que corrija esta injusta distribución de la carga tributaria. No tengo los conocimientos técnicos para formular esta idea en los términos correctos, pero resulta de todo punto de vista necesario que de alguna manera logremos este objetivo.
No tiene ningún sentido el aumento indiscriminado de las megafortunas en manos privadas, no produce beneficios más que a sus dueños. La capacidad productiva del país es una sola y ofrece un legítimo espacio para la iniciativa privada. Pero todo tiene un límite, pasado el cual, los beneficios del esfuerzo común se distribuyen de una manera escandalosa.
Es lo que han comprendido los países más avanzados, particularmente quienes en estos difíciles tiempos muestran mejores resultados en términos de justicia y equidad. En todos ellos, no existen las fortunas que exhibe nuestro país, junto a índices de pobreza, calidad de la salud y educación que sólo pueden ser catalogados de vergonzosos.
Lo que este ciudadano ingenuo, pero no tonto, exige es que los diversos estamentos políticos se pongan de acuerdo en generar un nuevo sistema tributario que, sin ahogar los intereses privados, los someta a una tributación moderna, concreta e ineludible que haga posible el avance de nuestras condiciones económicas y permita, a su vez, las reformas de salud y educación que el país requiere.
Se acercan las elecciones presidenciales. Quien pretenda obtener las preferencias de la ciudadanía está ante un desafío inmenso. Sin plantearle al país una reforma tributaria de verdad, no logrará la votación necesaria. Al menos, no logrará la preferencia de este ciudadano, y me temo que somos muchos los ingenuos, pero no tontos.
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Foto: Fiber / Licencia CC
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