El mundo homosexual celebra una pequeña victoria al otro lado de la cordillera, luego de que finalmente se aprobara el matrimonio entre personas del mismo sexo en Argentina. Lejos de establecer qué es lo correcto en este tema particular, es indiscutible que esta también es una victoria para aquellos quienes creemos en la libertad individual como un valor fundamental.
¿Estará el terreno preparado para iniciar un camino de este tipo en nuestro país? Demos un pequeño vistazo a la clase política Chilena. Aquellos que en periodos eleccionarios se autoproclamaban progresistas o liberales, hoy se aterrorizan con propuestas como la legalización de la marihuana o el matrimonio homosexual. Si existiese un vínculo entre la diversidad partidista de nuestro país, éste sería el marcado conservadurismo valórico, transversal en todo el mundo político, aunque mucho más acentuado, claro está, en los partidos oficialistas UDI y RN. El Liberalismo hoy no tiene lugar en la política y eso hace muy difícil que proyectos de esta tendencia tomen la fuerza suficiente como para convertirse en leyes. Se encuentra arraigada la idea de un Estado Paternalista que se toma la atribución de establecer cuáles son los valores que debe poseer la sociedad, coartando fuertemente el concepto de libertad individual.
Es importante establecer la diferencia entre liberalismo y libertinaje, algo que muchos parecen confundir. Lo primero es, de manera muy sintetizada, abogar por las libertades civiles; lo segundo es un “desenfreno en las obras o en las palabras” (según la RAE). Mientras lo primero se refiere a defender el derecho de cada persona de moverse sin imposiciones morales, lo segundo es un abuso de este derecho en menoscabo de otros. Hecha la aclaración, el miedo de los conservadores, de generar una sociedad libertina a partir de la aprobación de ciertas propuestas liberales es injustificado.
Así las cosas, el camino parece difícil para las mentes liberales (que en este país se asocian más a un idealismo onírico que a una postura político-filosófica). Lograr que aquellos que dirigen el país abandonen la creencia de que son los dueños de la verdad moral o ética es tremendamente complejo, porque esta “costumbre” está grabada en el ADN político.
Finalmente, creo que la respuesta a este conflicto se reduce a la siguiente fórmula: libertad + educación = progreso. Si la preocupación estatal estuviese orientada más a fortalecer la educación y menos a crear políticas restrictivas en lo valórico, la libertad civil no sería confundida con libertinaje y las personas tendrían un incentivo mayor para contribuir con el progreso del país. Es decir, si se trabaja en formar personas más instruidas, no será necesaria la imposición moral. Y la experiencia dice que las personas progresan más cuando ven protegida su libertad individual.
Esperemos que este tipo de sucesos sean el punto de partida para avanzar hacia un país menos paternalista y más liberal, no por un capricho idealista, sino en la búsqueda de una sociedad con personas libres de desarrollarse en plenitud, sin arbitrariedades morales estatales ni prejuicios infundados.
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