Los impuestos, como su palabra lo indica, son una obligación para todos los que residen o habitan en Chile y por tanto nunca resultan gratos, como cualquier acto al cual se nos obliga. Por otra parte se espera que usted reciba algo a cambio de esos dineros que entrega, pero en ninguna parte se le asegura que esto ocurrirá efectivamente. No se trata de un contrato de prestaciones recíprocas del tipo "yo te paso esto a cambio de esto otro".
¿Pero por qué el Estado puede actuar de esa manera? ¿Quién se lo permite? Pues nosotros mismos, cuando acudimos a elecciones periódicas y empoderamos a nuestras autoridades.
El conjunto de impuestos que se aplican en un territorio constituyen un “sistema tributario”.
¿Qué características debiera tener un buen “sistema tributario”?
En primer lugar debiera ser simple. Que todo contribuyente lo comprenda y por tanto pueda cumplirlo. Esto que parece obvio difícilmente se logra y da pie a la existencia de oficinas contables completas y abogados expertos en derecho tributario que buscan encontrar la mejor interpretación para sus fines de las normas tributarias.
Otra característica importante es la transparencia. Los impuestos deben ser conocidos por los contribuyentes y saber cómo y cuando se le aplicarán.
Si se cumple con la simplicidad y la transparencia de los impuestos, se ayuda a que se cumpla otra característica importante de un buen sistema tributario, que es procurar evitar su no cumplimiento. Cuando los impuestos son confusos o poco transparentes, presentan mayores grados de evasión.
Por lo mismo es tan importante la certeza de todo sistema tributario. Los contribuyentes tienen derecho no sólo a saber cuáles son sus deberes tributarios, sino que deberían siempre poder estimar y calcular la cantidad de impuesto que deben pagar y cuándo deben hacerlo. Solo así que se les pueda exigir que cumplan.
Un punto siempre importante es no olvidar que el principal objetivo de los impuestos es recaudar dineros para el Estado. De manera que se debe pensar en impuestos que mejoren la recaudación.
De igual forma se debe procurar que los impuestos que se fijen tengan bajo costo de recaudación. No tiene sentido aplicar fuertes impuestos a las personas si después nos debemos gastar una buena parte de esa recaudación en su recolección y administración.
Por otra parte los impuestos deben ser equitativos. Cada uno debe pagar lo que le corresponde, de acuerdo a su capacidad de pago. Quienes pueden pagar más, deben pagar más. Las personas con igual capacidad de pago debieran pagar lo mismo pero, a medida que aumentan su capacidad de pago, deben pagar más. De más está decir que esto muchas veces no se cumple por la cantidad de erosiones que sufre el sistema tributario. Ejemplo de ello es nuestro impuesto a la renta. No siempre los que más pagan impuestos son los que tienen la mayor capacidad de pago.
Por lo general los impuestos debieran ser neutrales, esto es, no debieran alterar las decisiones económicas de las personas salvo cuando se trate de impuestos que busquen regular prácticas no deseadas como, por ejemplo, el consumo de tabaco. Este principio, presente en la literatura económica, está casi siempre ausente en los sistemas tributarios reales.
Y por último, pero no menos importante, un buen sistema tributario no debe afectar negativamente el potencial de crecimiento ni la eficiencia económica de un país. Por tanto se debe cuidar que los impuestos terminen siendo desalentadores del ahorro y la inversión, pues ello traería consigo un menor bienestar en el futuro. No olvidemos que el objetivo final de un sistema tributario será siempre mejorar la calidad de vida de la oblación y no empeorarla.
Los elementos anteriormente mencionados son los que deberán revisarse cada vez que se nos ponga por delante una reforma del sistema tributario para evaluar su calidad.
En Chile, desde hace mucho tiempo que se clama como necesaria una reforma a nuestro sistema tributario. Hasta ahora no ha sido posible obtener el consenso para que una reforma de ese tipo obtenga los votos necesarios en el Congreso. Después de la reforma que se efectuó a inicios del gobierno del Presidente Aylwin -que puede ser considerada una reforma fundamental, por la cantidad de temas que abarcó y cambios importantes que introdujo – han existido muchas otras reformas, pero por lo general apuntan a mejorar la recaudación ya sea aumentando las tasas, cambiando la base imponible o disminuyendo los grados de evasión o elusión.
Persisten distorsiones importantes. En los impuestos a los combustibles se gravan mas las gasolinas que el diesel, incentivando el uso de este último, que es más contaminante; esto es un contrasentido. El impuesto al tabaco probablemente sería más eficiente si fuera uno de suma fija, que uno variable, dependiente del precio de los cigarrillos. Y para qué mencionar las muchas distorsiones en nuestro impuesto a la renta o las importantes diferencias relacionadas con el impuesto que pagan las empresas, que incentivan la creación de una serie de empresas de “inversión” con el único objetivo de disminuir la carga tributaria.
Las propuestas que presentara el Presidente Piñera a propósito de la reconstrucción no representan una reforma fundamental. Incluso su anuncio terminó siendo diferente que la ley efectivamente presentada y se mejora la recaudación neta, que en lo anunciado por el presidente era muy menor.
Es conveniente que el país enfrente de una vez lo que se viene postergando por mucho tiempo y esto es una verdadera reforma tributaria. Hasta ahora no ha sido posible obtener los consensos para que eso ocurra. Culpar de ello a los gobiernos de la Concertación es desconocer la composición de nuestro Parlamento en todos esos años. Solamente se lograron aprobar cambios cuando se obtuvo el apoyo de la entonces oposición, pues los votos concertacionistas no eran suficientes.
Ojalá el debate sobre el financiamiento del proceso de reconstrucción destape la necesidad de discutir cambios tributarios fundamentales que hagan de nuestro sistema tributario uno más justo y eficiente.
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