“A desalambrar, a desalambrar, que la tierra es nuestra, tuya y de aquel”.
Por mucho menos –y mucho más- que esta estrofa de la canción homónima de su disco “Pongo en tus manos abiertas…”, Víctor Jara fue asesinado hace 44 años. Hoy, al igual que ayer, varios de quienes fueron parte de la dictadura cívico-militar y adhirieron a la visión en ella concentrada, forman parte de un nuevo gobierno. Por eso la pertinencia de estas líneas.
No es extraño que tal poema musical aterrorizara a muchos. No solo a latifundistas dueños de la tierra, también a dueños de pequeños trazos. Redistribuir la propiedad privada nunca ha sido tarea fácil. No lo fue ayer, no lo es hoy, no lo será mañana.
Pero aún así, hay formas, también legítimas y parte del mismo proceso, que permiten avanzar en similar dirección. Desde las propias fauces del monstruo, si se me permite la licencia melodramática, novedosas y con profundidad política más que solo técnica. Que es la que vale, porque es la que cambia el sentido común hegemónico.
Una de ellas, la farmacia popular que implementó –y exportó a otras comunas- el alcalde comunista de Recoleta Daniel Jadue. Sin cambiar la vigente Constitución, que complejiza para el Estado, mediante altísimos quórum, involucrarse en ámbitos supuestamente exclusivos del mercado (según el mantra neoliberal). En este caso, el de la salud y sus insumos.
Pellizcándole la nariz a la sociedad de mercado, Jadue dio cátedra política a través de un ejercicio que en términos estrictos es un acto de sedición contra todo lo que se enseña desde el púlpito de expertos y economistas, principalmente de derechas pero también, para qué estamos con cosas, de cierta izquierda cómoda con sistema actual. Aportó a desmantelar el modelo en un área esencial para vivir en dignidad, mostrándose como un líder moderno y no de ideas añejas (como acusan quienes creen que el mercado todo lo gobierna). La trampa es que esta noción (no el artefacto administrativo sino los principios a ella asociados) es efectivamente añeja, como son todas las corrientes trascendentes de la humanidad.
Desmercantilización se llama esto. Que no involucra arrasar con todo proceso de mercado ni salir a las calles a quemar los billetes y fundir las monedas, que no son más que un mecanismo estándar de intercambio de bienes y servicios.
Y siguen tal camino el debate sobre la educación pública y gratuita –se asume de calidad-, la inmobiliaria popular y, también, la propuesta de política energética que desde la ciudadanía de Aysén se ha planteado, al potenciar la autogeneración energética y, con un pie en la responsabilidad ambiental, la desartificialización de los procesos humanos. La satisfacción de necesidades periódicas sin recurrir a la compra y venta. Es lo que se conoce, también, como soberanía energética.
Desmercantilización se llama esto. Que no involucra arrasar con todo proceso de mercado ni salir a las calles a quemar los billetes y fundir las monedas, que no son más que un mecanismo estándar de intercambio de bienes y servicios. Es, sencillamente, cambiar el énfasis. Que la ideología del liberalismo económico no sea la música de fondo para toda acción social, sino que esté matizada con otras variables tan o más relevantes: sentido de lo colectivo y lo público, responsabilidad ecosistémica e intergeneracional, humanidad.
Es la tarea pendiente. Que será parte de la discusión que cruzará la actual administración porque, quiérase o no, hay motivaciones que nunca pasarán de moda. ¿Y no son esas las causas que valen la pena?
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