Soy nacido y criado en la Araucanía, en Temuco. Pero soy un “huinca”, chileno, nací en Temuco por una confluencia de casualidades del destino. Me crié con una mujer extranjera, inmigrante, en mi casa nunca hubo ningún elemento de la cultura mapuche salvo como una “curiosidad” (algo de platería, un kultrún, esas cosas), bajo la mirada del extranjero que ve con simpatía algo que para él es una extrañeza. Era lo lógico, mi familia es de cultura y tradiciones hispánicas, de hecho las gotas de sangre aborígen que corren por nuestras venas son quechuas, no mapuche. Pero nací en lo que para los mapuche es el Wall Mapu, su tierra ancestral, la tierra de donde nunca han salido, la única que conocen.
En la medida en que fui creciendo me di cuenta de que en mi ciudad, en mi región, había un grupo de habitantes que por distintos motivos eran mirados y tratados de otra forma. Casi todos los que conocía, salvo excepciones, eran nanas, vendedores ambulantes, jardineros, verduleros. Escuchaba siempre que eran “flojos, borrachos, violentos, tontos, incapaces”, como si se me hablara de una especie distinta a la humana, de un grupo animal que estaba ahí al momento de la llegada de nuestros antepasados y tuvieron la suerte de vivir bajo nuestro dominio porque así podían humanizarse un poco.
“Los indios” como se refieren a ellos, han vivido una pesadilla que no puedo imaginar. No quiero con esto victimizarles o transformarles en “buenos salvajes”, pero no quiero pensar cómo sería que llegaran unos seres extraños repletos de armas a decirnos que esta tierra que pisamos ya no es nuestra, que si queremos podemos seguir viviendo en ella pero debemos asentarnos en algún rincón perdido y poco productivo, que debemos aprender un idioma extraño y practicar una fe ajena. Lo peor es que en el caso de la Araucanía ese horror no fue cometido por unos despersonalizados y deshumanizados “españoles”, a quienes se les echa la culpa cual chivo expiatorio cada 12 de octubre, sino que por chilenos a las órdenes del estado de Chile.
Hoy, como el problema no se ha querido -o no se ha sabido- resolver, lo que tenemos es violencia. Tenemos una región violentizada en la que por un lado grupos que dicen defender la causa mapuche se arrogan la representación de todo un Pueblo para cometer actos ilegales, incluso para cometer la aberración de quemar vivas a dos personas. Y por otro lado tenemos una militarización que rodea a las comunidades de hombres armados sedientos por demostrar su poder con la fuerza bruta, con el abuso. Existe también una lógica de la violencia que está impregnada en la vida de la región, una lógica del prejuicio y de la seudo solución facilista, la lógica de creer que todos los problemas de la Araucanía yacen en los mapuche, en esa masa iletrada que ahora más encima se pone levantisca y ataca a los agricultores que hacen progresar a la zona. Una lógica que se olvida de que el caso de la Araucanía es el de una región que ha tenido una elite inoperante y poco y nada abierta a la innovación y a las nuevas ideas, anclada en los modos de producción y relaciones sociales agrarias de hace 100 años.
Me llama mucho la atención ese grupo organizado nacido en el seno de los grandes agricultores, que con un crespón verde pide “Paz en la Araucanía” a punta de endurecimiento de leyes, criminalización, restricción de libertades civiles, institucionalización de la discriminación y total sordera ante las demandas históricas del Pueblo Mapuche. Es gente que cree que aplicando la ley antiterrorista a destajo se va a arreglar todo, que lo mejor que puede ofrecer a los “indios” es una asimilación forzada siempre y cuando acepten su desventajosa posición y no recibir compesación alguna por el robo al que fueron sometidos. Es gente que cree que la “paz en la Araucanía” se logrará sin importar los altos niveles de pobreza, la desigualdad aberrante (que como en ningún otro lugar de Chile tiene que ver con un aspecto étnico), del atraso en la matriz productiva y la ausencia absoluta de una industria que dé a la gente trabajo digno. Les da igual, lo que les interesa no es la paz, sino el statu quo, que sus enromes campos estén tranquilos y los demás se las arreglen como puedan. Ojo, están en su derecho, de hecho no puedo respaldar el ataque violento a la propiedad privada, pero refleja su profundo egoísmo y desidia, su decadencia cultural y valórica.
Me llama mucho la atención ese grupo organizado nacido en el seno de los grandes agricultores, que con un crespón verde pide “Paz en la Araucanía” a punta de endurecimiento de leyes, criminalización, restricción de libertades civiles, institucionalización de la discriminación y total sordera ante las demandas históricas del Pueblo Mapuche.
Perfectamente esa elite que busca “paz en la Araucanía” podría decir que exigen algo justo, y en cierto punto tienen razón, porque en un estado de derecho nadie debe ser víctima de ataques. Podrían decir también que ellos no tienen la culpa de que esas tierras hayan sido antes de unos caciques estafados, y también tienen algo de razón, en cuanto en muchos de los casos fue el Estado Chileno quien las obtuvo mediante métodos nada éticos, para luego dárselas a colonos que llegaron al país en busca de una oportunidad. Y enhorabuena que hayan llegado, porque alemanes, españoles, franceses, vascos, italianos y suizos arribaron al sur de Chile con un espíritu laborioso, emprendedor y aportando progreso material e intelectual a una sociedad en extremo provinciana y atrasada. Pero los hijos y nietos de estos pioneros no supieron continuar con el círculo virtuoso y prefierieron convertirlo en vicioso, prefirieron constituirse en la oligarquía regional, una oligarquía rural agraria con atrasadas lógicas, tanto o más provincianas como las que se encontraron sus patriarcas al llegar a nuestro país.
La elite que exige “paz en la Araucanía” podría decir que ellos no tienen la culpa de que sea una región en extremo desigual, con tantos pobres, con tanto racismo, con tan poca educación y tan falta de cultura y energía creativa, tan sumida en los prejuicios y en la ignorancia hueca, en el “qué dirán” y en las apariencias. ¿Pero realmente se puede creer que la elite dirigente, que quienes han manejado la economía y el dinero de la región durante más de un siglo pueden declararse inocentes ante tal estado calamitoso de cosas? ¿Puede esa oligarquía lavarse las manos y negar toda responsabilidad? Esa elite que toleró e incluso promovió la discriminación y la falta de oportunidades para quienes no fueran parte de ella, y que además se opuso tenazmente a todo intento de corregir aquello (por ejemplo apoyando el golpe de estado y la dictadura de Pinochet), no puede ahora venir a decir que busca la paz, no puede pretender buscar la paz manteniendo el statu quo y a punta de leyes represevias, no puede no hacerse cargo de lo que ella misma ha creado.
No apoyo a la CAM ni a los violentos que se dicen “pro mapuche”, pero para mí no es solo violento aquel que quema un camión o un campo, también es violento aquel que ha ejercido a sabiendas su dominación sobre los demás negándoles su desarrollo y su progreso por motivos absolutamente arbitrarios.
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