Uno de los temas importantes que debemos lograr, es entender que una regionalización efectiva es el único camino viable de desarrollo, reconociendo a las regiones como estructuras independientes, capaces de manejarse y aportar al país desde lo propio.
Somos un país totalmente desbalanceado en este sentido. Las regiones están constantemente pasando zozobras y muy carentes de consideración y respeto. Sus habitantes tienen que salir a las calles y parar sus ciudades para ser escuchados. Nunca los gobiernos han tenido la capacidad de anticiparse a las necesidades regionales y eso ha marcado un trasfondo que debemos superar ya que genera una gran insatisfacción. Un país debe estar compensado en todos sus ámbitos para tener armonía, desarrollo y sustentabilidad.
Los movimientos sociales de las zonas extremas (Magallanes, Aysén, Arica) han dado cuenta del centralismo y la falta de una política regionalista real, pero son movimientos nuevos que carecen de una estructura adecuada que les permita permanecer en el tiempo y proyectarse en la sociedad. Más que movimientos son grupos de presión, llevados adelante en forma espontanea por necesidades puntuales ante las injusticias. Pero no representan en sí mismos y en ningún caso, una agenda seria de trabajo, con capacidad de proyectarse en el tiempo.
Los partidos regionalistas han surgido esporádicamente, pero nunca han tenido la capacidad de lograr los cambios que se necesitan para permitir un regionalismo consecuente y descentralizado, y que las regiones logren ser escuchadas en sus planteamientos. Por increíble que pueda parecer, estos mismos movimientos han perdido parte de su representación por ser ellos mismos muy centralistas, porque nacieron más que nada como una manera de sustentar a diversos líderes puntuales, liderados por personas salidas de sus propios partidos políticos pero ya sin cabida, carentes de convicción para establecer un formato verdadero de representación, que sea participativa y ciudadana, sin el objetivo especifico de tener injerencia en todos los temas que conciernen a su región, más como instrumento político propio del líder de turno y nada más.
Cuando analizamos el petitorio del Movimiento Social por Aysén de hace un año atrás, que fue el gran movimiento social que se transformó a poco andar en uno de los mayores llamados de atención ciudadanos de la historia de Chile, constatamos que se ha transformado en la punta de lanza de muchos candidatos, inclusive a la presidencia, en diferentes temas: rebajas de las tarifas de combustibles; salud publica de calidad; equidad laboral; participación ciudadana vinculante; universidad regional; regionalización y administración regional de los recursos naturales; canasta básica y mejoramiento de la calidad de vida; subsidio al transporte e integración física del territorio; programas de desarrollo del pequeño y mediano campesino.
Al analizar el petitorio, nos hace entender con la perspectiva histórica ayer en el mundo de hoy, que lo que se pidió en Aysén en ese entonces, no fue nada de extraordinario o que estuviera fuera de orden. Este cambio en los fundamentos sociales, ha demostrado que los procesos y la toma de decisiones en regiones, no consideran las capacidades locales en las comunidades y territorios. La relación con las instituciones ha estado falto de un imperativo ético y político de equidad social, que se necesita para lograr las reformas estructurales para regionalizar de buena manera y el discurso solo ha sido teórico
Los movimientos sociales de las zonas extremas (Magallanes, Aysén, Arica) han dado cuenta del centralismo y la falta de una política regionalista real, pero son movimientos nuevos que carecen de una estructura adecuada que les permita permanecer en el tiempo y proyectarse en la sociedad. Más que movimientos son grupos de presión, llevados adelante en forma espontanea por necesidades puntuales ante las injusticias. Pero no representan en sí mismos y en ningún caso, una agenda seria de trabajo, con capacidad de proyectarse en el tiempo.
Aún no se ha producido la suficiente convicción y voluntad política en los procesos para generar capacidad de gestión y revertir la centralización, vitalizando las capacidades latentes de las comunidades locales y regionales.
Si no contamos con regiones fuertes y vitales, se transforman en sí mismas en obstáculos imposibles de superar para una verdadera integración al desarrollo de las regiones, para que tengan la preponderancia que les corresponde y para que Chile se instale finalmente entre los países del primer mundo.
Los sistemas eficientes y ordenados, son aquellos capaces de entender el orden natural y el sentido común con que se debe actuar. Para una región eso significa tener una mayor independencia ante las potencialidades naturales y productivas, desarrollando el territorio a través de sus sus propias capacidades y de acuerdo con su propia realidad e identidad, contando con el poder de decisión directo de las personas y de las instituciones de base que le dan vida a la región, construyendo la base y la fuerza del desarrollo que necesitamos.
Uno de los mayores problemas para lograr una descentralización adecuada en el Chile actual, es la descompensación entre la realidad central y la regional en términos de preparación académica de la fuerza laboral. Hoy se reconoce que el capital humano es el potencial más determinante de desarrollo a nivel regional, que es en resumidas cuentas, el conjunto de conocimientos y de las diferentes habilidades adquiridas por una capacitación especifica propia, para realizar labores productivas con distintos grados de complejidad y de especialización, respetando su propia realidad e identidad cultural.
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