Si queremos construir un país de verdaderas oportunidades, debe mirarse la regionalización sin mezquindades. El país debe organizarse geográficamente en función de actividades principales que identifican a una zona, y que a su vez la distingue de las demás, en este caso la minería y la agricultura, y además, si es posible potenciar el crecimiento a partir de la convicción que el esfuerzo que cada miembro de la comunidad realice, lo que se verá traducido en mejoras de su propia región.
Con mucho mayor razón la sumatoria de los esfuerzos se traducirá en resultados de gestión, donde ya no se deberá consultar cada decisión a la Administración Central para obtener los fondos que paradojalmente produce la propia localidad.Debe pues acordarse un nuevo contrato social donde cada región administrará los recursos que genera y aquellas ciudades o regiones que no les alcance para su subsistencia, pues negocien con aquellos préstamos de sus excedentes
Los aconcagüinos, por ejemplo, ven como importantes ingresos que se generan por la minería, agricultura o la circulación del turismo van a parar a las arcas centrales sin que ellos puedan decidir cómo se gastan esos recursos. Asimismo, se da la paradoja que generan más de lo que gastan y, sin embargo, otros deciden cómo se utiliza estos recursos.
Sin duda que la creación de la Región del Aconcagua debería ser una buena oportunidad para que miremos la regionalización sin complejos, ni mucho menos con imposiciones, porque la solidaridad no se impone por decreto. Soy un convencido que los pueblos deben disfrutar de libertades y éstas deben gestionarse responsablemente, y por tanto, resulta inaceptable que Chile tenga regiones más productivas que otras.
Sumado a lo anterior, debe pues acordarse un nuevo contrato social donde cada región administrará los recursos que genera y aquellas ciudades o regiones que no les alcance para su subsistencia, pues negocien con aquellos préstamos de sus excedentes.
Los ciudadanos seremos más responsables con el uso y provecho de los recursos cuando sepamos que nuestra ciudad o región no los produce, y debe pedirlos prestados a otras regiones. Valparaíso, por ejemplo, debe asumir que no produce todo lo que consume. Este nuevo trato, sin duda, provocará a los aconcagüinos a seguir la senda del esfuerzo y mayor productividad.
Ciertamente que esta propuesta es extrapolable a todas las regiones en que se divide Chile, pero debemos salirnos de los complejos de gestionar a la República desde el centro político. Una prueba indesmentible que en las regiones existen ciudadanos bastante preparados e inteligentes, y que son los cientos de profesionales que pueblan Santiago y las principales urbes que provienen de lugares tan distintos como Arica o Magallanes.
Nada impide que las regiones sean autónomas económica y administrativamente manteniendo la unidad política de Chile, pues cada región puede perfectamente desarrollar proyectos locales que impulsen su crecimiento y por consecuencia el crecimiento de Chile.
Si se configura la Región de Aconcagua, por ejemplo, la Región de Valparaíso quedará reducida en su tamaño y podrá ocuparse de su propio crecimiento, fomentando por ejemplo la sumatoria de la ciudad-puerto para destinarlo preferentemente a la movilización de personas (turismo internacional y nacional, deporte), a la generación de profesiones vinculadas con el mar o fomentar la constitución de Zonas Francas Urbanas dentro de la misma ciudad de Valparaíso, donde emprendimientos productivos sin chimenea y que tienen como principal mercado externo, pueden quedar bajo régimen de zona franca y todo lo que ocurre dentro queda liberado de tributos, pero saliendo del edificio los trabajadores y profesionales van a volcar sus ingresos al mercado interno, consumiendo, pagando alquiler, educación para sus hijos, hipotecas, en fin. Nada impide que las regiones se motiven a crecer, salvo la miopía del centro político.
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