Difícil es, aprovechando que Michelle Bachelet está de visita en la región de Aysén, no sucumbir ante la tentación de ponerse a la fila y extender, cual lista de supermercado, la serie de peticiones que tenemos para nuestra Patagonia. Exigir hospitales, liceos técnicos, caminos de toda índole, que no se instalen las represas, que se reparta mejor la cuota de la merluza o que se usen intensivamente los recursos naturales, son parte de la nómina, en una especie de versión 2.0 del petitorio del Movimiento Social por Aysén.
Es posible argumentar a favor de ello aludiendo al aislamiento territorial, la telúrica geografía y las extremas condiciones climáticas de la Patagonia, que incluso la semana pasada impidieron que la ex Presidenta (y hasta ahora favorita para repetir la historia) se asomara por estos hermosos parajes. Todo ello desembocando en una notoria carestía (económica) de la vida, lo cual da pie al concepto de la doble nacionalidad que tenemos quienes vivimos en la Patagonia, y más aún quienes lo hacen en los lugares más recónditos de esta tierra austral.
Entendemos que esta práctica es parte de la historia nacional y, por ello, legitimada como forma de relacionarse con el poder, en calidad de grupos de presión. Así lo hacen todas las regiones del país, que consideran tan o más justas sus aspiraciones que las que proclamamos desde Aysén.
Arica e Iquique podrían aludir a que si no hay apoyo estatal se corre el riesgo de la “peruanización”, Antofagasta amenazar con la “bolivianización” y que su cobre es el pan de Chile, Valparaíso relevar su patrimonio cultural incalculable, el Maule que es la cuna de la chilenidad, La Araucanía recordar la deuda histórica con el pueblo mapuche y Punta Arenas cuestionar el centralismo imperante. Todos tenemos grandes motivos, a nuestro entender, para requerir una manito especial del Estado.
Reitero, así lo hemos hecho desde siempre en Chile. Más aún en épocas en que la concentración del poder en pocas manos agobia a sus ciudadanos y sus territorios. El problema es que cuando una petición se basa esencialmente en lo que el solicitante considera una excepcionalidad, ésta no pasa de ser un regionalismo individualista muy cercano al chovinismo. No es más que un grupo de presión más, porque no está anclado en una mirada de sociedad mayor.
Por ello el desafío es insertar las demandas individuales en un contexto general, en una visión de país (incluso de concierto internacional) que le den sentido. Es convertir ese sentimiento propio (de grupo de presión) en un movimiento social, que no se quede pura y exclusivamente en la beca, en el bono o en el subsidio (muchas veces imprescindibles por la urgencia que imprime la desigualdad) sino que apueste por la transformación social. Porque peticiones que no se sustentan en los principios de lo que queremos como región y país, y en esa visión hacia la que queremos avanzar, no permitirán resolver en el largo plazo los verdaderos problemas que angustian a tantos chilenos y chilenas.
Porque hoy en Chile campea el neoliberalismo, impuesto en los 70 a punta de metralleta, rompiendo una tradición con atisbos de procesos excepcionales de protección social (desde la década de los 30). Más aún, fuimos los primeros americanos y segundos a nivel mundial en abolir la esclavitud y los primeros en elegir por las urnas a un socialista como Presidente. Todo ello fue truncado con las políticas de “El Ladrillo”, ese plan económico –en el cual también fuimos pioneros- que a partir de 1975 los Chicago boys impusieron a toda la nación.
En estos 40 años nos hemos convertido, a la fuerza, en una sociedad de mercado, que es distinta a una sociedad con economía de mercado. En la primera, la economía es la medida de todas las cosas, mientras en la segunda es ésta un aspecto más de la sociedad, que compite con la necesidad del ejercicio garantizado a determinados derechos, la democratización de las instituciones, la equidad y la igualdad, por ejemplo.
El desafío es insertar las demandas individuales en un contexto general, en una visión de país (incluso de concierto internacional) que le den sentido. Es convertir ese sentimiento propio (de grupo de presión) en un movimiento social, que no se quede pura y exclusivamente en la beca, en el bono o en el subsidio (muchas veces imprescindibles por la urgencia que imprime la desigualdad) sino que apueste por la transformación social.
Es así que al modelo de sociedad de mercado le acomoda que no existan derechos garantizados. Porque con un sistema público que propenda a la satisfacción de las necesidades básicas, ¿de qué forma un candidato podría ofrecer favores si no hay quien los requiera? ¿Cómo una empresa podría, para desarrollar un proyecto altamente cuestionado, pagar por vulnerar garantías como la de vivir en un medioambiente libre de contaminación? “Te ofrezco becas” dice el empresario, “no las necesitamos, tenemos acceso a educación” responde el poblador. “Te daré salud” reitera, “no gracias, el sistema público funciona bien”. “Te entregaré energía barata, agua potable de calidad” insiste, “todo eso ya lo tenemos, no requerimos su falsa filantropía”. En un sistema que asegura el ejercicio de derechos esenciales, se hace difícil negociar con la vulnerabilidad.
Así lo hemos entendido en Aysén, donde la lucha contra las represas no se queda sólo en que no se construyan tales faraónicos proyectos. La lucha hoy va por la recuperación del agua (y de los recursos naturales en general) como bienes comunes, el término de la mercantilización de los derechos sociales (educación, salud, previsión), democracia territorial, participación ciudadana, protección de nuestro invaluable patrimonio natural. Eso, por nombrar sólo algunas causas.
Es eso a lo que muchos aspiramos desde esta lejana Patagonia. Que se reconozca a Aysén como reserva de vida, pero no que para ello sea necesario quitarle a otros que tienen tanto o más derecho que nosotros. Que se respeten acá, como en cualquier región del país, los instrumentos de desarrollo regional y planificación territorial, porque son el sentir de sus propias comunidades.
Lo que pedimos, en el fondo, es más ciudadanos y menos élite. Más democracia, menos autoritarismo. Más sustentabilidad, menos economicismo. Y eso no lo pedimos sólo para Aysén. Es el clamor que hacemos desde esta tierra para todo nuestro país.
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Foto: Michelle Bachelet / Licencia CC
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