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Reflexiones al término del Mundial

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Se acabó la fiesta del mundial y ya estamos de regreso a la realidad. Pero antes no están de más algunas reflexiones en torno a sus lecciones, las que van más allá del futbol, de lo deportivo, que lindan con lo económico, político y social.
En lo económico porque la danza de millones que gira en torno al evento y sus protagonistas, sean estos dirigentes, futbolistas, entrenadores, es francamente un insulto al sentido común, para lo que ganamos los mortales comunes y corrientes. Que hoy se esté analizando qué hacer con estadios construidos a todo pasto, que costaron fortunas, es un insulto a la racionalidad. Más todavía cuando dentro de las alternativas se está pensando en “aprovecharlos” para transformar algunos de ellos en cárceles.

En lo político, porque la fiesta del fútbol parece concebirse como un analgésico que sirve para anestesiar a los pueblos. Si se obtienen triunfos reales o no, da lo mismo, los medios de comunicación se encargarán de transformar derrotas en triunfos, subirnos al carro de la victoria, para recibir a los gladiadores en aeropuertos o palacios de gobierno. Si las derrotas han sido inapelables, vergonzosas, habrá que encomendarse al Señor por la destrucción de bienes públicos y privados, así como las secuelas electorales que podrán traer consigo.

En lo social, porque tras la euforia mundialera, el regreso a la cruda realidad que rodea a muchos, duele, lacera, obligándonos a preguntar: qué estamos haciendo para mejorar las condiciones de vida de muchos. Al parecer, absolutamente nada, por el contrario, qué no estaríamos haciendo para empeorarla.

En lo futbolístico, el mundial no estuvo exento de sorpresas, entre las cuales destaca el temprano regreso a casa por parte de España, Italia e Inglaterra, y el surgimiento de países que llegaron más lejos que otros, no obstante su menor tradición futbolera, como es el caso de Costa Rica. Pero la gran sorpresa fue la derrota de Brasil en un mundial en su propia casa. Su caída no fue por azar, más bien fue la mediocridad del grueso de sus jugadores y de su juego, lejos del famoso “jogo bonito”. La inagotable cantera que siempre ha tenido Brasil pareciera haberse agotado, o hecho un alto. Lejos están los tiempos en que la mayoría de sus jugadores eran de lujo.

El país que terminó honrando a nuestro continente, fue Argentina, sólido, en ascenso a medida que transcurría el campeonato, y que terminó representándonos en la gran final ante una Alemania que había masacrado a Brasil con una goleada como consecuencia de un juego brutalmente efectivo.

No obstante que cualquiera pudo haber ganado, el triunfo alemán fue justo tributo al equipo que mostró más ambición.

En la final hubo opciones por ambos lados, siendo incapaces de superarse en los primeros 90 minutos y estuvieron a punto de terminar los 120 minutos igualados. En el alargue, el árbitro se comió un penal flagrante del arquero alemán contra un delantero argentino, y un tiro alemán al arco argentino dio en el palo. No obstante que cualquiera pudo haber ganado, el triunfo alemán fue justo tributo al equipo que mostró más ambición, más trabajo colectivo, más disciplina, más perseverancia, atributos con los que Alemania ha logrado superar sus ripios técnicos del pasado. Hoy, su técnica tiene poco que envidiar a la de los latinoamericanos.


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