Siempre me extrañó que los chilenos, con el altiplano en el Norte, no tengan grandes campeones de carreras de fondo o medio fondo, cuando se sabe que las grandes naciones de este deporte (Etiopia y Kenia), lo son por tener buena parte de su territorio en altura, algo que favorecería una mejor oxigenación y resistencia de sus corredores.
Como francés no deja de impresionarme la suma importancia que en Chile se le da al fútbol. Como si no existiera ningún otro deporte. Como si la primera cosa que se enseñara en este país fuera tocar la pelota, incluso antes de hablar. Como si el verdadero y único bautizo posible fuese aquel en que se elige para siempre un club, un equipo. Pensaba que eso sólo pasaba en Argentina o Brasil, y ahora entiendo que la pasión de la hinchada criolla chilena no tiene nada que envidiarle a la de estos países, conocidos en el extranjero por su pasión futbolera. El balompié es constituyente de la identidad chilena, sin ninguna duda.
El fútbol es el deporte más popular del mundo. Porque sus reglas son sencillas, porque es de bajo costo (basta tener una pelota y las ganas, como sucede con las famosas “pichangas”), y porque es un deporte que se juega en equipo, condición ideal para fomentar amistades. Tiene un poder unificador potente. También, porque es, quizás, el último lugar donde se puede expresar pacíficamente el orgullo nacional. Es, en definitiva, una potente herramienta para afirmar la identidad de un país. Quizás sea por eso que se convierte a veces en la máxima expresión del nacionalismo chileno.
Pero nunca hay que olvidar que el fútbol en Chile es un deporte importado por extranjeros. Una sutil colonización para extender la influencia cultural de las potencias europeas. ¿Será entonces el fútbol la mejor expresión del deporte chileno?
Si uno pregunta a un europeo, quiénes son las grandes potencias futbolísticas en América, siempre dirán Brasil o Argentina. No es una crítica, sino más bien un hecho (aunque quién sabe si “la roja” pueda vivir hitos históricos en este mundial y cambiar la fama establecida de sus pares y la propia).
En las Relaciones internacionales, el deporte es uno de los elementos claves constituyentes del soft power (estrategia de relaciones internacionales que permite a un Estado “A”, influir en el comportamiento de un Estado “B”, y llevar a este Estado a adoptar su postura o punto de vista). Este soft power es un complemento preciado de los más «clásicos» actores que componen las relaciones entre estados: ejército, diplomacia, presiones económicas, entre otras. Es decir, el Hard Power.
Para resumir, el soft power es hacer política exterior por medio de la sugerencia y de la persuasión. Un ejemplo nítido y eficiente es obra de EE.UU., país que difunde de manera masiva su cultura y sus valores por medio del cine, de sus artistas, y del deporte. Toda una industria. Otro caso fue la utilización de los JJ.OO. por Hitler en 1936, para mostrar la supremacía de la “raza aria”. O la cita olímpica de Beijing en 2012, una manera para China de deslumbrar al mundo y anunciar su retorno como superpotencia planetaria.
¿Podría Chile usar el deporte y el fútbol, en particular, como soft power?
Respecto al fútbol, la influencia de un país en el balompié depende de sus títulos y de su historia, es decir, de su protagonismo. En este sentido, es muy probable que Chile siga quedando atrás de Argentina, Brasil e incluso de Uruguay, en término de fama. ¿Podríamos imaginar hoy paquetes turísticos que ofrezcan en el extranjero asistir al súper clásico entre la U. de Chile y Colo-Colo? Esto ya sucede con duelos entre River y Boca. De la misma manera, Brasil se beneficia de su estatus de país de fútbol, de “jogo bonito”, sinónimo de alegría y buen vivir.
Frente a esta realidad, es necesario ser creativo y singular para transformarnos en potencia deportiva, sin basarse exclusivamente en el balompié criollo. Buscar otras disciplinas.
Siempre me extrañó que los chilenos, con el altiplano en el Norte, no tengan grandes campeones de carreras de fondo o medio fondo, cuando se sabe que las grandes naciones de este deporte (Etiopia y Kenia), lo son por tener buena parte de su territorio en altura, algo que favorecería una mejor oxigenación y resistencia de sus corredores.
También me extraña que Chile sea incapaz de lograr tener esquiadores de nivel internacional, cuando el país tiene la suerte de poseer las más grandes y modernas estaciones de esquí a nivel latinoamericano.
¿Y cómo no pensar que con todas las carreteras hacia la cordillera no puedan surgir ciclistas chilenos de nivel mundial?
Tampoco entiendo que no haya todavía algún campeón de remo o kayak con la presencia de tantos majestuosos ríos.
Desarrollar clubes de deportes indígenas (como el palín) podría, también, favorecer un acercamiento entre todas las culturas de Chile y, finalmente, de esta forma, afirmar la singularidad cultural y deportiva chilena.
En este período de profundas reformas educacionales en las cuales el Estado está retomando un papel protagónico, sería interesante estudiar modelos foráneos como el INSEP (Institut National du Sport, de l’Expertise et de la Performance) francés, que bajo la tutela directa del Ministerio de los Deportes, opera como un establecimiento fiscal que no solamente entrena y capacita a los campeones galos, sino que les ofrece una carrera escolar y universitaria completa. Es así como los atletas olímpicos franceses enfrentan sin temor su llegada a la “vida normal”, ya que tienen en sus manos títulos de ingenieros u otras carreras. Quizás de esta forma los chilenos podrían optar sin miedo por el deporte.
Más excelencia para Chile: más oportunidades para Chile.
Comentarios
30 de junio
Estupendo
El Opio del Pueblo, sufriendo por el futbol mientras tenemos amplios rios, altas y nevadas montañas
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