Los futbolistas chilenos no están alejados de los principios aspiracionales y arribistas que rigen psicosocialmente las identidades individuales en las sociedades de mercado. En la sistemática destrucción del fútbol como deporte, para la implantación en su lugar del show business, la industria pelotera no se ha detenido en el afán de mercantilizar no sólo el juego sino que –y por sobre todo- a los jugadores.
Hoy los jugadores rentabilizan al máximo sus carreras, aunque este ejercicio los lleve al absurdo comercial de vender hasta los calzoncillos, literalmente. La idea facilista de la publicidad tiene a los jugadores promocionando absolutamente de todo. Juro que durante el mundial temí ver a Messi promocionando tampones. Los jugadores tienen, al parecer, metido en la cabeza, por iniciativa propia o por iniciativa de sus representantes, el cálculo monetario del valor de cada segundo de sus vidas. El merchandising es una herramienta esclavizante y pareciera también que ya no importa mucho el valor futbolístico, sino la sobre valoración de mercado.El valor de una atajada de Claudio Bravo para vender créditos de un banco es ficticia, pero Braulio Leal corriendo en una práctica en Juan Pinto Durán sí existe, sí es real.
Y puede que todo lo anterior sean gajes del oficio y cualquier teorización al respecto sea un pedo en el desierto, porque de verdad que el espectáculo en las economías fuertes ha mejorado y mucho. Empero, una distancia enorme se yergue entre la venta personal y la expropiación ajena. Una cosa es publicitarse para lograr mejoras económicas y otra muy distinta es apropiarse del sudor ajeno.
Víctimas de la sobrevalorada función del dinero, la fama y la posición social, los futbolistas –humanos ellos- de la selección o un grupo de jugadores de la selección quisieron apropiarse del trabajo de los otros y cobrar los premios que a otros jugadores también correspondían. Un hurto legalizado desde la ANFP y toda su directiva pseudo tecnocráta pasada a perfume «zorrón» de universidad privada.
El entramado dirigencial permite este tipo de diferenciación salarial (en este caso diferencia en montos de premios). Básicamente porque son sostenedores ideológicos del modelo capital. Modelo bipolar, donde se mezcla la modernidad de las cifras y los rankings en la cúspide de los directorios, que en el fútbol se traduce en la imagen primer mundista de la selección, con la brutalidad despectiva en el trato y tratamiento del futbolista, propia del patronaje hacendado, que en el fútbol se ejemplifica con el imperio televisivo, donde no cabe el resguardo del espectáculo y la salud del futbolista, sino encajar los horarios de los partidos, provocando con ésto encuentros a las 12:00 hrs. Y esta actitud, propia del rentismo capital, común en personajes como Anibal Mossa en Blanco y Negro o en el extremo oriente de la corriente, Luis Larraín en Cruzados SADP, nunca antes se vio entre los jugadores. El extremo de la des-solidarización, de la mirada despectiva, de la nula colectividad que toda actividad común debe tener. La actitud de ese grupo de jugadores que decidieron dejar fuera a casi el 50 % de los jugadores que participaron del proceso eliminatorio, de los premios afectos a esta clasificación, es en sí una actividad amoral. Para citar al sabio, estos “millonarios prematuros”, parecen estar esclavizados a la producción obscena de dinero.
La sobre valorización del producto fútbol sólo es especulativa, como casi todas las transacciones mercantiles, el valor es ficticio. Lo real, lo palpable, es el trabajo. En este caso, el trabajo de todos los futbolistas que fueron citados, que produjeron competencias para quienes saltaban a la cancha, no puede ni debe ser despreciado monetariamente. El valor de una atajada de Claudio Bravo para vender créditos de un banco es ficticia, pero Braulio Leal corriendo en una práctica en Juan Pinto Durán sí existe, sí es real.
Si bien el conflicto terminó “decentemente”, no debe dejarse pasar tan a la ligera. No deben confundirse los roles en las estructuras. Los futbolistas no deben acometer como si fueran dirigentes, tratando de apropiarse del trabajo ajeno. Por el contrario, es su deber como compañeros de profesión velar por la dignificación de su labor, así como también velar por la ecuanimidad salarial de todo un grupo de jugadores, colegas de profesión, por lo demás. Pero por sobre todo debería cuestionarse la relación de poder que ejerce el dinero y el control de éste, por este grupo de futbolistas. Pues esta decisión, liderada -al parecer- por quienes más dinero ganan en el extranjero, fue una manera de definir liderazgo y poder al interior del camarín.
Mención aparte el rol de Jean André Emanuel Beausejour Coliqueo, quien no estuvo jamás de acuerdo con tal decisión, Matías Fernández y David Pizarro que fueron actores decisivos en la reliquidación. Y una mención muy aparte al rol de Jorge Luis Sampaoli, quien quiso bajar el perfil al conflicto, asombrándose con la relevancia mediática que tuvo el problema. El DT deja en claro que su aporte al fútbol nacional es similar al de una plaga de langostas en una cosecha de trigo.
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