Por primera vez, desde el Mundial de 1930, que los países más ganadores en las principales citas mundialistas están fuera de las semifinales, lo que indica que el poder futbolístico global se está moviendo.
Tras la muerte de Alejandro Magno el mundo civilizado occidental (nunca hay que olvidar que existían otras entidades civilizadas importantes como la India y, sobre todo, China) vivió varios siglos de convulsiones, en los que varios Estados, de un poder similar, trataban de imponer su influencia: Egipto, Macedonia y el Imperio Seléucida.
Lo mismo está ocurriendo actualmente en el fútbol mundial. Casi nadie se ha percatado que este es el primer Mundial, desde el primero de 1930, en el que las grandes potencias futbolísticas (ciñéndonos a las selecciones) no están en las semifinales. Italia ni siquiera clasificó al mundial, lo que no ocurría desde 1958, acentuando su declive futbolístico: eliminada en los últimos mundiales en primera fase y con un Calcio muy depreciado, que está lejos del nivel de la Liga española, la Premier League o la Bundesliga.
Alemania, que aparecía como favorita para obtener la Copa, cayó ignominiosamente en primera fase, derrotada por Corea del Sur. Es como si en la Segunda Guerra Mundial la Wermacht hitleriana no hubiese podido frente al ejército holandés. Por su parte Brasil continua con su senda descendente. En el partido ante Bélgica se percibió claramente su miedo a revivir la pesadilla de Bello Horizonte en 2014. Es como un país derrotado, que prefiere capitular antes de ver a su enemigo marchar por su capital. La decadencia del fútbol brasileño nos lleva a la más profunda añoranza para la que fue la mayor potencia de la historia del fútbol. Neymar está muy lejos de Romario o Bebeto (compararlo con Pele es una falta de respeto), Coutinho no está al nivel de Rivaldo, Marcelo es tal vez el mejor en su puesto, pero no es Roberto Carlos y no hay punto de comparación entre Gabriel Jesús y Ronaldo.Casi nadie se ha percatado que este es el primer Mundial, desde el primero de 1930, en el que las grandes potencias futbolísticas (ciñéndonos a las selecciones) no están en las semifinales
El declive brasileño viene aparejado al descenso del fútbol sudamericano. Hasta el Mundial de Alemania ambos continentes disputaban mano a mano la hegemonía global, después la superioridad europea ha sido cada vez más incontrarrestable. Eso se puede entender porque las potencias emergentes sudamericanas no han logrado dar el salto hasta las semifinales mundialistas. En este Mundial vimos que Colombia y Uruguay no pudieron frente a las viejas potencias europeas renovadas: Inglaterra y Francia. Mientras la otra potencia emergente sudamericana, Chile, bicampeón continental y finalista de la Copa Confederaciones, ni siquiera consiguió estar presente en la cita mundialista.
Desde un análisis más futbolero podemos explicar este declive por la debilidad de las Ligas sudamericanas. Otro dato que ha sido poco analizado es que en las últimas épocas doradas de Argentina y Brasil entre 11 y 13 jugadores militaban en sus Ligas, mientras en la actualidad casi la totalidad de los jugadores de ambas selecciones están en el extranjero. Esto indica que la competencia de las ligas sudamericanas no puede generar jugadores al nivel de los jugadores que militan en los torneos europeos. En este sentido es clara la decadencia de la Copa Libertadores. 2012 fue el último año en el que un equipo sudamericano ganó el Mundial de Clubes, que congrega a los ganadores de los torneos de clubes más importantes de cada continente. Si hacemos un análisis más amplio desde que se creó este torneo (que reemplazó la Copa Intercontinental) en 2006, solamente dos equipos sudamericanos la han obtenido. Incluso en tres ocasiones los Campeones de América no han podido contra sus pares africanos y asiáticos. Agrava el signo decadente, el hecho que los equipos sudamericanos den más importancia al Mundial de Clubes que sus pares europeos.
Aunque sea muy desolador reconocerlo, hay que aceptar que Sudamérica ya no es el principal centro del talento futbolístico mundial. En un mundo globalizado, donde la Ley Bosman permite que un jugador con pasaporte comunitario juegue como un nacional en las principales Ligas del mundo (que son europeas), los talentos llegan desde todas partes. En esta temporada, tras Messi y Cristiano Ronaldo, el jugador más destacado fue Mohamed Salah, proveniente de un país sin pedigrí futbolístico como Egipto, que completa la delantera del Liverpool con el senegalés, Sadio Mané.
Una de las paradojas, de las que siempre está plagada la historia, es que probablemente Bélgica sea campeona del mundo gracias a un jugador belga despreciado por sus propias colegas: Jean Marc Bosman, quien sentó precedente para que no discriminará a un jugador por ser extranjero. Si no fuera por él muy probablemente Lukaku, Hazard, van Bruyne y compañía estarían jugando en el Gent, el Anderlecht o el Standard Lieja y no tendrían el nivel que muestran hoy día.
En estos días veremos si las potencias emergentes (Bélgica y Croacia, heredera de un país con un gran potencial futbolístico, que por razones políticas no llegó a ser más, como Yugoslavia) superarán a las viejas potencias renovadas (Inglaterra y Francia). La pelota seguirá rodando y la historia seguirá rimando.
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