Durante estos días el Ministro del Interior, junto a un grupo de parlamentarios, propuso el diseño del Plan Estadio Seguro, que tiene como objetivo “terminar con la delincuencia presente en los estadios de fútbol del territorio nacional, para que los chilenos puedan asistir a presenciar a sus respectivos equipos sin temor a ser víctimas de un delito”.
Lamentablemente en el país no existe a la fecha un observatorio social o un centro de estudios que produzca la información que nos permita corroborar las palabras del Ministro. En la representación del fútbol en los estadios se conjugan una serie de cualidades que obligan a comprenderlo como un hecho distintivo en el que confluyen comportamientos, códigos, lenguajes y conductas propias.
Actualmente, una de las ideas centrales en relación a la política de seguridad deportiva, gira en torno a la estructuración de los estadios como espacios de control permanente sobre los hinchas. Reprimir y transformar las lógicas de diversión propias de estos eventos en ámbitos de control, no debiese ser el escenario desde el cual se promuevan iniciativas de orden público.
La experiencia internacional demuestra que propuestas como la de Interior terminan trasladando la situación de violencia hacia otros espacios urbanos, sin encontrar soluciones definitivas. Así mismo, perjudican la asistencia y sensación de seguridad de hinchas comunes, que soportan periódicamente las vejaciones a las cuales son sometidos por parte de los operativos de seguridad (revisiones corporales, restricción al libre tránsito, el decomiso de artículos personales, personal policial vestido manifiestamente de forma violenta, etcétera).
Creemos que explicando el espacio en el cual se desenvuelve esta actividad, podríamos diferenciar certeramente entre todos los fenómenos que allí confluyen, tomando por tanto las medidas adecuadas que estos precisarían en cada uno de sus casos.
El escenario actual, que no considera el anterior punto de vista, implica la frustración del hincha al ser víctima constante del hostigamiento por parte de la autoridad, situación negativa que se suma al alto valor de las entradas y a la privatización de los medios que difunden la actividad.
Hemos querido poner atención sobre la forma en que los sujetos de forma análoga se construyen como se constituyen actores en conflicto en otros espacios urbanos. Los efectos esperados corresponden a trasformaciones de los espacios públicos en espacios vigilados, restrictivos y represivos.
Una política pública pertinente debiese desarrollar las evidencias que le permitan elaborar medidas adecuadas a las lógicas que interactúan en estos espacios. Sin estas consideraciones, las soluciones serán parciales y continuarán afectando a quienes domingo a domingo asisten a disfrutar del fútbol como hinchas.
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Foto: Tom / Licencia CC
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