Felipe Flores está haciendo lo mismo que convirtió a Iván Zamorano en ídolo del Inter de Milán hasta hoy, aun sin ser goleador: llevar a la cancha una forma de ver la vida, de resistencia ante la adversidad, de orgullo por ser de los que, en un inicio mal vistos, logran llegar a la cima a punta de sacrificio.
Una de las noticias del último Lolapalooza fue que, durante la presentación de Ana Tijoux, un asistente buscó insultarla gritándole “cara de nana”. La explicación es evidente, y se funda en el brutal clasismo de nuestra sociedad: como es morena, su destino debiese ser trabajar en un empleo precario -que permite que otros se sientan con la libertad de menospreciar impunemente a quienes lo ejercen- y no la música. Ella respondió de la mejor forma posible ante tal muestra de imbecilidad: tener cara de nana no era ningún insulto, sino, al contrario, un motivo de orgullo, pues le permite representar a quienes, como las trabajadoras de casa particular, son frecuentemente marginados y menospreciados.
Meses después, tras el clásico ganado por Colo Colo 2 a 0 ante la U. de Chile, Johnny Herrera declaró sobre Felipe Flores: “es un chipamogli jugando a la pelota”, a lo que luego añadió que le hubiese encantado “pegarle un combo en el hocico”. El mecanismo es el mismo: buscar denostar al otro por su origen socioeconómico. Pero a diferencia de Ana Tijoux, Flores nunca se refirió al tema, al menos con palabras. En cambio, habló en la cancha.
En los últimos años los colocolinos pudimos ver a nuestro equipo en lugares de la tabla más cercanos al fondo que a la cima, perdiendo estrepitosamente ante equipos históricamente menores, y sobre todo, desarrollando un juego completamente ajeno a lo que Colo Colo busca representar. No fue extraño que uno de los blancos preferidos de las críticas de los hinchas y de las burlas de los rivales fuese Felipe Flores. Regresó al equipo que lo formó el 2012 como promesa de gol, y por ende, de buenos resultados que borraran las penas. El gol, el momento de la gloria, es lo que define a un delantero, pero también al fútbol entero. Es natural entonces que queden en la memoria visual colectiva el amague que no funcionó o el tiro a dos metros sobre el palo, y no la cobertura mal hecha de un volante de corte, una marca perdida por un central, o una salida desperdiciada por la impericia de un carrilero, a veces mucho más determinantes en una derrota que las fallas ante el arco rival. ¿Mereció Flores las críticas? Podría ser, pues fue parte de planteles que no rindieron, pero en ningún caso su desempeño fue inferior al de jugadores que, a diferencia suya, tomaron a Colo Colo como negocio y que se fueron haciendo menos ruido del que hicieron en cancha. Jugadores que entraban con miedo, que no sufrían la derrota porque su triunfo estaba en el cheque a fin de mes, y que, como primer paso a la recuperación del equipo, abandonaron un lugar que nunca merecieron.
Las burlas a Felipe Flores fueron el meme internetero con el que se quería hacer leña del árbol caído, siendo quizá este hecho, el que lo llevaría a ser un puntal del renacer albo y del último campeonato ganado. Fue su gol a Cobreloa desde un ángulo imposible el que terminó con la palabra “crisis”. Fue su gol con pierna cambiada a Audax, de globito y al ángulo al último minuto, el que inició el camino que terminó en la 30, que no se hubiera obtenido sin golazos como el anotado de volea a la UC (copiado por Cahill en el mundial ante Holanda) y, sobre todo, sin su entrega constante recuperando pelotas, metiendo pases y centros que otros convirtieron en goles.
En la última fecha Flores hizo el gol del triunfo en un partido que parecía imposible. Lo celebró sacándose la camiseta y subiéndose a la reja a celebrar con la barra, de la que a la distancia parecía uno más. “Soy un garrero en la cancha”, diría después, aludiendo, quizá por coincidencia, a la declaración clasista que en su contra hizo un arquero dolido por perder -una vez más- ante el más popular, y tal como hizo Tijoux, asumiéndola de vuelta como una motivación. Él se sabe representante de quienes luchan día a día ante los prejuicios, de quienes por un acento, gusto musical, comuna de nacimiento o errores provocados por la necesidad, son tildados por quienes tuvieron un poco más de fortuna de “chipamoglis”, para así ser excluidos e ignorados sin remordimiento.
Felipe Flores está haciendo lo mismo que convirtió a Iván Zamorano en ídolo del Inter de Milán hasta hoy, aun sin ser goleador: llevar a la cancha una forma de ver la vida, de resistencia ante la adversidad, de orgullo por ser de los que, en un inicio mal vistos, logran llegar a la cima a punta de sacrificio.
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