Chile ya tiene pasajes para el mundial de fútbol en Brasil. La clasificación no estuvo exenta de tropiezos, entre los que destacan la renuncia del loco Bielsa con motivo del cambio de directiva de la entidad rectora del fútbol profesional, los desaguisados de algunos jugadores en tiempos del Bichi Borghi, su caída, y la nominación de Sampaoli como director técnico nacional.
La clasificación le hace justicia a un plantel de lujo, a un seleccionador como Sampaoli, de pocas palabras, sobrio, mesurado, que ha sabido sortear obstáculos y dirigir un plantel no exento de egos y figuras. Una clasificación que también le hace justicia a un país y que refleja los cambios experimentados en las últimas décadas.
Ya no somos los mismos de antes. Por eso nos clasificamos. Tenemos la ecuación perfecta: una generación dorada de jugadores y un entrenador que no se amilanan ante nada ni nadie y un entrenador de la misma escuela que el loco. Un obsesivo, un coach, un conductor, un orientador que logró revertir el bajón que nos pudo costar caro. Los dirigentes, dieron en el blanco cuando nominaron al pelao Sampaoli.
Este equipo está para cosas grandes. Los primeros 45 minutos ante Colombia lo retrató tal cual. Fueron minutos fueron celestiales, donde los jugadores parecían de otro planeta, como si jugaran de memoria, de toque, al ataque, sin parar, bajo el sofocante y húmedo calor de Barranquilla, de visita. Se fueron 3 a 0 al descanso, como para tocar el cielo. El cansancio, la confianza, el relajo pasó la cuenta. Al final se empató a duras penas, raspando, pero se conquistó un punto de oro que permitió llegar al último partido con las posibilidades intactas.
Chile y los chilenos ya no somos los mismos de antes. Los jugadores son reflejo de aquello. Se paran de igual a igual donde quiera que estén.
En Santiago, ante Ecuador, se vio otro partido. De más nervio, con más control, no tan desenfadado como ante Colombia, con el pie en el freno, más calculador, y por lo mismo menos espectacular, pero efectivo al 100 por 100. En un dos por tres, dos goles dieron la tranquilidad para festejar. Era imposible no clasificar con este equipazo, pero claro, no se podía cantar victoria. Había que esperar los 90 minutos, como en la política, hay que esperar los resultados que emerjan de las urnas. A veces el pan se quema en la puerta del horno.
Chile y los chilenos ya no somos los mismos de antes. Los jugadores son reflejo de aquello. Se paran de igual a igual donde quiera que estén. Ya no entran arratonados a buscar el empate o a no perder por goleada. Esos tiempos se fueron, ojalá para siempre. Por el contrario, ahora salen desvergonzadamente a ganar con todo. Hay ambición. Y eso trasciende al fútbol.
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