Era una ardilla común y corriente de esas que vemos por ahí. No le gustaban los dulces ni los huevos tiernos de pájaro. Tan solo guardar cosas en el hoyo de su árbol.
Un día encontró una pelota de plástico en el jardín de la vecina y pensó: “Sería un buen adorno para mi habitación, me la llevaré entre los dientes antes que se me quiebren”; la agarró entre sus pequeñas y huesudas garras y saltó entre los árboles con su botín.
Sus ojitos de botón y colita de esponja eran una belleza para el espectador. La cepillaba y cepillada con un gran devoción. Se paraba junto al espejo y tallaba un corsé de hojitas de parra para continuar buscando regalos de su personal creador.
La ardilla consideró su vida muy complicada para pensar que era naturalmente tierna. Le dolía la consciencia y solo aprendió a acaparar cosas, muchas cosas, cosas que solo son cosas y nada más que cosas repetitivas y cacofónicas.
Camino por el sendero y un brillo color carmesí le despertó la codicia. Se dio cuenta que no necesitaba de todas las cosas para vivir en ese talud sucio en el árbol. “Los gusanos me persiguen en la noche y presa de las pulgas soy, gran castigo es el que tengo y nada sacia mi soledad en este bosque de abetos” se dijo, al mirarse los pies llenos de lodo.
La ardilla consideró su vida muy complicada para pensar que era naturalmente tierna. Le dolía la consciencia y solo aprendió a acaparar cosas, muchas cosas, cosas que solo son cosas y nada más que cosas repetitivas y cacofónicas. Fue cuando pensó que debía lidiar con su trepadora vida con otro enfoque. Un actitud que buscase la iluminación animal. Creía en algo más sobre su tierna vida de ardilla , un algo que le significará más que acapara cosas.
Caminó muy cerca del río y encontró una pequeña tortuga a la cual le dijo: “No pienso que tengas problemas de habitación y menos de frío”. La tortuga la miró y metió la cabeza en la caparazón y, desde adentro, le gritó: “Es una excelente percepción y muy oportuna viniendo de un ardilla tan femenina y agraciada”. La ardilla pensó: “Hay algo en mi vida que no está bien, creo que perciben de mí lo que no soy, pues ardilla más macho no puede haber”.
Con un palo, la picó por la cola y la tortuga emergió de su coraza con la boca abierta y extasiado . “Podría dejar de introducir esa vara por mis partes pudientes, le pido, señorita ardilla”.
“Tortuga, debes saber que aunque ande en botas no soy vaquero”, replicó el roedor.
“Es una extraña temática viniendo de tan simpático y bello animal. Obviamente no eres vaquero, pues no podrías montar un caballo con tu pequeñita y simpática cola esponjosa. Eres una criatura tan delicada que me dan ganas de apretarte hasta reventarte ”, habló la tortuga sobándose las garras.
La ardilla pensó: “Ohhhh infancia arruinada, mejor me largo de este arenal antes que pierda más que el tiempo.” Y de esa forma trepó a un sauce llorón con rapidez y miró a la tortuga que no realizó ningún movimiento; solo se quedó ahí, siendo tortuga y él siendo ardilla.
Al trepar y echar un vistazo hacia el suelo percibió un sapo muy negro y saturado de verrugas grandes y peludas. “Hola Sapo”, habló la ardilla, con su patita rascándose la nariz. “Hola ¿tienes algo qué comer? ¿No? Ok. Chao.” Expresó el sapo sin ningún rodeo y al grano.
Entonces la pequeña ardilla macho -para diferenciar su sexualidad- se autoproclamó libre de andar buscando consejos de otros animales. Pensó que hablar con otros al final no importaba nada, pues no somos iguales en esencia. «Es nuestra naturaleza «, se aseguró. Volvió a su cueva en el árbol y la limpió.
El invierno cayó con mucha fuerza, pero el acumulador animal había metido comida por todos lados y no cabía casi en el hueco. Su cola tiesa por el frío emergió como una rama nevada, y por ella un halcón la levantó del suelo. La ardilla pudo divisar su hogar desde la altura al mismo tiempo que la sangre brotaba de su cautivo cuerpo y con su última miraba trató de divisar alguna de las cosas de su creador.
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