#Cultura

Una anécdota del teatro de verano en Grecia

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Conversemos, un poco nada más, de alguna anécdota. De cosa liviana. Ya que estamos en pleno verano y en el febrero de Chile hasta los asuntos graves y la cabeza llena de problemas de la vida y la inflación, se toman al menos unos días de vacaciones


Se ha instalado aquí en una especie de diálogo entre la verdad y el humor, entre la tesis y el chiste. ¿Ha terminado este diálogo?

Hay teatro de verano en las tardes agradablemente cálidas. Lo que tal vez una vez fue la ocurrencia de un alcalde o alcaldesa, quizá con alguna preocupación por las elecciones del año que comenzaba, o porque descubrió accidentalmente que sobraban, increíblemente, unas platas municipales, se ha convertido, por muchas partes, en un rito de nuestras cálidas tardes.

Esa eventual circunstancia anecdótica se descubre, años después, como habiendo contribuido a producir una costumbre valorada. Y eso ocurre con el festival de teatro de la comuna de La Granja o en Vitacura, en Santiago de Chile. En todos están ocurriendo por igual siempre “pequeños hechos”, “simples anécdotas”, que suceden y se pueden olvidar sin consecuencias (aparentes).

Hasta que, de pronto, a alguien se le ocurre contar alguna anécdota de esas que vivió en alguna función, y la cuenta, por ejemplo, en un librito de recuerdos. Quizás simplemente a propósito de que no quiere olvidar alguna que le ha parecido siempre muy graciosa y completamente accidental. O, al contrario, de una gravedad (hasta vital) que muy poco tenía que ver con el contexto de relajo y diversión del teatro al aire libre.

Algo por el estilo contó alguien una vez de uno que se convirtió en todo un personaje. Si es cierta la anécdota, y todas parecen tener un fondo hasta de necesidad, esa tarde en el teatro de Atenas era espectador un ciudadano conocido de los demás, quizás no tanto por alguna característica especial en ese momento, sino porque entre los asistentes al teatro, en esa ciudad, todos se conocían. Eran en total bastante pocos, el teatro no era masivo y se veían los rostros de unas graderías a otras.

La obra de esa tarde era una comedia. Con un título intrascendente: “Las nubes”. Alguno, entrando al anfiteatro, había incluso preguntado a unos amigos que cuál podría ser el chiste que se iban a contar entre las nubes. Pero, esa tarde, el ciudadano más o menos conocido se llamaba Sócrates. Por supuesto, se contaban de él cosas sorprendentes o, también, escandalosas. Por algo era ya un “famosillo” entre esas gentes.

La anécdota sigue diciendo que el autor de la comedia de esa tarde se llamaba Aristófanes. Y que era un talentoso y ambicioso joven escritor que quería ganar un premio con “Las nubes. Entonces habría sucedido que el encuentro de Aristófanes y Sócrates en la circunstancia del teatro no era tan casual.

Pues la comedia tenía como uno de sus personajes principales, precisamente a ese Sócrates que ahora hacia de espectador. Claro que el escritor de comedias tenía su propia idea de las ideas que propagaba quien, bastante después, sería valorado como el profesor del gran Platón.

La comedia, para resumir, hacía chistes con las enseñanzas del filósofo. Como si dijéramos, nuestro humorista e imitador Cramer, haciendo un monólogo con la figura de un Boric –porqué cambiarían las ocupaciones, es obvio: la filosofía no resulta hoy asunto de humor (es más bien una lata rebuscada para la mayoría), mientras el quehacer político no parece haber perdido nunca su caudal de inspiración para el escarnio público.

Bueno pues, bastantes risas sacó la pieza de los espectadores esa tarde de sol de atardecer en esa Atenas ahora legendaria. Entonces, al final, ya durante los aplausos, todos comenzaron a notar que, entre el público, había uno de pie, pero completamente inmóvil, hierático. No aplaudía pero tampoco mostraba en su rostro desagrado.

Su gesto parecía el de alguien que quiere que lo vean, y que ojalá noten en seguida que algo especial quiere dar a entender. Que, por supuesto, se sentía directamente aludido por la comedia del autor Aristófanes, que se daba cuenta que todos (o casi todos) en esa función de teatro, se habían percatado de los chistes, y, sin embargo, él sostenía, allí, públicamente, en ese preciso momento de hilaridad, que podría haberle generado harta vergüenza, el valor trascendente de lo que enseñaba.

Lo que se comprendía de ver la obra es que el comediante se reía de las enseñanzas que llamaba sofísticas del filósofo, mediante la acción de una serie de personajes muy disparatados pero que apuntaban a una tesis crucial: que, si uno seguía los argumentos del profesor Sócrates, entonces había que llegar a concluir que con las palabras se puede llegar a hacer que lo justo sea injusto y lo injusto justo. Como conclusión la comedia proponía que un motivo relevante (y paradojal) para seguir a Sócrates, era el propósito de ganar cualquier juicio penal que uno quisiera, porque con las palabras adecuadamente organizadas, cualquier cosa se podía probar como verdadera o como falsa.

O sea, que en lugar de ser esta protofilosofìa una empresa para la pura verdad, y un renovado y eficaz instrumento para encontrar las verdades más fuertes, ella podía interpretarse, a poco de darle unas vueltas, en un sentido muy contrario. Según la comedia, esas verdades eran construcciones arbitrarias disfrazadas –lo que quiere decir también que, por mostrar estos disfraces, ese teatro pasaba a llamarse una comedia. Elaboraciones verbales que podían conducir a resultados sorprendentemente perversos –pero que era mejor reír y no tomarlas demasiado en serio. No tomarlas muy en serio podía aparecer, además, como un buen remedio o cura para limitar esos alcances algo terribles, en vez de ponerse a discutir contra ella –y caer en la misma red de los argumentos que justificaban su fuerza.

La anécdota nos ha instalado aquí en una especie de diálogo entre la verdad y el humor, entre la tesis y el chiste. ¿Debo finalizar estas líneas explicitando que este diálogo aún no ha terminado? Bueno, que quizás no es precisamente un diálogo. Que lo rodean unos halos de tensión, de enemistad –más bien de parte de la filosofía-; mientras que los humoristas más bien responden con sus facilidades para, precisamente, distender los ambientes humanos y para entender que tal vez no haya tanto que entender, y mejor pasarlo bien la poca vida que a cada [email protected] le toca…

El diccionario de la Real Academia Española dice de anécdota: “relato breve de un hecho curioso que se hace como ilustración, ejemplo o entretenimiento”. Ahora bien, al parecer, cuando el relato breve incluye un filósofo y un comediante, lo curioso del hecho puede llegar a resultar muy trascendente y suficientemente irrelevante a la vez.

 

 

 

 

 

 

TAGS: #Filosofía Grecia Humor Político

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viveroscollyer

08 de febrero

Un divertimento para el verano de 2023. Solamente que aquì nos
divertimos brevemente con Sòcrates y Aristofanes,
e imagino una funciòn de teatro al aire libre –cuestiòm que,
no era una costumbre del verano en Atenas sino el uso cultural.
Como si dijera : esta es una diversiòn en serio.
Aristòfanes, el autor de algunas de las mejores comedias de esa època.
Sòcrates, uno señalado como iniciador casi oficial de la gran
aventura de la filosofìa de Occidente –y maestro del singular Platòn.
Veamos, [email protected], què podrìa haber sucedido….
Fernando

viveroscollyer

09 de febrero

Las ruinas del teatro griego que presentamos como imagen que encuadra
estas palabras, pueden ser localizadas casi en cualquier ciudad donde
llegò la influencia de la Grecia clàsica.
A la derecha de ustedes –me contaron (y esto es m/m seguro)– estaba
sentado Sòcrates al inicio de la comedia «Las nubes».
Los actores llenaron el escenario al centro/fondo de tal manera
que hasta las piedras màs duras en la graderìas parecieron màs blandas
a las asentaderas de esos atenienses
Saludos, fvc

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