Sí, confieso que me encantaba el chocolate, y por ello cuando niño esperaba con ansias la Pascua de Resurrección. De la vinculación religiosa de los “huevitos de chocolate” y este hito cristiano poco entendía, pues ya me parecía extraño que los conejos pusiesen huevos si se me había dicho que eran mamíferos y por ello a pesar que quise darle una explicación razonable al hecho nunca la encontré.
Ahora un poco más grande comprendo que la especie humana tiene la cualidad de dotar de significado a distintas cosas materiales y especulo que dicha cualidad emana de su intención de explicar los fenómenos naturales y su propia existencia. Sin embargo, en la era actual en la que poco se profundiza sobre los símbolos y sus historias, y en la que el mercado desarraiga y destruye los hitos locales globalizándolos, me parece que es necesario preguntarse el porqué de las cosas.
Con sorpresa es posible ver como se repiten prácticas sin saber su origen y lo que aún mas terrible, sin saber su significado. Esto es lo que viví y evidencio actualmente con la tradición de los “huevitos de pascua” y por ello en estas palabras intentaré rescatar su leitmotiv. Como antecedente antes de entrar al análisis debemos tener presente que los vencedores generalmente ocupan los hitos populares, incorporándolos para sí, con el objeto de ganar la adhesión de las masas y en este marco resulta necesario traer a colación el hecho de que el cristianismo adoptó diversos símbolos, ritos y tradiciones de religiones y creencias anteriores y coetáneas a ella, con las cuales, mantuvo una fluida simbiosis. Este es el caso del “huevo” de pascua.
El huevo, considerando que contiene el germen a partir del cual se desarrolla la manifestación, es un símbolo universal y que se explica por sí solo. El nacimiento del mundo a partir de un huevo es una idea común a los celtas, los griegos, los egipcios, los fenicios, los cananeos, los tibetanos, los hindúes, los vietnamitas, los chinos, los japoneses, las poblaciones siberianas e indonesias, y aun otros. En la estructura de todas estas cosmogonías, como señala Mircea ELIADE, el huevo desempeña el papel de una imagen-cliché de la totalidad, en general sucede al caos, como un primer principio de organización.
En el naturalismo egipcio, el interés hacia los fenómenos de la vida habían de ser estimulados por el secreto crecimiento del animal en el interior de la cerrada cáscara, de lo que, por analogía, deriva la idea de que lo escondido (oculto, que parece inexistente), como ocurre con la muerte, pero que puede existir y en actividad. En el ritual egipcio se da al Universo la denominación de “huevo concebido en la hora del Gran Uno de la fuerza doble” y tal como el principio hermético de que “todo lo que es arriba es abajo” las manifestaciones y transformaciones del Universo también se replican en los humanos y en este sentido el grabado de un papiro, el Edipus Egipciacus de Kircher, muestra la imagen de un huevo flotando encima de una momia, para significa la esperanza de la vida en el más allá, donde se confrontan el caos y el cosmos. El globo alado y el escarabajo empujando su bola tienen significado similar. En este sentido, el huevo aparece igualmente como uno de los símbolos de la renovación periódica de la naturaleza: como es la tradición del huevo de pascua, de los huevos coloreados en numerosos países, que ilustra el mito de la creación periódica o del eterno retorno. En palabras de Eliade “el huevo confirma y promete la resurrección que… no es un nacimiento, sino un retorno, una repetición”, es la inmortalidad a través de la repetición de los ciclos.
En este sentido la intención de decorar huevos y actualmente “comer huevitos de chocolate” es a mi juicio a recordar que en esta fecha la resurrección de Cristo es una invocación a rememorar la resurrección que implica un ciclo más de vida en la tierra. No olvidemos por ello la sensata y vigente proclama de Jesús tras expulsar a los mercaderes de templo, quien señaló “¿No dice Dios en la Escritura: Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones? ¡Pero ustedes la han convertido en una guarida de ladrones!” [Marcos 11:17] sobre todo considerando que el poder del mercado actualmente nos enajena impidiéndonos tomar verdadera conciencia de nuestras propias vidas y fines.
Comamos ese «huevito de chocolate», pero con la conciencia clara de que en este nuevo ciclo podemos hacer las cosas distinto y construir una vida espiritual, no necesariamente religiosa, que implique autocrítica y pensar al individuo como un ser finito pero abierto a la universalidad, rechazando la materialidad que nos impone el mercado que sólo nos permite sólo contar, medir, pesar y lucir el libro de nuestras propias vidas, pero no leerlo.
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