La Gitana.
Abril 2001.
Siempre me han llamado la atención los gitanos. Especialmente esas hermosas mujeres con su acento y sus vestidos semejantes a una flor abierta en primavera.
Mi primer encuentro con ellas fue, digamos, muy especial. A las faldas del cerro Santa Lucía, me interceptó una. Tomo mi mano para leerla -momento mágico- y predecir mi futuro. La adivina pidió un billete para iniciar un encanto para limpiarme de las malas vibras, ya que según su visión tenía un embrujo.
Bueno, paso un billete de 5000 pesos ( cinco dólares) muy necesario para el encanto. La mujer comienza a frotar el billete en su mano.
Pero la magia desapareció cuando ella destapa sus senos y rocía con su leche la plata y comienza a frotar el dinero y no sé en que parte del cuento, por arte de magia, el billete comenzó a desintegrarse. Mi ojo había captado que le había puesto un papel para engañarme y hacerme pensar que se destruía.Frente a la ruleta veo a Vera apostar su última ficha. Cae negro y pierde. Ella maldice su suerte. Con hostilidad me murmura que le traigo mal agüero
En ese momento me quede mudo, que pasa aquí esta mujer es un estafadora o una nudista. Me di cuenta que mi curiosidad me iba a salir cara. Un timo simplemente. Una rabia me subió del estomago a la cabeza y apreté su mano donde tenía mi dinero y doble su pequeño dedo mágico. Con un gran “ayyy” y unos %#&!%6 de despedida terminó mi cita. La lección para mí al ver una gitana en Santiago es: la curiosidad mató al gato.
Mala jugada en Viña.
Mayo 2001.
Frente a la ruleta veo a Vera apostar su última ficha. Cae negro y pierde. Ella maldice su suerte. Con hostilidad me murmura que le traigo mal agüero. Me río sin parar de sus obsesivos comentarios. Ella guarda silencio un momento, pero sus miradas me gritan su enojo. Sabía muy bien que yo no quería ir al Casino de Viña del Mar.
A Vera la conocí hace unos días. Viene a estudiar un Postgrado desde Venezuela. Chilena retornada teníamos muchos de que hablar y la semilla de la amistad comenzó a dar frutos. Le encanta viajar, lo cual comparto; aunque esto del juego lo descubrí al estar en Viña.
No sé de donde saco los setecientos dólares que destrozó en el Casino. Ella me contó que estaba apretada para vivir en Santiago. Percibí que sus ojos brillaron al contarle que había un casino en esa ciudad. Me pidió que fuéramos, pues necesitaba salir de Santiago. No me pareció mala idea; ya que, después de unas semanas de estudio, me sentía atormentado por las presiones.
Me expresó que si conocía el Casino. Yo le dije que no. Además que nunca jugaba, pues iba contra mi política monetaria. Sólo había acompañado a unos amigos a pasar el tiempo en San Salvador, mientras a ellos los desplumaban. “A mí no me despluman”- me aseguró-. Me explicó que era una experimentada jugadora de póquer, veintiuno y la ruleta.
Vera no es expresiva cuando conversa, pero sobre el juego, lo hacía con una pasión extrema. En el casino, cambio un fajo de billetes. Me comentó que me invitada. Yo le conteste que no pierdo mi dinero y menos el ajeno. Me dio el mote de su amuleto y nos dirigimos a la mesa de veintiuno. En menos de tres manos, gano como cincuenta dólares. Comenzó poco a poco, después aumentó, pero ,en menos de dos por tres, perdió cien dólares. La mire con preocupación pues no paraba de tirar fichas al apostar -no hay cosa que me duela es ver que se malgaste el dinero-.
Vera, le musite, cálmate un poco. No, me dijo, lo que pasa que esta mesa esta salada, siempre en un casino hay una así. Bueno – le dije-. Nos cambiamos a otra. Pasaron cuatro horas y Vera estaba ganando, pero en cinco jugadas la pelaron. Malditos – rezongó – . ¿Perdiste todo? No , me respondió. Yo ahí pensé que por suerte traía dinero para regresar donde mis amigos porteños. “Me queda una ficha. Te apuesto cinco mil pesos que gano- . Ya, ¿ por qué no? Frente a la ruleta veo a Vera jugar su ultima moneda. Cae negro y pierde. Ella maldice su suerte… “Préstame los cinco mil que te debo. Juro que te los pago”.
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