Vivimos en una sociedad híbrida, pues, somos el resultado de la confluencia de dos culturas que fueron unidas por la pasión y la violencia. Y no es novedad que muchos de los “vicios” que hemos heredado de nuestros predecesores, principalmente, hispánicos permanecen incólumes hasta hoy. Por ejemplo, el arribismo que diezma a los chilenos es un síntoma reiterado en cada conversación, ejecución y anhelo. Y es, justamente, en ese imaginario hipócrita, caracterizado por una anfibología discursiva recurrente, donde se conforma nuestra identidad. Pero a menudo surgen ciertos sujetos que, desde la ontogenia, vienen con la impronta para denunciar las injusticias de su entorno. Y así ocurrió con Pedro Lemebel, quien regresa al tapete mediático a raíz del lanzamiento de su candidatura al Premio Nacional de Literatura.
Nacer en la exigüidad es la señal más elocuente para preocuparse, más que en vivir, en subsistir; incluso, en un país como Chile: colmado de “vicios”. Y no me refiero a “vicios” como sinónimo de drogas y tantos otros términos que, con inmediatez, son injustamente asociados a la pobreza, sino a la moralina propia de la élite chilena, amparada en un sistema político heredado de la dictadura y en un sistema económico que ha fragmentado nuestro país, fomentando la segregación. Por consiguiente, ser pobre es la peor “maldición” que puede recaer sobre alguien en un país que se legitima inmerso en la mojigatería.
Por otro lado, la homosexualidad es un tema profundamente trastocado en nuestro país. Existe un desconocimiento generalizado en la población con respecto a sexo y a género; en concreto, el primero está determinado biológicamente y el segundo corresponde a un constructo social. De este modo, habitualmente se habla de forma errónea acerca de la orientación sexual como si fuese una “opción”, siendo que en realidad es la capacidad de cada ser humano de sentir una profunda atracción afectiva, sexual y emocional por otro, independiente del género; es un concepto complicado, y está consagrado en los derechos sexuales (OMS).
Y ni hablar de política. Nuestro país ha sido incapaz de avanzar en políticas públicas, acorde a los nuevos tiempos, debido a que los cimientos de la supuesta “democracia” descansan sobre la Constitución de Pinochet; Carta Magna ilegítima y anacrónica, sobre la cual se ha beneficiado un sector reducido de la población, mientras tienen el control del resto a través de artimañas. Por lo tanto, pensar la política desde la izquierda, sin transgredir la probidad –que muy pocos logran–, es un desafío constante.
Pues bien, cuando hacemos el ejercicio de reflexionar en torno a la figura de Pedro Lemebel, no podemos hacer caso omiso a su batalla constante contra el sistema…contra un país. No porque él sea una persona conflictiva, sino más bien por su naturaleza…, su esencia. Lemebel nació, creció y se formó en el lugar más intolerante a su idiosincrasia; sin embargo, jamás se dejó abatir por el ambiente inclemente y hostil en el cual le tocó vivir. Así y todo, con valentía asumió su verdad en un contexto en que fácilmente podría haber sido asesinado.
Lemebel: esperanza de las nuevas generaciones; creador justiciero, marginal y subversivo. Mientras la academia está con otros, el pueblo está contigo
Lemebel ha visibilizado lo que el poder intenta, sin éxito, ocultar. Ha plasmado en sus escritos la marginalidad en todo su esplendor, y ha retratado la ciudad con diafanidad. Ha sido capaz de “remar contra la corriente” para defender sus principios, que son los de la calle. Su esencia popular se mantiene indemne, sobre todo, entre los más jóvenes. Pedro jamás torció la pluma para esconderse entre las letras, o para satisfacer a los poderosos; en cambio, ha sabido hacer de la escritura y el arte sus principales armas políticas contra la injusticia social; siempre defendiendo al desamparado, a los sin voz. Pedro es motivo de orgullo de todos los que hemos sido maltratados, violentados, discriminados…Su valentía intelectual es única, y sus obras están más vigentes que nunca.
El profesor de arte, tras haber sido discriminado improcedentemente en el ejercicio de su profesión, luego se entregaría en lleno a las letras, sin pensar que más tarde sería el exponente de un mundo –más bien, inframundo– del que nadie se hacía cargo y, es más, ninguno se atrevía a narrar. En ese sentido, su habilidad artística se traduciría en irrupciones como “Hablo por mi diferencia” y las representaciones junto a Francisco Casas en “Las Yeguas del Apocalipsis”. Su obra contempla literatura de ficción con la colección de relatos Incontables (1986) y la novela Tengo miedo Torero (Seix Barral, 2001). Pero la crónica es, a todas luces, el género que más ha trabajado, y entre ellas se cuentan La esquina es mi corazón (Seix Barral, 1995), Loco Afán (crónicas de sidario) (1996), De perlas y cicatrices (1998), Zanjón de la Aguada (Seix Barral, 2003), Adiós mariquita linda (2005), Serenta cafiola (Seix Barral, 2008) y Bachiami ancora forestiero, (Italia, 2008). En 2012 publica Háblame de amores, y en 2013 Poco hombre; crónicas que han tenido gran éxito a nivel nacional e internacional.
Lemebel: esperanza de las nuevas generaciones; creador justiciero, marginal y subversivo. Mientras la academia está con otros, el pueblo está contigo. Eres la inspiración de la semilla que germina clamando tu nombre; tu legado pasará a la historia con vigor. Muchos decimos, sin titubear, lo que Roberto Bolaño piensa de ti: “Para mí, Lemebel es uno de los mejores escritores de Chile y el mejor poeta de mi generación”. Sin ir más lejos, el escritor Alejandro Zambra refleja con exactitud el pensamiento popular: “No tengo dudas de que Lemebel merece el Premio Nacional de Literatura, pero estoy menos seguro de que el Premio merezca a Lemebel…”. Esta vez no queremos verte volar en el cielo rojo de otro país, porque el pueblo clama tu nombre; el pueblo clama: “Pedro Lemebel, Premio Nacional de Literatura”.
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saludos, Fernando
Jorge Abelleira
Pedro
En realidad esto no es un comentario. Solo utilizo la única vía que veo para comunicarme contigo.
Voy al grano. Escribí una novela negra cuyo protagnista es un detective privado travesti y su telón de fondo es el Miami que los turistas jamás ven. «El uppercut de Linda Harris» ha sido desproporcionadamente elogiado por las personas que han visto el original pero, desgraciadamente ningún editor se ha jugado por mi obra.
En resumen, es una novela escrita por un narrador heterosexual, yo, que trata con respeto y humor a su personaje gay.
¿Querrías leer un par de capítulos?
Debido a que viví en USA no tuve contacto con tu obra y solo anoche leí tus Cronicas del sidario y me conmovió profundamente el exorxismo de la muerte que tu prosa ejecuta, la burla del miedo para morir con dignidad y si es posible con estilo.
Recibe los saludos de
Jorge Abelleira