Resulta preocupante la intolerancia manifestada por la comunidad homosexual y la recepción de esta postura en los medios de comunicación chilenos, pues la parodia no cabe en la definición de discriminación arbitraria en la ley 20.609 ya que a través de la comedia no se causa privación, perturbación o amenaza en el ejercicio legítimo de algún derecho fundamental.
Frecuentemente, la agenda noticiosa da cuenta de conflictos provocados por parodias o comentarios satíricos. Durante estos días, la atención recae en la disputa entre el comediante “Yerko Puchento” y el periodista Andrés Caniulef, donde éste último acusa racismo y homofobia.
Al respecto, preocupa la intolerancia que el humor satírico genera en Chile, intolerancia alimentada por el lobby que ciertos grupos han realizado transformando, así, al Estado en un verdadero censor de la risa, al más puro estilo del “venerable Jorge”. Como señaló el filósofo francés Henri Bergson (“La rire”, 1899), el humor siempre dice relación con lo humano o con evocaciones humanas que podamos encontrar en animales u objetos; es más, para este autor -de origen judío- la burla puede recaer hasta en aquellas personas que nos inspiran piedad y afecto, sin que ello implique una negación de la dignidad humana.
Valga decir que la parodia es utilizada desde tiempos inmemoriales. Tradicionalmente, se le ha menospreciado por las supuestas incomodidades o inconvenientes que su uso conlleva; no por nada, sólo en los albores del siglo XX se forjó un estudio sistemático de la misma reivindicando, de paso, su verdadero y amplio sentido. En términos sencillos, la parodia es una crítica en clave de humor; sus propósitos varían desde el humor simple -más parecido a una alabanza- hasta la sátira, sin duda su faceta más conocida. Tanta es la importancia que ocupa la parodia en nuestra sociedad contemporánea que, incluso, Chile la reconoce y protege en la ley 17.336 sobre propiedad intelectual.
A la luz de esta reciente rutina cómica, la reacción del periodista mapuche aparece como desproporcionada o, al menos, desenfocada. Desde la perspectiva de Caniulef hubo racismo y homofobia. Sin embargo, socialmente, sólo transcendió esto último, pues ninguna organización mapuche reclamó menoscabo; en cambio, la bandera de la homosexualidad fue reivindicada desde sus compañeros de canal hasta el MOVILH. ¿Hubo racismo en la rutina del comediante?. Yo, como mapuche, digo que no. Ahora, en cuanto a la homofobia, creo que tampoco la hubo. Y en caso de existir, el reclamo de ello no debiera confundir la discriminación racial con la homofobia, pues se trata de cuestiones muy distintas, aún cuando, ocasionalmente, converjan para efectos de la legislación antidiscriminatoria.
No perdamos de vista que se trata de una rutina humorística, por lo que la caza de brujas iniciada hace años por el MOVILH y otras organizaciones similares, en cuanto proscribir el humor sobre personas homosexuales, resulta preocupante; cuenta de ello dan, por ejemplo, las sanciones sufridas por Chilevisión a propósito de las rutinas humorísticas en el Festival de Viña del Mar del año2011 o, también, el revuelo público por las acusaciones de homofobia vertidas por el animador Jordi Castell en contra del comediante Stefan Kramer. Insisto en que resulta preocupante la intolerancia manifestada por la comunidad homosexual y la recepción de esta postura en los medios de comunicación chilenos, pues la parodia no cabe en la definición de discriminación arbitraria en la ley 20.609 ya que a través de la comedia no se causa privación, perturbación o amenaza en el ejercicio legítimo de algún derecho fundamental. Sin duda, es deber de todos respetar a nuestro prójimo, mas el humor satírico no sólo provoca risa sino que tiene por objetivo fundamental realizar crítica social o política, manifestación propia de la libertad de expresión y a cuyo respecto existen paradigmáticos precedentes judiciales, en el derecho comparado, como el recordado caso del editor de revistas pornográficas Larry Flynt versus el reverendo Jerry Falwell.
En conclusión, no debemos abusar de la victimización y atentar contra la libertad de expresión so pretexto de sentirnos vulnerados por ciertos discursos artísticos, tal como ocurrió con la “Última tentación de Cristo” y como ocurre con la rutina de Yerko Puchento. Una sociedad democrática demanda protección de los más débiles, pero también debe garantizar la libertad de expresión. Debemos aprender a distinguir, pues la sátira no es sinónimo de un discurso discriminatorio. Asimismo, no es posible que organizaciones homosexuales aprovechen la coyuntura del conflicto mapuche para reivindicar sus posiciones; no debemos recurrir al argumento del racismopara sustentar una acusación homofóbica pues, en definitiva, se farandulizan y banalizan estos temas confundiendo a la opinión pública y donde los únicos derrotados somos, precisamente, quienes demandamos mayor inclusión en la sociedad chilena
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