Francisco Bilbao no murió el año pasado, 2014, como Humberto Giannini. Menos este año, 2015, como Juan Rivano. Murió en 1865, y hace, entonces, exactamente 150 años. En columnas anteriores, por este mismo medio (por ejemplo, http://www.elquintopoder.cl/educacion/carta-a-ls-filosofos-chilenos-por-giannini-y-rivano/), he llamado la atención respecto del fenómeno de desaparición y olvido como destino más usual de la obra y circunstancia de los pensadores chilenos después de su muerte. ¿Qué ha sucedido con el pensamiento y la filosofía de Bilbao en estos 150 años? Veamos.
Entre nosotros hay pensamiento y obras, y suficiente como para constituir la tarea del legado, aquella de los continuadores y transformadores de un punto de inicio. Pero esa obra se tiende a menospreciar respecto de una curiosa (o trágica, o cómica) urgencia por estar al día con los últimos nombres de la escena intelectual europea. Sucede que en Chile no hay el ethos de la tarea sobre la herencia del pensamiento entre nosotros.Ahora me encontraba rodeado por un grupo de intelectuales, chilenos y americanos, que están llevando adelante lo que, sin duda, tiene el aspecto de un movimiento bilbaiano de pensamiento. Estoy hablando del movimiento intelectual alrededor del legado de Bilbao.
Entre otros, nunca ha existido una escuela chilena de filosofía. O una corriente de pensamiento fundada por un núcleo de intelectuales nativos o avencindados por estos lados. No se trata de patriotismo o nacionalismo filosófico. Se trata de masa crítica para crear y sostener una postura filosófica interesante, que pueda pensar lo que sucede por estos lares -y que también resulte importante como pensamiento más universal de la habitación humana-.
Ni siquiera debe llamarse o resultar chilena: podemos decir americana, americana del sur, o latinoamericana -si acaso el nombre y la ocasión del territorio son determinantes-. Pero que resulte asunto del pensar. Para que no haya que continuar respirando la autocomplacencia de describirnos solamente como heideggerianos, aristotélicos, benjaminianos, analíticos. Sí. ¿Por qué no también gianninianos? ¿Por qué no habría de surgir un movimiento de rivanistas? He visto unas sonrisas irónicas y descreídas alrededor cuando pronuncié estas palabras. Estas sonrisas vienen a confirmar lo arriba señalado: poca autoestima del pensamiento chileno. A lo que tal vez habría que añadir el, ¿cómo se le dice?, típico chaqueteo a la chilena, del cual tampoco nos libraríamos en este gremio de pensadores.
Pero he aquí que me encuentro la semana pasada en una actividad en la U. Diego Portales cuyo tema es el personaje histórico y la figura intelectual de Francisco Bilbao. Notarán ya mi primer shock: esta accidental reunión, dos siglos después, de los nombres de Portales y Bilbao, quienes personificaron las antípodas del orden y la rebeldía en aquel Chile que todavía no sabía lo que era, de las primeras décadas después de 1810.
Lo mejor es que Francisco Bilbao no aparece solitario. Si yo me había atrevido a pedir el surgimiento de un movimiento gianniniano -y que se preparara a dar ese salto a la luz pública con ocasión del encuentro internacional que se realizará en su nombre en noviembre de este año 2015-, ahora me encontraba rodeado por un grupo de intelectuales, chilenos y americanos, que están llevando adelante lo que, sin duda, tiene el aspecto de un movimiento bilbaiano de pensamiento. Estoy hablando del movimiento intelectual alrededor del legado de Bilbao -como trabajo de recuperación, elaboración, crítica y nueva destinación de su obra y su vida-, que se presenta centrado en la edición de sus Obras Completas, tarea conjunta del filósofo chileno Álvaro García San Martín y del filósofo mexicano Rafael Mondragón. Bilbao no está en solitario: el mismo Giannini se felicitaría de este simple hecho de existencia entre filósofos. Mondragón presentó un libro suyo –Filosofía y narración. Escolio a tres textos del exilio argentino de Francisco Bilbao (1858-1864)-. Presentaron sus estudios y puntos de vista, James Wood (EEUU, U de North Carolina); Maribel Mora y Alejandro Fielbaum (U. de Chile); Ana María Stuven, Gabriel Cid, Vaco Castillo (UDP); Ricardo López (U A Hurtado), y Alejandro Madrid (UMCE).
En desazón y ocasión de la muerte de Giannini preguntábamos: ¿Qué pasa con el pensamiento chileno una vez que su autor muere? ¿Muere el pensamiento con la muerte del pensador? Entonces, acogemos con alegría este resurgimiento del personaje y la obra de Bilbao. Advertimos lo que puede resultar el signo de un nuevo tipo de madurez intelectual entre nosotros. Vale la pena acercarse a nuestros pensadores con la minuciosidad e interés con que estudiamos a los clásicos desde Parménides y Heráclito. Así no más: ni más, ni menos. Se trata de una voluntad para dejar aparecer la experiencia que hay en esos discursos. Pensar con ellos nuestras sociedades y la historia, la existencia, que nos sucede. Y la que podemos hacer que pase.
No tengo un interés privilegiado en la imagen polémica de Francisco Bilbao, aún cuando parte de esa polémica -y de la odiosidad y entusiasmos que despertó el personaje, son todavía reconocibles en la sociedad y la cultura chilenas del siglo XXI-. Me alegro que el mismo año cuando aparece la idea de no dejar morirse así no más a Giannini y a Rivano, tengamos a Bilbao rejuvenecido por un movimiento plural de intelectuales.
Permítanme contradecir a Giannini: en Chile tenemos filósofos y podemos tener filosofía. Es decir, podemos tener corrientes filosóficas dedicadas a temas singulares, aparecidos entre nosotros. Temas y asuntos que se continúen de una generación de pensadores a otra generación de pensadores. Porque la historia del pensamiento, desde los primeros griegos –recordemos la relación de Platón y Aristóteles-, enseña que una generación no basta para consolidar un modo de pensar. Que todo maestro necesita del discípulo para saber él mismo, y la posteridad, que lo fue.
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