Ya mucho tiempo ha pasado desde el plebiscito del 5 de octubre de 1988. Aquel día el pueblo chileno asumía la responsabilidad de madurar como nación y optar por un sistema de representación por medio de una vía constitucional y democrática.
Son preguntas diversas, pero con una única respuesta, la que consiste en que aquel dictador potencial sabía que la única forma de demostrar la crisis de nuestra nación y la supuesta necesidad de intervención militar, era por medio de una imagen que destrozara cualquier ilusión y sentimiento de pertenencia a la democracia.
Quizás los años hayan pasado rápidamente y con ellos una sucesión de gobiernos legítimos; sin embargo, aún es posible encontrar efectos residuarios tanto en el aspecto normativo como social en la actualidad. Dichos efectos generan un estancamiento en el progreso de nuestra mentalidad nacional, puesto que seguimos teniendo arraigados a nuestra propia naturaleza determinados pensamientos y reglas propias de aquella época decadente. Quizás para muchos la intervención militar quedó enterrada con la elección del presidente Patricio Aylwin; no obstante, si analizamos detenida y minuciosamente determinados aspectos, nos daremos cuenta de que la figura y legado de aquel tirano aún sigue vigente.
En primer lugar, encontramos aquellos aspectos sociales que han marcado una generación que fue víctima de la represión, violencia, tortura física y psicológica, individualismo propio del sistema económico y, en general, delitos de lesa humanidad y sensación de miedo con los que se debía aprender a vivir. Hoy en día, nos encontramos en un país en el cual la televisión tiene la posibilidad de mostrar hasta las escenas más crudas de violencia y agresión, lo que es completamente aceptado por los televidentes, por el simple hecho de que hemos perdido la capacidad de asombro hacia la violencia, producto de la precariedad del sistema que rigió nuestro país tantos años.
Yo me pregunto, ¿cuándo pasó a considerarse algo normal las brutales agresiones de carabineros en contra de estudiantes? ¿Cuándo pasó a ser normal que aquellos que hace unas décadas estaban decidiendo a quién exiliar del país o a quién asesinar estén en cargos de importancia nacional? Es más, para clarificar la tesis nos podemos preguntar: ¿era necesario que el día del golpe de estado se bombardeara la moneda, o simplemente se podía sacar al presidente Allende por la fuerza? Son preguntas diversas, pero con una única respuesta, la que consiste en que aquel dictador potencial sabía que la única forma de demostrar la crisis de nuestra nación y la supuesta necesidad de intervención militar, era por medio de una imagen que destrozara cualquier ilusión y sentimiento de pertenencia a la democracia.
Desde aquel presidente destituido por la fuerza, desde una moneda destruida, desde la existencia de lugares que su único propósito era el asesinar y torturar, desde las imágenes de millones de chilenos mutilados en los estadios, desde la incertidumbre sobre el paradero de aquellos familiares desaparecidos, es que en la actualidad hemos perdido la capacidad de asombrarnos por la violencia, la muerte y la designación de asesinos o cómplices de ellos en el poder.
En segundo lugar, encontramos otro aspecto de suma relevancia, consiste en la utilización del himno nacional, emblemas patrios, figuras autoritarias y de orden, la utilización obligatoria del pelo corto en el colegio, el tener que marchar todos los 21 de mayo en la época escolar, el fomento y desarrollo de un nacionalismo enfermizo y decadente. ¿Nunca se han preguntado por qué odiamos tanto a nuestros hermanos peruanos y bolivianos? ¿Por qué tenemos esa tendencia a creernos superiores dentro de los países de Latinoamérica y a ser incapaces de negociar? La respuesta es simple y consiste en que, la manera más sencilla y populista de mantener a un país unido, es por medio de un enemigo común. El amor a la bandera no es malo cuando ayuda a una nación a desarrollarse y crecer, pero se convierte en un problema cuando cae en la arrogancia y en la necesidad imperiosa de mantener un orden social. Una de las finalidades de la historia consiste en que nos ayuda a no cometer los mismos errores del pasado, pero bueno, quizá somos tan humanos que vamos en camino a cometer los mismos errores de los países europeos en la segunda guerra mundial, que se destruyeron unos a otros por su afán imperialista.
En tercer lugar, respecto a los efectos normativos de aquella época en la actualidad, podemos mencionar brevemente nuestra Constitución Política, la cual fue formada por una pequeña comisión integrada por Enrique Ortúzar, Jaime Guzmán, Raúl Bertelsen, Gustavo Lorca, Juan de Dios Carmona, Alicia Romo y Luz Bulnes. Quienes redactaron la carta fundamental en cuatro paredes, lo cual evidentemente hace cuestionar su legitimidad por el hecho que fue creada en un período de anormalidad institucional y sin utilizar un proceso democrático; sin mencionar la burda reforma que se realizó el año 2005 por el presidente Ricardo Lagos para legitimarla.
Quizá muchos piensan ¿qué importancia tiene la constitución en la actualidad para querer cambiarla? La respuesta es sencilla, nuestro modelo y sistema económico está condicionado por determinados artículos, tales como el art. 19 n°21, 22, 23, 24, 25 y el 1 inciso 4 que limitan el actuar del estado dejándolo como un mero observador de los defectos del libre mercado. Otros aspectos esenciales son el hiperpresidencialismo, un capítulo completo destinado a las fuerzas armadas, principios en las bases institucionales tales como la limitada subsidiaridad del estado y el tan criticado quórum para poder reformar la carta, entre otras.
Otro aspecto relevante, consiste en los innumerables decretos ley que fueron dictados durante el período de anormalidad constitucional y que aún siguen plenamente vigentes. Quizás en la facultad de derecho nos han enseñado a que estas normas deben seguir rigiendo por seguridad jurídica, pero es inevitable cuestionar lo básico de esta tesis, puesto que si se quisiera realmente, ya se podrían haber cambiado todas estas disposiciones por leyes totalmente democráticas. Para terminar, quisiera decir que el progresismo tiene por objetivo el desarrollo del futuro y no del pasado, no obstante, debemos recordar que hay que criticar los errores del pasado y enmendarlos, ya que sin historia no hay futuro.
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