Las imágenes de la vida cotidiana plasmadas en los muros de las cavernas, como la de un cazador matando a un bisonte, dibujadas con pigmentos rojos por nuestros antepasados; las técnicas de mnemotecnia que tallaron en nuestra memoria colectiva relatos que hasta hoy perduran, como los versos de la Odisea; las invenciones de la escritura y del libro, del concepto de biblioteca, de la imprenta… de internet. Es imposible entender nuestra historia sin considerar esto: cómo los seres humanos hemos almacenado y ordenado la información acumulada y quiénes y cómo hemos podido acceder a ese conocimiento.
En el libro de Ediciones Biblioteca Nacional Travesía por el Cabo de Hornos Julio Carrasco escribe: “En la época en que el Cabo de Hornos fue navegado por primera vez por marinos europeos, las cartas de navegación eran documentos de alto valor estratégico tenidas incluso por secretos de Estado. Cada vez que un barco regresaba era cuidadosamente interrogado por las autoridades para actualizar los mapas oficiales. La información es poder”.
Hoy vivimos una de las tres revoluciones más significativas de la historia de la humanidad: la Revolución Digital, ese cambio de la tecnología analógica, mecánica y electrónica, a la tecnología digital, que comenzó a mediados del siglo XX. Esta revolución ha sido comparada a las transformaciones más radicales que ha vivido el ser humano: la Revolución Neolítica, cuando el homo sapiens deja la errancia de la vida nómade por la seguridad que ofrecía la vida sedentaria, hace unos 9 mil años, y la Revolución Industrial, ese paso de una economía rural basada en la agricultura y el comercio a una economía de carácter urbano, industrializada y mecanizada, que comenzó en el siglo XVIII. Cada una de estas revoluciones planteó desafíos en las maneras de almacenar, ordenar y acceder a la información. Los desafíos que plantea la Revolución Digital a estos asuntos aún son inconmensurables: por ejemplo, ¿cómo encontrar lo que buscamos en un océano cada vez más inabarcable de conocimientos? Y, por supuesto, la Revolución Digital también plantea desafíos inmensos a cómo se piensa, se entiende y se visita una biblioteca en estos días.
La anterior plataforma digital de la Biblioteca Nacional tiene apenas tres años. ¿Qué avance logramos reemplazándola?
Nunca en la historia de la humanidad las transformaciones habían ocurrido de manera más veloz. Hace 50 años comunicarse con Europa tomaba mucho tiempo; hace 20 años costaba un ojo de la cara; hoy se puede hacer desde cualquier lugar y en cualquier momento; de hecho, tenemos la posibilidad de hacerlo ahora mismo, con nuestro teléfono, si queremos. Hace 30 años había que cruzar océanos para acceder a archivos históricos valiosos, hoy están a un clic de distancia o a un toque de pantalla del celular. Hace 15 años, tener un teléfono celular era un lujo que pocos podían darse; hoy hay más de 26 millones de celulares en Chile.
Esta situación nos obliga a repensar incesantemente cómo estamos almacenando, organizando y accediendo a la información y al conocimiento.Y esta plataforma, la de la Biblioteca Nacional Digital, se hace cargo de eso. Como un cubo de Rubik, permite reordenar la misma información de distintas maneras, bajo distintos puntos de vistas, permitiendo, de esta forma, que podamos acceder a documentos que con la estructura anterior quedaban casi invisibles.
Ahora, por ejemplo, a través de la nueva sección de la plataforma, llamada Bibliotecas Territoriales, cada una de las 346 comunas de Chile tiene su propia Biblioteca Digital. Así, podemos acceder a mapas, cartas, fotos, libros o archivos de prensa digitalizados, referentes a cada uno de estos lugares del país, de manera particular.
Hoy vivimos una de las tres revoluciones más significativas de la historia de la humanidad: la Revolución Digital, ese cambio de la tecnología analógica, mecánica y electrónica, a la tecnología digital, que comenzó a mediados del siglo XX.
¿Los diarios y revistas de Chañaral destruidos en el aluvión de 2010? Es posible revisarlos en la Biblioteca Digital de Chañaral. Podemos leer en el diario La voz de Chañaral de julio de 1875 que la ciudad tiene una imperiosa necesidad de contar con un servicio quincenal de correos entre Chañaral y la localidad de Paposo o que no había “tiempo, brazos ni paciencia” para agotar la riqueza de las minas.
Yo no sabía que Lebu tuvo un activo centro científico en la primera mitad del siglo XX, con conexión con otros centros científicos en Chile y en el extranjero. Me enteré de esto en la Biblioteca Digital de Lebu, donde encontré el Boletín del Instituto Científico de Lebu de 1944, que habla de las investigaciones e intereses de los científicos de esa ciudad por esos años.
En la biblioteca digital de la comuna de Los Andes encontré un mapa de 1922 donde me enteré de que la calle donde ha vivido mi familia por varias generaciones se llamaba Avenida del Progreso, y no Sarmiento, como yo la conocí, ni Avenida Santa Teresa, como se llama ahora.
Borges imaginó una biblioteca infinita, una biblioteca que abarcaba todos los libros posibles, con galerías hexagonales, donde desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente. El difícil desafío de una biblioteca hoy es ser eco de los continuos cambios, para que esa biblioteca tenga mucho más que ver con lo que cada uno es y necesita. Con esta plataforma, estamos más cerca de esa biblioteca infinita que imaginó Borges.
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Jorge Contreras Villagra
Quisiera poder acceder a la plataforma de libros. Gracias