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La memoria y el infinito. Con Augusto Góngora revisitado

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Lo recuerdo (yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado, sólo un hombre en la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto)”[1], sentado en la silla opuesta de la misma mesa de aquel mediocre taller literario del barrio Bellas Artes de Santiago de Chile, años 90…

Por ello, en agosto de 2023, tres meses después de muerto y habiendo acudido a ver la película “La memoria infinita” del alzhéimer amoroso delante de la cámara de Paulina Urrutia por Augusto Góngora –encontrándome con ella y contándole del caso en el Centro Español de la Av. Providencia-, debí escribir y publicar : Brevísimo recuerdo «literario» de Augusto Góngora (elquintopoder.cl). Y ahora una primera continuación.

Uno lee ese título “Memoria-infinita” y no le queda otra que intentar contener-conducir el estremecimiento… Por mi lado, me recupero rebotando en Borges porque el relato de <Funes el memorioso> pone el asunto, digamos, en lo proporcional-humano.

En cambio, experimentando la decadencia político-cultural de los gobiernos finales de la Concertación de centroizquierda postdictadura -donde Paulina Urrutia desempeñó papeles de “Ministra de Bachelet”; síndrome de época, no solamente Chile-, no queda sino tragarse el abismo entre esas palabras “Memoria e infinito” dentro de la película, y los sentidos de despacha Borges –acompañado del placer de las lecturas borgianas de un Derrida.

-Ola librería Ancud <El Gran Pez> -me encuentro conversando con un Chiloé minoritario (los del no al puente):

“Ahora, para mí, los asuntos más valiosos -los «valores» trascendentes (o infinitos)-, no ocupan ya el espacio de los «asuntos sociales-históricos y humanos«, sino los «de-sol«. Es fácil y complejo explicar de qué se trata ello. El libro Estudio de sol lo hace en cada una de sus páginas.

Dices, oh! Gran Pez, que el fin del CAE es cosa relevante… Pero ¿cuánto? digo yo. ¿Hay algún infinito en esto del CAE.

Este “fin” no dice nada parecido a un “fin de mundo” –y tampoco a un final de paradigma, o a un humilde “fin de un problema de injusticia social”. El amor-alzhéimer de película de Urrutia por Góngora (muy poco pero algo sabremos de las emociones de Góngora, en el misterio de su disolución), no llega a un ensayo del amor humano, porque se queda en eso de que “con el enfermo terminal solo se puede ser bueno”, y de que el “enfermo terminal <es> inofensivo, absolutamente amable y un pobre tipo”.

Cero drama real: la cámara roda su cinta en un mono-tono. Ninguna dialéctica del sufrimiento. Hegel probablemente comentaría del error de la unilateralidad. Una unidad abstracta de lo “todo claro y resuelto y nada por meditar”… Fin de la filosofía (y de la poesía).

Recuerden” que aquel artículo de agosto del 23 trabajaba, precisamente, la dialéctica de la figura de un cierto “héroe antidictadura” con la mediocridad del mismo tratando d’ escribir algo literariamente pasable. Y, claro, el año pasado no comprendía aun esos sollozos del enfermo en su única excelente escena de: <¡Mis libros!>. Góngora tremendamente lúcido entrando a su etapa delirante[2]: expresa un egoísmo sano. El de quien ama lo suyo-suyo y tiene el coraje de la vanidad abierta de “creerse alguien inteligente”, porque sus libros son “grandes-obras”.

Todo el sentimentalismo (tan finito) de la hora y tanto de película, contrastado por 30 segundos de sinceridad evidente. En cambio, los galardones culturales que la Ministra entregaba, entre Premios y Millones, envueltos en la miseria de una farsa entre amigos con publicidad pagada por el Estado chileno.

Como sabrás –oh! gente del libro del Gran Pez de Chiloé-, para Borges el «infinito» resulta un asunto vital. La mera existencia cotidiana desborda los fines y las finitudes, y a cada rato.

Así Funes vivo ocurría como Zaratustra, Nietzsche, un adelantado ultra hombre y el compadrito del poblado de Fray Bentos –un recodo por la “banda oriental” del Río de la Plata. En cambio, de Arturo Góngora notamos su hiper armonía del clase media progresista del siglo XX; su casa de tono hippie alternativo… su pololeo feliz en la playa.

¿Acaso podríamos poner a Gonzalo Rojas sobre la oreja de Paulina Urrutia repitiéndole in/finitamente: “¿qué amas cuando amas a Góngora?”. Y en la obsesión y el éxtasis de murmurarse: “Recuerdo la bombacha, las alpargatas, recuerdo el cigarrillo en el duro rostro, contra el nubarrón ya sin límites”.

¿Qué amas cuando amas a Góngora?. Y en la obsesión y el éxtasis de murmurarse: “Recuerdo la bombacha, las alpargatas, recuerdo el cigarrillo en el duro rostro, contra el nubarrón ya sin límites”

Recordar esos pocos momentos trascendentes del enfermo del alzhéimer o disolución epocal contemporánea. De manera que nunca se nos olvidaran esos breves instantes… ¡Y devenidos otros Funes, tú y yo, Gran Pez de Ancud!

Se trata también de lo me decía hace unos 20 años la inteligencia de Eduardo Valenzuela, el sociólogo de 17 años del año 1973, en el primer año de la Universidad cuando, otros 17 años después, confesaba su asco ante la desbandada de los “progre” por conseguir el cargo mejor pagado del Estado democrático recién recuperado.

Pero, siempre sucede de esta manera. A Platón siempre le ocurren los platónicos y a Borges los imitadores y aduladores después de muerto igual que al solitario “macho alfa” del Roberto Bolaño chileno. Las decadencias hacen tanta historia humana como los arché de mundos. Cada esfuerzo repite el mito de Sísifo encumbrando la roca…[3]

Pues si este Góngora se moría igual -mortal con o sin alzhéimer-, y si vale eso de “igual agota mientras el ámbito de lo posible”, lo que es más-que-posible ocurre en cosas como “el-sol”. Las auroras-amaneceres arché de cada día tienen más riqueza d’ elementos de (sin)sentido que épocas humanas completas. Luego, ¿cómo valorar proporcionalmente este “fin-del-CAE” de octubre de 2024[4]?

Sin duda una ardua tarea. Pero no para “solucionar” con eslóganes convencionales. Ni con la, llamemos, “compasión moderna de justicieros” que vienen a mejorar al fin este mundo y todos los mundos porvenir.

Un «homenaje» a Arturo Góngora queda posiblemente más proporcionado, en las medidas de finitud de estas meditaciones. Lo que nos conduce tranquilamente a esa pulsión de los éxtasis: hubiéramos deseado ver al periodista justiciero ahora enfermo de un alzhéimer heroico (o a su heroína amante, de algún modo, matándose a su lado)…

Y «Góngora» es un nombre que debiéramos referir al menos a otros dos: al notable historiador chileno Mario Góngora (1915-1985), y al magnífico escritor del Siglo de Oro ibérico (aun no existía el Estado español moderno), Luis de Góngora (1561- 1627).

Toda tarea de escritura pasaría ya por esta consulta por la infinitud de Augusto Góngora –y por alguna atroz tragedia personal-, en estos contextos de sol que las superan siempre. Escribiendo ahora de la dictadura de Pinochet con la misma precisión que se tiene con el «fin del CAE».

[1] Arché (primeras líneas, inicio, apertura) de “Funes el memorioso”, relato en el libro <Ficciones> de 1944. Del ya afable Jorge Luis Borges.

[2] Porque la cotidianidad postmoderna se caracteriza por interminables (no-infinitos) auto-engaños –y la “vida” a veces ocurre más bien en “crisis” y así: paradojal y misteriosamente. Y Arturo Góngora fue, al parecer, un “mero” postmoderno chileno…

[3] Aunque jamás llegues a las conclusiones del existencialista Andrés Camus y su versión del mito. La que se abre con este arché : “No hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio”. Frase de uno ciego-al-sol.

[4] Anuncio de Gabriel Boric, presidente, para finalizar con el “Crédito con Aval del Estado” –promesa de campaña cumplida a los universitarios, ahora con adecuaciones “a la medida de lo posible” (cosa que define una dimensión completa de la política occidental)

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