Hagamos un retrato voraz del pesimismo cultural que nos ha heredado el siglo XX. Dejémonos acompañar por George Steiner, y la crisis del humanismo europeo.
Los tiempos del siglo XX permiten una visión clara del fenómeno de la barbarie, de la frustración de las esperanzas y promesas optimistas de la Ilustración europea del siglo XVIII. Se han secado los manantiales de la esperanza: así comienza este esbozo de reflexión sobre la cultura humanista. Todavía en el siglo XIX, dice Steiner, la confianza en la cultura humana entrañaba una actitud orgullosa. Después fue una “desalentadora visión del presente”, ciertos orígenes específicos de lo inhumano.
El nombre general archirrepetido de nuestro tiempo es “crisis”; una necesidad de urgente salida nos obliga a redefinir la cultura de las sombras. En ella respiramos hoy una especie de gas de los pantanos, o el tedio o una densa vacuidad. Aunque todavía cueste entender, las atrocidades que no podían ocurrir en la Europa civilizada han tenido lugar. La catástrofe se ha hecho presente. Imposible, casi, el inventario de lo irreparable, de los futuros vitales prescindibles, de las generaciones devastadas.
Según eso nos rodea ya una lúgubre utopía tecnocrática que funciona en un vacío de posibilidades humanas. Los acontecimientos sociales obligan al abandono de la moraleja del progreso y el sentido de la verdad histórica. La imagen de una coherencia interior y subjetiva (de un “centro rector”) se ha perdido. Las carencias efectivas del humanismo (la “cultura disminuida”) comparecen como la más radical derrota, adormecida en la familiaridad con el horror.La perspectiva filosófica de Steiner procede de una calamitosa ruina de las posibilidades humanas, separándose de la explosión de posibilidades que anunciaba positivamente, por ejemplo, el humanismo renacentista de Pico della Mirandola
Si procuramos pensar será para desentrañar las relaciones entre lo inhumano y la matriz contemporánea de una elevada civilización. Tal civilización gozaba de un irrebatible señorío de dos milenios. Centros del ímpetu filosófico, científico y poético prosperaron en la cuenca del Mediterráneo y norte de Europa, sin ignorar las creaciones intelectuales del oriente y el Islam que impresionaron la sensibilidad del viejo continente. Claro que no con un sentimiento de genuina paridad pues, “¿No es la noción misma de cultura sinónimo de elitismo?”.
Para esta visión de la época, se perdió la utopía ontológica, el impulso de lo original, la capacidad metafísica de “soñar hacia adelante”. La historia dejó de aparecer una curva ascendente. Su trayectoria podía ser incluso interrumpida. En esta disolución de los axiomas históricos se desgasta la idea misma de lo humano como propósito y proyecto. Aquellos para quienes en el siglo XX, un poema, un pensamiento filosófico, un teorema, son de algún “supremo valor”, ayudan también a cerrar las compuertas de los hornos en los campos de concentración. O miran para otro lado. Y hablan la lengua de algún relativismo.
Asistimos al final de un sistema jerárquico de valores. Es “aterrador” que los frutos del intelecto acompañen el nuevo pesimismo de una supuesta “postcultura”. ¿Acaso la especie humana muestra síntomas de un cambio en sus estructuras mentales, una mutación orgánica de la consciencia?
La perspectiva filosófica de Steiner procede de una calamitosa ruina de las posibilidades humanas, separándose de la explosión de posibilidades que anunciaba positivamente, por ejemplo, el humanismo renacentista de Pico della Mirandola. “Queda mucho por explicar del horroroso enigma”, dice, aunque el enigma, por si mismo, tiene variedad de caras. El pesimismo se expresa como clausura de un modelo de cultura que rescate a la humanidad de una trágica complicación de hechos.
La filosofía podría constituir una aclaración, una “limpieza a fondo del desván de la mente”. Como descenso al ignoto torrente íntimo estaría plagada de inquietudes desgarradoras. Una nueva incursión en el recuerdo podría traducirse en el dilema permanente de “cambiar la vida”.
Una nueva infancia nos enfrentaría a la innumerable especificidad y minuciosidad de las formas del mundo: “El detalle podría no tener fin”. Miraríamos quizá hacia la sensibilidad clásica griega solo para descubrir que se acobardaba ante los números irracionales y lo inconmensurable.
A Steiner la invocación de la “teoría” en el terreno de las humanidades, en la historia, literatura y las artes, le resulta resueltamente mentirosa. Hay que desahuciar el empeño lamentable por encontrar regularidades en el movimiento del espíritu. En las humanidades –no susceptibles de experimentos irrefutables-, la teoría parece a Steiner no pasar de ser una especie de “intuición impaciente”. En la libre interacción de las interpretaciones, las proposiciones son una opción personal.
Todos somos invitados de la vida, pero hemos resultado unos comensales vandálicos. Somos mamíferos persistentemente territoriales capaces de alguna creatividad ética pero agresivos, proclives al contagio del odio colectivo. Sin embargo, llamados también a idear instituciones de civismo y colaboración altruista.
De la Naturaleza, hemos convertido en un vertedero de residuos tóxicos su entorno de extrañas bellezas. Somos allí una constante y envidiosa amenaza. Y como “función de ser insomnes para causar irritación” en los otros, aparece el mayor de los honores.
He aquí un discurso desbordante de negatividad. ¿Se parece al mundo que resulta en el siglo XXI? Cargar las tintas negras permite desahogar las venganzas contra una realidad traicionera. Casi todo lo que se ha querido decir se ha sido dicho. Pero, probablemente, solo es la mitad de lo de siempre. Lo peor habría sido, sin embargo, importar reluciente y macabra una verdadera guillotina contra de la ilusión. “¿Cómo renunciar al pensamiento y a la trascendencia, al lenguaje que con sus futuros verbales nos permite la esperanza?”
Comentarios
16 de abril
Hola Fernando, iluminadora tu reflexion albeit aplanadora por el peso. Dado el escenario de confusion y psicosis colectiva en que estamos. Ha llegado la hora de comprender cual es «ese horroroso enigma» que dice della Mirandola, por ello necesitamos una reluciente y macabra guillotina para acabar de una vez por todas con la ilusión de la separacion. Todo lo que ocurre tiene un sentido. Y todos somos responsables de cada evento que ocurre en este universo que compartimos. La separación es una ilusión. Todos estamos conectados con todos y con el todo. Si seguimos actuando como si esto no fuera una verdad, no podremos ver las consecuencias de nuestros actos. Debemos hacernos responsables de lo que pensamos, sentimos y hacemos porque todo eso conforma el universo que todos habitamos.
Nota: Psicosis: Enfermedad mental grave que se caracteriza por una alteración global de la personalidad acompañada de un trastorno grave del sentido de la realidad.
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