Dentro de sus políticas culturales, el Estado compra todos los años cientos de libros para nutrir los anaqueles de las bibliotecas públicas. Las editoriales presentan sus propuestas y alguien, no sé cómo, selecciona. Este año participó la Editorial Tácitas con traducciones de Epicuro y Sófocles realizadas por Pablo Oyarzúy y Roberto Torretti, respectivamente. No seré yo quien reseñe a los autores y al traductor, ni quien justifique la pertinencia de esa compra. Lo que me interesa es la respuesta de la autoridad. Los libros no se compraron porque en esta oportunidad “no se adquieren autores extranjeros”.
Es difícil opinar sobre las políticas culturales del Gobierno. Se recuerda el espectáculo de las luces en La Moneda, un escándalo porque la página web del Fondart no estaba operativa en el día de las postulaciones, la polémica porque se prefirieron algunas docenas de escritores por sobre otras docenas para ir a la Feria del Libro de Guadalajara, el ataque de caspa de algunos artistas porque el ministro del ramo manifestó alguna vez su rechazo al cantante mexicano Emmanuel por considerarlo “raro”, pero tampoco tiene uno algún argumento para revertir las salas de teatro vacías y las librerías cerrando todos los meses. Pensaba suscribir a la causa de la rebaja del IVA a los libros, pero desistí, enumerando una serie de autores cuyo IVA convendría aumentar si verdaderamente queremos mejorar el estado actual de las cosas.
Lo de los premios es también algo difícil de entender. Cuando se le entregó el Nacional de Literatura a Isabel Allende por “dar a conocer el nombre de Chile en el extranjero” y “ser una mujer en un mundo de patriarcado” uno se quedaba esperando que le dieran el de música a Myriam Hernández, valerosa fémina cuyos discos se llegaron a vender con éxito en Japón. Cuando se lo dieron a Óscar Hahn y se escuchaban alegatos a favor de tal o cual poeta porque “necesitaba mucho más ese dinero”, se quedaba uno esperando que las postulaciones se hicieran en lo sucesivo con el puntaje de la ficha CAS bien actualizado. Lo de TVN es también complejo. Su concepto de “cultura entretenida” es, en algunos casos, más pernicioso que el famoso reality delas Argandoñas o las remuneraciones de José Miguel Viñuela.
Es del caso que, dentro de estas políticas culturales, el Estado chileno compra todos los años cientos de libros para nutrir los anaqueles de las bibliotecas públicas. Las editoriales presentan sus propuestas y alguien, no sé cómo, selecciona. Este año participó la Editorial Tácitas (en la que nunca he trabajado y nunca he publicado, por las dudas) con traducciones de Epicuro y Sófocles realizadas por Pablo Oyarzún y Roberto Torretti, respectivamente. No seré yo quien reseñe a los autores y al traductor, ni quien justifique la pertinencia de esa compra. Lo que me interesa es la respuesta de la autoridad. Los libros no se compraron porque en esta oportunidad “no se adquieren autores extranjeros”.
Es difícil imaginar un símbolo de barbarie peor que el señalado. Como siempre que se contempla el horror, una risa nerviosa deviene en mueca, las ganas de llamar por teléfono a algún amigo para reírse con el pelambre ceden a algo similar a la indignación, pero matizada por una resignación de contornos difusos. En la impotencia de no saber cómo revertir esto, de no conocer el alcance que razonamientos como el descrito pueden tener en otras áreas de las políticas culturales, quedan algunas preguntas que ojalá tengan respuesta: ¿Quién es el responsable del criterio de “no adquirir autores extranjeros”? ¿Bajo qué punto de vista ese criterio contribuye en el devenir cultural del país? ¿Qué opinión tiene la autoridad respecto de las traducciones de los clásicos? ¿Lo considera una moda extranjerizante? ¿Considera que su aporte es menor? ¿No ve en el traductor a un autor? ¿Shakespeare, Cervantes, Faulkner, Onetti, Virgilio, están todos dentro del mismo saco por haber vivido allende los Andes? ¿Y el autor chileno que escribe en el extranjero, ese tampoco? ¿Debiéramos entonces eliminar de las bibliotecas los antipoemas de Parra y los poemas de Residencia en la Tierra de Neruda, escritos en India? ¿Y el que escribe en Chile pero no nació acá? ¿Si el sacerdote Pierre Dubois tuviera un libro de memorias, tampoco se puede comprar? ¿Y qué me dicen de la Araucana? Ese menos que ninguno: fue escrito por un extranjero invasor.
En su última columna, el crítico literario español Ignacio Echeverría señala: “En Chile -país que cuenta con una muy notable, bien nutrida y poco divulgada tradición de traducciones de poesía-, Ediciones Tácitas se distingue, entre otras razones, por publicar estupendas versiones de clásicos grecolatinos, entre las más recientes, las de Leonardo Sanhueza, de Catulo y Juan Cristóbal Romero, de Horacio. Tratándose de un sello pequeño, casi artesanal, estas versiones no sólo es improbable que circulen fuera de Chile, sino que permanecerán seguramente ignoradas por lectores y estudiosos de toda laya y procedencia que harían un buen uso de ellas. Se trata de una muestra como tantas y tantas otras que ilustra el derroche y desperdicio constante de los caudales de la lengua por falta de políticas culturales responsables y eficaces”. A este problema –el de la pobre divulgación mundial de estas traducciones– tenemos que agregar ahora uno acaso más grave, pero en todo caso más triste: el de la distribución de estos libros por nuestras propias bibliotecas. Es de esperar que esta “muy notable, bien nutrida y poco divulgada tradición de traducciones de poesía” resista el daño que le hacen las políticas culturales tendientes a su exterminio.
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