Hace pocas semanas, a propósito de la poca efusividad de Marcelo Bielsa para saludar a su padre, quien tantos cargos ostenta -Presidente de Chile, dueño de Colo-Colo, de Chilevisión, del Parque Tantauco, y vaya uno a saber cuantas cosas más a través de quizás cuántas sociedades de responsabilidad limitada que escapan al control de la superintendencia respectiva-, Magdalena Piñera calificó al argentino de “roto”. La palabrita genera ronchas en la mayor parte de nuestra sociedad, por lo que doña Magdalena no tuvo más remedio que borrarla de su twitter a los pocos minutos.
Hace menos tiempo todavía, un hasta entonces desconocido concejal de Concepción sacó del baúl de los recuerdos la palabra “upeliento”, vale decir, parafraseándolo imaginariamente, “izquierdoso, violentista y picante”. El hombre intentó una disculpa, pero no hubo caso: a la mayor parte de nuestra sociedad le carga que se hable de esa manera, y otro borrón más en la red de los 140 caracteres.
¿Magdalena Piñera borró la palabrita aquella porque en verdad nunca quiso escribirla o sencillamente porque la pillaron? ¿El concejal aquel escribió “upeliento” durante un lapsus o porque es el primer adjetivo que se le vino a la cabeza? Me tinca que varias personas del entorno de ellos dos se pasan una buena parte de la semana “roteando” a diestra y siniestra: roto el que se les coló en la fila, roto el que les pidió plata en un semáforo, roto con plata el que maneja un auto más caro que el de ellos a gran velocidad.
Cuando escuchamos a norteamericanos referirse a sus compatriotas de raza negra como “gente de color” o “afroamericanos”, varios no podemos evitar sonreírnos por la pulcritud del eufemismo. Pensamos en la criminalización de sus barrios y sus costumbres, en la historia de esclavitud y derechos civiles cercenados, y los calificamos de hipócritas. Nosotros sabemos que es así, porque hemos construido un lenguaje en donde campean “asesoras del hogar”, “trabajadoras sexuales”, “personas en situación de calle”, y “humildes”.
Nosotros, que vivimos en uno de los países con más desigualdad del mundo, le exigimos a los más favorecidos un lenguaje igual de respetuoso que el que se espera de los blancos en Estados Unidos, aunque sepamos que la mayor parte del tiempo no signifique un cambio real en el estado de cosas ni de conciencias; simplemente lo exigimos como una manera de no meter el dedo en una herida que no cicatriza.
Magdalena Piñera cambió la palabra “roto” por “mal educado”, y mantuvo el mismo mensaje, pero todos sabemos que roto no significa lo mismo que mal educado. Un alumno de un colegio exclusivo al que le esconden la realidad de su país está siendo mal educado, pero jamás será calificado de roto. Ella misma, aunque no tuviera ni cuarto medio cumplido, no podría ser calificada de “rota”, por más mal educada que sea.
Conjeturo que el concejal y la hija del presidente, antes que equivocarse, se sinceraron. Utilizaron el lenguaje que ellos prefieren para mencionar cuestiones que violentan su manera de pensar, discriminándolos por disentir de lo que ellos y los suyos hacen o harían frente a una circunstancia determinada.
No sé si el lenguaje crea realidad, pero sí creo necesario no perder la capacidad de asombro frente a quienes lo utilizan para estigmatizar a sus pares. No es un mero desliz utilizar palabras tan feas, que suenan mucho peor en boca de quienes las dicen: una persona que se somete al escrutinio popular en un caso, y una descendiente directa de una de las mayores riquezas del país, en el otro. Si no van a cambiar su manera de pensar, por lo menos tengan cuidado, vergüenza, pudor. Tres palabras que no tienen que ver con el “emprendimiento”, ni con la “competencia”, ni con la “eficiencia”, si no que con algo mucho más sencillo e intangible: la decencia y el honor.
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phidalgo
Desde luego que el clasismo es un fenómeno transversal. Lo que postulo es que ciertas personas –entre otros quienes ostentan cargos de representación pública y quienes han amasado demasiado dinero– deben ser particularmente cuidadosos al menos con el lenguaje, porque en ellos suena especialmente desagradable. Si no tienen conciencia social, al menos que les quede cargo de conciencia social.
Contardo es un gran cronista de nuestro tiempo, y la impresión que me ha dejado en el tiempo su libro es que su foco está en la impostura, una triste virtud nacional de múltiples manifestaciones. Lo del parcito de esta entrada en cambio mucho más sencillo y violento: es no considerar necesario ni siquiera el pudor en un país en el que las desigualdades aumentan año tras año.
angelo-tixi
Me parece muy buena columna, es un tema poco ventilado y siempre da la sensacion que se trata de no «tocar» en los medios por una cuestión de auto referencia, creo que si ciertos calificativos son erradicados en nuestra forma de expresarnos de nuestros semejantes, las brechas seran reducidas por lo menos el trato…
phidalgo
Es divertido notar, tal como lo haces, que la palabra “roto” es como que no existiera, como si fuera una especie de tabú innombrable, comparable con el incesto, cuando en realidad es parte constitutiva de nuestras más atávicas formas de discriminación. Ocupa para muchos el espacio que ocuparía un garabato de grueso tonelaje. Los que utilizan la palabra a diario sienten remordimiento cuando los pillan. Y claro, los que de alguna u otra manera trabajamos con las palabras creemos que el trato efectivamente puede marcar diferencias, aun cuando no sea –ni pretenda ser– una solución de fondo.
plopezb
Querido Pato,
Me parece muy buena tu nota. Hay dos puntos que los tocas y, sin embargo, me parece interesante conversar.
Por un lado esta el tema del uso del eufemismo para referirise a categorías sociales de forma extensiva. Como es necesario dar un nombre a las cosas y ese nombre produce incomodidad a lo largo de los años vemos una desfile de palabras para nombrar lo mismo. Da la sensación que apenas esta palabra adquiere una relación directa con el grupo social al que intenta hacer referencia la palabra queda descubierta en su afán estigmatizador y debe ser rápidamente reemplazada por una nueva. Y así nos pasamos del roto al picante, al rasca, al cuma, al flaite. se podría hacer una historia social de la evolución de estos términos y como distintos fenómenos son asociados a la pobreza a tal punto que pasan a denominar a la pobreza en si (los harapos a los rotos, el volarse a los que flaites en la esquina, etc.) para luego ser reemplazados por uno nuevo que esconda por otro tiempo más el significado. Tb es cierto que para referirse a la clase alta encontramos un devenir similar: pije, pituco, cuico, pelolais, etc.
Lo otro que me llama la atención es que usas de ejemplo a los blancos de EEUU y su obsesión por llamar al negro negro. Esto lo usas tú como un ejemplo que se te viene rápidamente a la mente? como un significante similar? quiero decir, cómo un proceso que muestra una similitud en su forma? o intuyes bien una similitud de fondo?
Bueno estimado, estamos hablando.
Esta buena esta pagina no la leía. ahora me voy a meter más a ver si aporto con algo yo tb.
phidalgo
Pato López, querido amigo:
Me llega a dar cierto pudor que leas mis entradas, en las que opino sin más conocimientos que los que posee ciudadano de a pie. Seguramente, por tus conocimientos, debes tener bastante más que decir sobre cuestiones que apenas intuyo.
En este caso me contento con exigirle a los que más dinero tienen, y a los que ejercen funciones públicas, que sean especialmente delicados en el trato de los que menos tienen. Precisamente por sus posiciones en la sociedad, deben ser más cuidadosos, aunque ese no sea un tema de fondo.
Lo de vincular la problemática de negros y blancos con la de ricos y pobres en Santiago es una cuestión que recojo de los testimonios de Gerardo Whelan, el cura de Machuca. Se supone que una de sus motivaciones para iniciar el proceso de integración de alumnos de condiciones socioeconómicas desmejoradas en el Saint George fue constatar, durante sus estudios de postgrado en Chicago en los 60’, lo que ocurría allá con los problemas raciales, y asimilarlo en nuestra realidad.
Un abrazo. Espero tus aportes en esta página, y en todos lados.
aleyermany
Muy buena columna Patricio…estoy muy de acuerdo contigo, y en cuanto a la duda sobre si el lenguaje crea realidades, yo me atrevería a decir que si, efectivamente lo hace….palabras tan poco delicadas como «roto» pueden moldear sin duda la «realidad» de las personas, su diario vivir y su imagen de sí mismos…..quienes ya se saben «rotos» sienten que en esta «realidad» ellos son parte de aquel concepto y que la palabra los identifica, los moldea y los define como activos sociales. Y esa me parece que es el mayor problema y la gran verdad detrás de esos deslices verbales…..
Saludos!
phidalgo
Hola!
Efectivamente, la manzana se vuelve más manzana cuando se le nombra, y en eso no se equivocan ni los poetas ni los intelectuales. Y claro, la delicadeza es una virtud que no es menos importante que tantas otras, por más secundaria que aparezca frente a cuestiones que, a falta de mejor nombre, llamamos estructurales. Además, la palabra “roto” tiene una fuerza negativa demasiado fuerte como para tolerarla.
Abrazote.
cindy-iriarte
Muy buena reflexión, Patricio. Si bien los dos ejemplos que citas dan a entender que el «roteo» (y sus derivadas) es un problema de un sector, nuestra historia nos demuestra que esta es una actitud transversal en nuestra sociedad. Recomiendo leer (aunque asumo lo debes haber hecho ya) a Oscar Contardo y su «Siútico».