En espera que se reduzca el impuesto a los libros, seguiré dando vueltas por alguna feria del puerto, Viña o mi ciudad natal, para rescatar un nuevo amigo que acompañe mis horas de ocio por unos módicos pesos.
A propósito de la connotación que por estos días tiene la literatura en las redes sociales producto de la entrega polémica del premio nacional a Antonio Skármeta y al centenario de Nicanor Parra y cuando se ha instalado en el ideario popular el elevado 19% de impuesto al libro, traigo a colación una de las tantas reflexiones para el olvido (o no tanto) que en su época de candidato, el ex Presidente de la República Sebastián Piñera, expuso en torno a la lectura y lo caro de los textos en nuestro país.
«Bajar el IVA sólo a los libros buenos.» Esto fue lo que respondió a un joven que le planteó el difícil acceso a libros originales y a la cultura en general debido a su alto costo. En su momento y ya terminado su mandato, sigo considerando por lo pronto equivocada y desacertada su respuesta para aquellos que nos gusta leer o acceder a otras manifestaciones del arte, además de un atropello a la libertad de creación y de elección, o más simple al gusto de cualquier mortal de leer o presenciar artísticamente lo que se le plazca. Mas, es menester reconocer, que ni la Concertación o Nueva Mayoría, han hecho mucho en esta materia, convirtiéndose en una deuda perenne de sus administraciones.
Quienes gustamos de ello y es parte de nuestra vida, sabemos lo caro que es comprar libros, en mi caso bendigo las ferias de libros usados y locales de los llamados libros de «segunda mano», tan vilipendiados y repudiados por aquellos moralistas que no dan solución alguna de acercar los precios a la clase media y bajas de Chile. Producto de la cantidad de libros que adquiero, tanto por mi profesión como por interés personal, me las arreglo en aquellos oasis con libros empolvados y de ediciones remotas que se convierten en una adicción de visitar cada vez que transito por mi comuna, Viña del Mar o Valparaíso.
Querámoslo o no, la cultura, el arte, son subjetivos, de ahí mi desconfianza a los críticos, pero ese es otro tema. El acceso a la cultura debe ser igualitario para todos (y para quienes lo deseen), y es la gente, el pueblo, quien decide qué leer o que no, que película u obra de teatro es de su gusto. En reiteradas ocasiones copiamos y admiramos a los países del primer mundo, bueno imitemos el compromiso de los estados de algunos de aquellos países en esa materia, donde el acceso a la cultura es parte de la canasta familiar, un derecho inalienable.
En espera que se reduzca el impuesto a los libros, seguiré dando vueltas por alguna feria del puerto, Viña o mi ciudad natal, para rescatar un nuevo amigo que acompañe mis horas de ocio por unos módicos pesos. Si es bueno o malo, eso lo decidiré exclusivamente yo. Al menos otórguenme esa libertad.
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