Un trozo de pared manchada, cubierta de marcas, dibujos y frases, recibe al visitante y le abre una ventana al pasado. A la historia de una nación que, a fines del siglo XIX principios del XX, lidiaba con sistemáticas oleadas de viajeros que desembarcaban en sus costas en busca de un mejor pasar. Y en ocasiones ni eso: buscando no morir de hambre, las enfermedades. O simplemente escapando de la guerra.
Este mudo, eterno espectador, se levanta en una de las salas del Museo Nacional del Inmigrante de la Isla Ellis, frente a Manhattan. En Nueva York. En la entrada este, marítima, a Estados Unidos.La memoria es un activo invaluable. Uno que en sincronía con la materialidad, es fundamental en el desarrollo espiritual, ético, moral de una sociedad
En algún momento del siglo pasado este muro fue mudo testigo de horas de incertidumbres, tristezas y esperanzas de los desamparados. De quienes esperaban ahí, para cobijar a los recién llegados. Un buen día sus imperfecciones de mano humana fueron cubiertas de amarillo pastel. Aséptico tinte con él que muchas veces los pueblos, Estados más bien, intentan limpiar los vestigios, en ocasiones rojos de sangre, de su ignominiosa historia.
Pero éste no fue el caso. No toda la pared fue cubierta por el velo de la desmemoria.
Una mica transparente cubre, y protege, una parte del muro que no fue cubierto por el velo del olvido. En este trozo del pasado es posible escrutar las marcas que dejaron a principios del siglo XX quienes transitoriamente habitaron estos espacios.
“GRAFITI: De 1900 a 1939, esta sala fue utilizada por personas a la espera de testificar ante una Junta de Investigación Especial, en representación de familiares y amigos inmigrantes. Este fragmento de grafiti incluye dibujos e inscripciones de esa fecha, a principios de 1900” dice una placa conmemorativa.
Este hito turístico/histórico no es neutral. Todo el museo está configurado en forma crítica al pasado de Estados Unidos en que al inmigrante pobre se le trató como ganado. Peor, incluso. Se percibe en el recorrido el cuestionamiento a las degradantes pruebas y marcas para definir la salud mental y física de los expatriados, la esclavitud forzada de millones de africano/as. El reconocimiento explícito de la historia de discriminación y odio ante el foráneo forman parte de la muestra.
Por cierto que este tipo de instalaciones no aseguran, necesariamente, aprender. Aunque el ultra-nacionalismo siempre ha existido en dicho país (y en el nuestro, y en Europa, y en todo el mundo más bien), con el ascenso de Donald Trump se oficializó. Pero aún así, este espacio representa un esfuerzo institucional de preservar la historia. Y si ésta avergüenza, tener una opinión al respecto.
Esta forma de abordar el pasado, aunque sea reciente, me hizo recordar cómo actuamos en Chile en determinadas circunstancias.
Pienso en el Estallido Social, con cuadrillas de jóvenes, rodillo y escoba en mano, “limpiando” las paredes de los exabruptos de una ciudadanía que se manifestó en octubre de 2019. Borrando los grafitis insurrectos, que en la superficie recuerdan las protestas, pero que en el fondo fueron y son reflejo la esperanza de gran parte de un país por cambios profundos para sus vidas, la de sus familias. De futuro común.
Pienso en la pasarela de El Manzano. Infraestructura parte de la historia reciente de Aysén, que cobijó múltiples manifestaciones en rechazo a las represas que pretendían inundar miles de hectáreas del río Baker y Pascua, transformando para siempre -y negativamente, en visión de muchos- el destino productivo y ambiental de Aysén. Puente que fue reemplazado hace unos años por un flamante mecano.
Me enfoco, también, en las antiguas instalaciones de la Central Los Maquis, con su sala de máquinas incluida, que Edelaysén borró de un plumazo, obviando lo que desde parte de la comunidad ya se le había solicitado: mantener esa parte de la historia.
Explicaciones técnicas debe haber. Y muchas.
Mantener la garabateada pared del Museo Nacional del Inmigrante de la Isla Ellis podía dejar al visitante la sensación de suciedad, pero aún así se buscó un giro y se optó por preservar un rectángulo como escotilla a un triste pasado. ¿Podemos pensar aquello en el caso del estallido social o cuánto proceso colectivo hemos vivido? Y yendo más allá, es posible que la respuesta técnica sobre lo que ocurrió con la pasarela El Manzano sea ingenierilmente sólida, pero ¿no fue posible evaluar una opción que mantuviera la obra previa como hito de la historia reciente? Y qué decir de las instalaciones originales de Los Maquis, tema que hoy se discute con la empresa ante los hechos consumados.
Todas preguntas pertinentes, dadas las intenciones del Ministerio de Obras Públicas de reemplazar el actual puente del desagüe del lago General Carrera (construido en 1989), por el cumplimiento de su vida útil para tránsito vehicular. En este año 2023, según cronograma informado hace un tiempo, debieran concluir sus estudios de ingeniería básica. ¿No será posible considerar la obra original como museo peatonal, en honor al recorrido colectivo y, si se quiere en días de productividad, del turismo de la zona sur? Esto, más aún al estar ubicado en la Zona de Interés Turístico Chelenko, área puesta bajo protección oficial para efectos de la Ley de Bases de Medio Ambiente.
La memoria es un activo invaluable. Uno que en sincronía con la materialidad, es fundamental en el desarrollo espiritual, ético, moral de una sociedad. Que el espejismo de la modernidad que, indefectible pasará de moda, no nos arrebate la claridad de mantener lo esencial. Lo que nos hace sentido de pertenecer a una comunidad.
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