René Descartes decía que son verdaderas todas las cosas en cuanto los humanos las percibimos clara y distintamente. Incluso que lo que hace “verdad” es esta cuestión de evidencia. Y que una percepción clara implica la presencia de algo; que una percepción distinta significa precisión.
Que sobre algo hay luz, en tanto claridad, y que esa cosa no se confunde con otras. Pues con el sol parece ocurrir la claridad –no solamente algo con luz quizá, sino algo que parece consistir en sí mismo, y para nosotros a la visión cotidiana, en cosa de claridad. Pero no ocurre lo distinto: su claridad nos ocurre tal que impide precisar lo que hay en ella. Algo así como completamente claro e inevitablemente borroso.Sí podemos sentir el sol como el calor en la piel –pero eso ocurre sin tenerlo a la vista. Sabemos que ese calor es sol, pero indirectamente.
Para nosotros, terrestres, pareciera evidente que no hay sino un sol (dejémoslo así provisionalmente, siempre). Y con una misma evidencia, que nunca podemos saber qué es lo que hay completamente en él – notemos como, otra vez, la filosofía anticipa las categorías con las cuales las ciencias presumen de los universos como ordenados. “Lo que es evidente es cierto”. Cierto. Y aquí hay una evidencia. Pero a este sol, con los ojos dolientes, solamente lo ha podido ver, en el mediodía, mi cámara fotográfica. De un modo parecido, los humanos hemos podido saber de las ciencias del sol si logramos, paradojalmente, mediatizar su evidencia. Así, el telescopio solar más efectivo hasta ahora, el Inouye de Hawai, ha indicado que la cromosfera o atmósfera solar, que se encuentra debajo de la corona, suele ser invisible y solo puede verse durante un eclipse solar total, cuando crea un borde rojo alrededor de la estrella ennegrecida.
Es decir, salimos al campo el domingo libre a pasear bajo el sol. Miramos arriba y siempre que hay un cielo abierto, resulta precisamente uno –y es el mismo que ilumina las nubadas. Y a nuestras percepciones, no podemos mirar al sol sin destrucción del sentido. En vez de lo precisamente distinto, sí podemos sentir el sol como el calor en la piel –pero eso ocurre sin tenerlo a la vista. Sabemos que ese calor es sol, pero indirectamente. Como del “uno diferente de sí”. Aunque lo contrario de la huella; de lo que siempre existe, nunca puede presentarse y siempre nos alerta. Y podemos equivocar, o acertar, respecto de cuál es la fuente de calor que nos calienta. Calor y lenguaje: pareciera que este sol no es decisivamente reducible. Está demasiado confundido con lo dado. Resiste las arbitrariedades. Y está más acá de las interpretaciones.
René parece confirmarnos este doblez insuperable inscrito en los posibles conocimientos del sol. Absolutamente abierto mientras nuestra relación con eso parece siempre hecha de mediaciones o instrumentos. Este sol resume algunas de las cuestiones actuales decisivas de la relación de lo humano y la Naturaleza (cosmos). Si las ciencias modernas en general están en las posibilidades, todavía, de respuestas interesantes.
Si acaso trajéramos o pusiéramos otro sol para aclarar este de todos los días (imaginemos: uno de mayor claridad), parece que sólo aumentaríamos las posibilidades de ceguera y otras confusiones.
Comentarios
06 de diciembre
Un filòsofo puede ser de interes para otro filòsofo. No, digo yo,
para much@s, ni en cuestiones vitales de la existencia actual nuestra..
Por eso puede resultar importante poner un nombre, aun famoso,
en contextos donde aparece accesible y amable al trato. Y
relevante precisamente para nuestra existencia cotidiana.
El sol y Descartes puede ser una ocasiòn….
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